Batalla de Monte Longdon

La mina que inició la batalla

El ataque comenzó en la noche del 11 de junio. Aproximadamente a las 20:01 (según explica Camogli), los ingleses avanzaron sobre la ladera del monte Longdon. Su objetivo era conquistar la cima avanzado sin ser vistos hasta las posiciones argentinas. Una vez allí, destrozarían sus líneas defensivas a quemarropa. Sencillo sobre el papel, pero más que complejo en realidad.

 

En mitad de la oscuridad, la compañía A del 3 PARA avanzó por el norte, la compañía B lo hizo por el oeste, y la compañía C quedó en reserva.

 

El paracaidista inglés Mark Eyle Thomas definió así el plan: «Se esperaba que la moral argentina y su resistencia fuese débil. Nos aseguraron que no habría campos minados. Los 3 PARA atacarían a pie […] Para contribuir al factor sorpresa el ataque sería silencioso. Cubierto por la oscuridad, nuestro pelotón […] avanzaría campo a través a lo largo del borde norte del monte antes de desplazarse al sur [...]. Allí uniría fuerzas con el 5to Pelotón y continuaría avanzando hacia la cima [...]. Nuestra Compañía A atacaría la cima mas pequeña».

 

Apenas unos minutos después se sucedió el desastre cuando un soldado inglés entró de lleno en un campo de más de 1.500 minas que los argentinos habían instalado a los pies del monte. Sin percatarse de la trampa mortal en la que se había metido, pisó un explosivo.

 

Así definió el suceso el hoy Teniente General Hew Pike -al mando de la operación-: «El avance inicial hacia el pie de la montaña fue silencioso y sin problemas, hasta que un cabo de la compañía B pisó una mina. La explosión le arrancó una pierna y el elemento sorpresa se perdió». Thomas, por su parte, explicó así el suceso: «Poco después de la medianoche avanzamos en formación escalonada. Cinco minutos después escuchamos una explosión seguida de gritos de dolor. Mi jefe de sección, el Cabo Brian Milne, había pisado una mina».

 

 

Primeros disparos

Tal y como relata Thomas, a partir de ese momento se «desató el infierno». Desde la cima los argentinos comenzaron a disparar sus armas pesadas contra los paracaidistas de la compañía B: «El caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde lo alto, seguido por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y explosiones». Por si el nutrido fuego de fusilería fuese poco, los defensores dirigieron contra el 3 PARA una letal ametralladora de calibre 50 ideada, en palabras del inglés, para abatir aviones en pleno vuelo. La compañía B se vio detenida en seco.

 

Mientras sus compañeros sufrían un torrente de cartuchos, la compañía A (ubicada en el flanco izquierdo) logró avanzar y superar la primera línea de defensa argentina. Posteriormente, la unidad se lanzó de bruces contra las posiciones enemigas ubicadas en el flanco derecho de los defensores, las cuales conquistó tras duros combates.

 

En medio de aquel caos, los dos bandos lanzaron bengalas para iluminar el campo de batalla y distinguir a sus enemigos en la lejanía. Pero ya era tarde, pues la compañía A ya había entrado en lid a bayoneta calada.

 

Un feroz ataque... detenido

Mientras la compañía A avanzaba, la compañía B se vio obligada a cargar contra las ametralladoras pesadas argentinas. Thomas definió así el asalto, que se llevó a cabo también a bayoneta: «Los hombres estaban detrás de mí y a mi izquierda, sus bayonetas brillando bajo la luna. […] Todos esperando la orden de atacar. En la Primera Guerra Mundial se dio la orden de ataque por el sonido de un silbato, con lo cual los chicos se lanzaban contra el enemigo. Más de 60 años más tarde estábamos haciendo básicamente lo mismo pero sin el silbato. "¡Carga!" Pasamos la cresta y corrimos hacia el enemigo. Disparaba mi arma y no pensaba en nada. Sin dudas, sin miedo, como un robot. Seguimos como imparables, sin inmutarnos por las grandes armas».

 

El ataque logró desalojar a los argentinos. Sin embargo, el 3 PARA no pudo continuar su avance debido a dos contrincantes inesperados. El primero fueron las baterías de artillería que, de improviso, empezaron a apoyar desde la lejanía a los defensores. El segundo fue mucho más determinante: el continuo fuego de los francotiradores. Combatientes entrenados que hicieron buen uso de los escasos visores nocturnos que habían puesto a su disposición los mandos.

Tanto Camogli como Gerding hacen hincapié en el papel de estos militares. El último, de hecho, se deshace en elogios hacia ellos: «La totalidad de una compañía británica fue detenida durante horas por la acción de uno solo de estos francotiradores. Dentro los pocos francotiradores conocidos se encuentra el Cabo de Infantería de Marina Carlos Rafael Colemil».

 

Animado por el fuego aliado, los argentinos trataron de recuperar las posiciones perdidas, sin lograrlo.

 

 

La compañía A

Paralelamente, la compañía A continuó su avance hasta toparse con una línea defensiva formada por una sección de infantería que le paró los pies. Esa pequeña victoria dio un respiro a los argentinos, quienes se hallaban desbordados en todos los frentes. En un intento de restablecer las líneas, los oficiales ordenaron a las reservas de ingenieros cargar contra los paracaidistas para evitar la debacle. El plan funcionó a medias. Aunque estos hombres no lograron recuperar las pociones perdidas, sí detuvieron al enemigo.

 

En las siguientes dos horas las balas surcaron los cielos y los francotiradores no alejaron el dedo del gatillo. Así lo explicó uno de los soldados argentinos presentes en la contienda, Alberto Ramos: «Esto es un infierno. Hay ingleses por todos lados y me cuesta identificar si los proyectiles que caen son los de nuestra artillería que nos apoya o de la artillería inglesa que los apoya a ellos».

 

La contienda se estancó para la compañía A. Mientras, la compañía B se lanzó una y otra vez contra las posiciones defensivas argentinas, aunque fue detenida por el fuego de las ametralladoras y de los letales tiradores de élite. «En cada nueva carga, caían dos o tres soldados por el efectivo fuego de los francotiradores. Ante esa situación solicitaron fuego de apoyo a la artillería, la que respondió con rapidez y precisión logrando que sus hombres se reacomodaran en el terreno», completa Camogli.

 

A la conquista del monte

A las cinco de la mañana, tras múltiples horas de contienda, el sol comenzó a alzarse sobre el monte Longdon. Por desgracia, lo que sus rayos iluminaron fue un campo de muerte. Para entonces, la insistencia de los paracaidistas había acabado con la resistencia. Casi sin munición y con la defensa desbaratada, los mandos argentinos dieron la orden de retirada a eso de las seis y media. Aunque eso sí, sabiendo que habían resistido durante casi medio día a la élite de las tropas inglesas.

 

Hasta las 9 los paracaidistas ingleses no aseguraron el campo de batalla. Al final, lo hicieron a punta de bayoneta mediante una ofensiva que acabó con los escasos defensores que todavía había en el campo.

En esta carga final se registraron, según la denuncia efectuada por los veteranos de guerra argentinos, que fue confirmada en 1991 por Vincent Bramley -ametralladorista del PARA 3-, numerosos casos de fusilamientos de prisioneros y heridos argentinos. Bramley cita unos diez casos, pero es factible que hayan sido más», añade Camogli. Aquellos que ofrecieron resistencia fueron sacados de los búnkers y ejecutados a bayonetazos.

 

Así explica los momentos finales de la contienda Russell Phillips en su libro «Un asunto muy reñido. Una breve historia sobre el conflicto de las Malvinas»: «La dura batalla resultante duró doce horas. El comandante británico del Comando 3, el Brigadier Julian Thompson, se acercó con la orden de retirada. Sin embargo, al final, con apoyo de fuego de artillería y fuego naval del arma de 4.5" del HMS Avenger , los británicos tomaron la montaña. Las pérdidas británicas ascendieron a 18 muertos y 40 heridos, mientras que las argentinas fueron 31 muertos, 120 heridos y 50 tomados prisioneros. Se otorgaron varias condecoraciones a los paracaidistas británicos por las acciones en la batalla, incluyendo una Cruz Victoria en forma póstuma.

Tras esta batalla se tomó la capital.

La capitulación se firmó el 14 de junio.

Manuel P.Villatoro - ABC Historia

El primer contacto con la flota británica

El Boeing TC-91 tuvo su bautismo de fuego en el otoño de 1982, cuando junto con otras naves del Escuadrón V, vigilaron los movimientos de la flota inglesa que operaba en los alrededores de las islas Malvinas. Ese escuadrón, durante la guerra, realizó un total de medio centenar de misiones de reconocimiento y hasta sufrió ataques de la RAF.

Los Boeing 707 de la Fuerza Aérea Argentina eran aviones destinados al transporte de personal de la Institución Militar y su tripulación no había sido entrenada para realizar tareas de vigilancia, exploración y mucho menos sobre el mar. No obstante el Escuadrón V, con base en la I Brigada Aérea de El Palomar, se lanzó, el 21 de mayo de 1982, a la búsqueda de la flota británica enviando en primer lugar al Boeing 707 TC-91 a sobrevolar el Océano Atlántico Sur, cerca de Brasil en busca de alguna señal del enemigo, que se dirigía a Malvinas.

El radar estaba haciendo eco en seis objetivos simultáneos. El comandante irrumpe el ascenso, manteniendo FL 200 y puso proa hacia los ecos. Una vez más se había presentado una capa uniforme de nubes a mediana altura. Algunos tripulantes pensaron que podían ser pequeños cúmulos de gran densidad y muy bajos sobre el mar, pero se hallaban dispuestos con cierta simetría y constituían un agrupamiento sospechoso y aislado en la inmensidad que los rodeaba. La capa de nubes medias se cortó de golpe, y entonces los vieron… La flota británica de avanzada había sido descubierta por el TC-91, pero no de la forma que ellos esperaban. Era evidente que los radares de la flota habían detectado las sospechosas maniobras de un avión no identificado, las estelas de los buques denunciaban la velocidad máxima y la prisa con que buscaban la dispersión ante un posible ataque. El Boeing logra identificar: dos portaaviones y por lo menos cuatro destructores o fragatas escolta. El TC-91 realiza un viraje hacia el norte para aprovechar el sol y mejorar las tomas fotográficas de la flota, cuando tomaron conciencia que los portaviones estaban lanzando al aire sus aviones. El comandante ordena transmitir de inmediato la información, y considera cumplida la misión, al mismo tiempo que resuelve efectuar un rodeo para no sobrevolar las naves e iniciar el regreso. Aceleró los motores para lograr altura cuanto antes, mientras completaba el giro de escape. Cuando se hallaban a poco más de doce mil metros de altura, el grito de unos de los tripulantes se impuso por sobre el ruido de las turbinas: “¡Harrierrr, abajo y acercándose…!”


El Sea Harrier alcanzó al Boeing rápidamente, lo hizo desde la dirección del sol, y se lo veía amenazadoramente oscuro por el efecto de contraluz.Perfectamente se podía apreciar el cono negro y afilado de la proa; su lanza de reabastecimiento; la escarapela circular británica y lo peor, los nuevos y amenazadores Sidewinder AIM-9L.

 

El Harrier comenzó a efectuar maniobras sin dejar de acompañar al Boeing, de un lado al otro, por momentos pasaba adelante, luego atrás, hasta ponerse aproximadamente a 10 o 20 metros del lado izquierdo del TC-91.Los oficiales y el fotógrafo especializado enfocaban sus cámaras una y otra vez, tratando de conseguir los mejores ángulos.

 

Ante la imposibilidad de escapar del Harrier, el comandante decide reducir la velocidad del Boeing. De nada valía seguir derrochando el preciado combustible, necesario para volver a casa.

 

El piloto del Sea Harrier parecía interesado en el Boeing, aparentaba buscar la antena del “sofisticado” radar que dio con la posición del la flota.

Sin embargo…la intranquilidad aún reinaba en el TC-91, no era descabellado pensar que el piloto inglés pudiera atacar en cualquier momento. Una corta ráfaga de los cañones Aden de 30 mm. podía acabar con el TC-91 y con todos ellos.

 

La “escolta” del Harrier al Boeing, duró diez eternos minutos.

 

De pronto el Sea Harrier inclinó sus planos violentamente y se lanzó en picada al mar en dirección a su portaaviones.

 

El primer vuelo de búsqueda marítima a gran distancia, llevado a cabo por la Fuerza Aérea, confirmaba que un contingente de la Royal Navy se dirigía a las Islas Malvinas.

 

El TC-91 regresó al Aeropuerto de Ezeiza, cinco horas después de haber realizado contacto con la flota.

 

Además de estas misiones de exploración los Boeing 707 realizaron viajes a Libia en busca del armamento donado por Gadaffi.

 

Francotiradores en Malvinas

El primer francotirador de que se tiene registro durante el conflicto de Malvinas, fue uno inglés el mismo 2 de abril, años después de concluido el conflicto, contaría entre otras cuestiones tal momento, en un nota realizada por el diario Clarín:

 

“Fui con otros suboficiales adelante de la agrupación, y en la primera casa ya habíamos quedado combinados que íbamos a hacer combate de localidad; por lo tanto, rodeamos la casa. Fui por el frente y tomé a un francotirador de los ingleses que nos estaba esperando. Se sorprendió porque lo agarré desde atrás de una ventana. El soldado en cuestión estaba cubriendo el camino por donde venían los nuestros. Lo saqué afuera, lo dejé cuerpo a tierra, tiré la munición y el fusil e hice una señal de apoyo para que lo cubrieran por el fuego. Seguí adelante; hasta ese momento se escuchaban pocos disparos. Muy próximo a la casa del gobernador había unos matorrales muy tupidos y pastizales. Y un caminito donde habían puesto trampas cazabobos. Tomé entonces a dos Royal Marines que nos estaban esperando con todo. Se veía que estuvieron toda la noche aguardando nuestra llegada bien pertrechados y armados. Esta gente se sorprendió mucho. Luego, dejé a los prisioneros a cargo de otro comando que vino un apoyo y seguí hasta la casa del Gobernador”.

Malvinas tuvo un empleo especial en cuanto a los tiradores de élite. Se trataba de un terreno en su mayor parte deshabitado, con malas comunicaciones y posibilidades casi nulas de vivir del terreno. Es por ello que el francotirador independiente, que actuaba en solitario con independencia de sus unidades propias, fue un uso poco experimentado. en lugar de ello, los tiradores especiales permanecían con sus unidades, actuando cuando eran requeridos para "solucionar los problemas a medida que se iban presentando", en palabras de Pegler.
El sentimiento de superioridad propio del oficio, entre los francotiradores británicos, pronto desapareció frente a la muestras de pericia argentina. Como sucedió en otras guerras, aun soldados sin preparación especial, pero dotados de un innato sentido para la puntería y el ocultamiento, demostraron ser piezas siempre difíciles de atrapar, a la par que su peligrosidad comenzó a tomar ribetes de leyenda, como en el caso de Pedro en las luchas por las alturas previas a Puerto Argentino.
Ken Lukowiak cuenta de un francotirador argentino que desde el extremo sur del campo de aviación, en Darwin, los en sus orificios en un banco de turba, hasta que llegó un miembro del pelotón de francotiradores de la compañía de apoyo, el cual lo ultimó a una distancia de unos 1000 yardas.
Contarían sobre esa misma batalla dos paracaidistas que uno de sus compañeros había retrocedido  “bajo el fuego para recoger el cinturón de un soldado que contenía 100 cartuchos. Repentinamente, dio un grito y cayó al suelo. Un disparo de un francotirador le atravesó el cuello… cuando golpeó el suelo con su cuerpo ya estaba muerto”, contarían al The Sunday Times Insight Team. Nunca supieron de donde o quien había efectuado el disparo tan certero.
Frente a la peligrosidad de los snipers argentinos, que eran maestros en disparar y refugiarse entre las piedras, los británicos no quisieron tomar riesgos, y hacia el final de la guerra, no enfrentaban a los francotiradores con otros de su tipo, sino que buscaban de destruirlos utilizando misiles antitanques. 
El método británico para suprimir francotiradores, provenía de largo tiempo atrás y en un escenario que no podía resultar más disímil al de Malvinas. Había ocurrido en la calurosa Adén, en 1967 y en un ambiente de combate urbano. Un francotirador, tan escurridizo como sus homólogos argentinos tiempo después, se había refugiado en una casa, haciendo fracasar, uno tras otro, todos los intentos de los francotiradores del 42º Comando de los Royal Marines de neutralizarlo. Hartos de no acertarle con sus fusiles de precisión, dispararon a la casa con un lanzagranadas contracarro Carl Gustav. Se trataba de un arma que disparaba granadas de poco más de dos kilos y medio a una distancia de 1.000 con efectos obviamente desbastadores para cualquier ser humano. Dicha arma fue también utilizada en Malvinas, aun cuando lo fue en menor medida que el misil antitanque Milan, destinado a suprimir bunkers y empleado también para acabar contra tiradores especiales argentinos especialmente duros, aun cuando se ocultaran en posiciones fortificadas. 
Gran Bretaña equipó inicialmente a sus francotiradores en Malvinas con el fusil L-42, que en realidad era diseño basado en el fusil Lee Enfield Nº 4 de la segunda guerra mundial, adaptado al calibre 7,62 mm y equipado con un cañón más pesado, manteniendo el antiguo visor de tres aumentos de éste. Con un peso total de 5,6 kg era cerca de medio kilo más pesado que el arma a la que reemplazó.
Su desempeño no fue feliz en los combates en las islas. Frente a los rigores del clima cuasi antártico, sus telescopios se empañaba, los tambores de ajuste presentaban problemas y el funcionamiento del cerrojo comenzaba luego de un tiempo a realizarse sólo forzadamente.
Sobre todo respecto de las miras telescópicas, éstas se sellaban de forma especial para impedir que penetrara la humedad, y se ubicaban dentro de cubiertas protectoras de cuero hasta el mismo momento de empleo, a más de cubrir la boca del fusil con cinta aislante. Pero ninguna de tales prevenciones, pareció ayudar mucho. 

"Un francotirador de infantería dijo que este fusil se bloqueaba con tanta frecuencia que, en un acceso de irritación, lo tiró a un riachuelo y se hizo con un Fal argentino, que utilizó durante el resto de la campaña y le funcionó sin ningún fallo", comentará Pegler en la parte de su obra dedicada a los tiradores de élite en Malvinas.


Respecto de los argentinos, y su armamento, se utilizaron varios sistemas de armas, incluido el máuser modelo argentino con visores de puntería. Por caso, la compañía de Comandos 602 utilizó unos diez Máuser en calibre 300 Winchester Magnum con mira telescópica.  El más utilizado de todos fue el propio fusil FAL, con el aditamento de diversos sistemas de puntería, que se comportó de forma inmejorable frente a los rigores del clima. Algunos oficiales llevaron sus propios fusiles particulares, armas civiles para caza mayor, como el Remington 700, o el Weatherby 300. No obstante ello, en opinión de quienes han estudiado la cuestión como es Pegler uno de los mejores sistemas argentinos fue el fusil estadounidense National Match M 14 equipado con un visor nocturno de la misma procedencia AN/PVS-2. "Con ese conjunto, muchos francotiradores argentinos pusieron en serios aprietos a las fuerzas británicas en los ataques nocturnos". 
Durante los combates por Monte Harriet, la compañía L de los infantes de marina británicos tardó cinco horas de combate ininterrumpido en avanzar poco más de 600 metros, siendo en todo momento hostigados por un tirador nocturno. Cuando finalmente pudieron batirlo, cayeron en la cuenta que quien tenía esa precisión terrible, era un soldado conscripto de infantería.
Es que muchos de los mejores francotiradores argentinos durante la contienda, no proveían de fuerzas especiales, ni habían tenido entrenamiento especial para ello. Eran simples oficiales, suboficiales o soldados, equipados con un FAL con mira de luz residual y muy buena puntería, que se revelaron en la batalla, terriblemente eficaces. 
No pocas veces, uno de ellos paralizó el avance de toda una compañía británica, o  diezmó a sus secciones con sus disparos.
Como cuentan Jofre y Aguiar, los francotiradores que los británicos refirieron les habían provocado bajas y el estancamiento del avance en las primeras etapas del ataque a monte Longdon, no eran “tiradores especiales, sino fusileros con anteojos de visión nocturna”.
En la misma batalla, cuando aproximadamente a las 5 de la mañana el soldado conscripto Horacio Cañeque, vio como algunos paracaidistas avanzaban hacia el puesto de comando de la compañía, sobre su flanco derecho, les diparó con su FAL, en cuyo cargador había puesto un proyectil trazante cada dos comunes para precisar la puntería en la noche. Y como escuchaba gritos y órdenes en inglés y sabia ese idioma, empezó a insultarlos en la misma lengua.
“Los insultos son lo primero que se aprende y yo tenia una pronunciación norteamericana bastante buena. Insulto a los gritos, vociferando, durante un rato. Tal vez por acciones como esta, los ingleses luego dirían que en Malvinas hubo American Special Forces o American Snipers", recordaría después en la obra Así Peleamos.
El hecho prueba las dudas, temores y disquisiciones que los tiradores argentinos provocaban en las mentes de los soldados británicos, aun siendo éstos militares profesionales. 
Tal era la ofuscación, rabia, impotencia y furia que los francotiradores argentinos producían en los británicos, que éstos inclusive no les guardaban el respecto debido en virtud de la Convención de Ginebra una vez tomados prisioneros. 
Adrian Weale y Christian Jennings expusieron, en su libro “Green Eyed Boys” que tras la batalla de Monte Longdon se produjo el fusilamiento de un soldado argentino herido. 
El suboficial Gary “Louis” Sturge, estando en la tarea de enterrar a los caídos en combate, encontró un conscripto argentino vivo y luego de alejarse del grupo, desenfundó su arma y lo apuntó con ella, para luego dispararle. De nada valió que el prisionero herido le pidiera que no lo hiciera, o le mostrara su crucifijo, mostrándole que era también cristiano. Los gritos llevaron al capitán Anthony Mason hacia el lugar, viendo como el soldado argentino era baleado en la cabeza y caía sin vida al suelo. Al increpar a Sturge respecto de lo que había hecho, éste simplemente le contestó que “era un francotirador”.
A más de la cuestión inherente al crimen de guerra que supone ajusticiar a un prisionero desarmado y herido, el hecho muestra los sentimientos en no pocos soldados ingleses, que la efectividad de los tiradores de élite argentinos provocaba. 
Uno de quienes experimentaron en carne propia la precisión de los tiradores especiales argentinos, fue el teniente Robert Lawrence, durante el combate de Tumbledown, cuando trataba de tomar con sus hombres un área de administración y abastecimientos argentina en dicha elevación.
Como suele suceder en el fragor de los combate, no se cae en la cuenta que uno es blanco de un tirador especial, hasta que es demasiado tarde. En dicha ocasión, uno de los hombres que avanzaba con el teniente Lawrence, el guardia escocés de la reina McEnaggart se le volvió para decirle: 
-Disculpe señor, pero creo que me han herido.
El teniente estaba por decirle que no dijera estupideces, cuando observó que había sido rozado por una bala en el hombro derecho. 
Luego de ello, mientras caminaban, él fue el siguiente blanco. Y como lo contaría en el libro de su historia personal: "Ocurrió segundos más tarde. Sentí un estallido en la parte posterior de la cabeza y creí haber sido embestido por un tren y no alcanzado por una bala. En realidad se trataba de una bala de alta velocidad que se trasladaba a una velocidad de 3800 pies por segundo y la onda de choque y turbulencia del aire fueron las causantes de tanto daño. Eso lo supe después. En ese momento todo cuanto supe era que mis rodillas habían desaparecido y caí al suelo, totalmente paralizado".
El disparo le atravesó su cabeza. Pudo recuperarse, si bien arrastró consecuencias a nivel de motricidad no menores.
La unidad cuyos francotiradores fueron más respetados por los británicos, fue la del 7º Regimiento de Infantería durante el combate de monte Longdon. Una vez más, la combinación del fusil de asalto FAL con aparatos para visión nocturna estadounidenses, se reveló devastadora. Una compañía inglesa entera, fue detenida por horas en su avance por la acción de un solo de estos tiradores. “Los hombres se encontraron batidos más de una vez por el mismo francotirador, un terrible tributo a la precisión del fuego de los argentinos”, dirán luego en su obra Max Hasting y Simón Jenkins.
Entre los tiradores argentinos que se destacaron en la guerra, muchos fueron héroes anónimos, que combatieron hasta morir, aislados de sus unidades, protegiendo su repliegue o, simplemente, negándose a rendirse. Es por ello que algunos de sus nombres, aun al día de hoy son desconocidos.
Sin embargo, de entre los conocidos, se destaca el  Cabo 1º de la infantería de marina Carlos Rafael Colemil, en los combates de Monte Longdon.  Este Chubutence pertenecía a una compañía de ametralladoras, pero se reveló un tirador emboscado sobresaliente en tal lucha. 
Durante tales combates, también ganaría su apodo. Una bala inglesa le cortó a lo largo de su cabeza, por el cuero cabelludo. Por la cicatriz que le quedó, le pusieron "alcancía". Al quedar aislado de los suyos y rodeado por los ingleses durante el combate nocturno, pese a la herida, vendada muy improvisadamente, se dedicó a sembrar la confusión entre los ingleses, movilizándose cuerpo a tierra entre las piedras, con un FAL con visor nocturno. No se sabe cuántos eliminó, deteniendo el avance por horas, antes de escabullirse a las líneas argentinas, luego de haber agotado tres cargadores de veinte tiros cada uno en su tarea.

 

Fuego amigo en Malvinas

Fuego amigo: Término empleado en la jerga militar para denominar a los disparos efectuados por el propio bando por error, contra tropas o medios propios. También se lo denomina “fuego aliado” y su causa principal es la errónea identificación del objetivo, confundiendo medios o personal amigo con los del enemigo.

 

Fuego amigo argentino
1 de mayo de 1982

A las 15:15 hs. (hora local Malvinas) el Mirage IIIEA IA-019 del Grupo 8 de Caza de la Fuerza Aérea Argentina es alcanzado por disparos de la Artillería Antiaérea Argentina en las afueras de Puerto Argentino. El avión se precipitó al mar, al sur de la Península de Freycinet, sin dar tiempo a que su piloto, el Capitán García Cuerva, pudiera eyectarse, por lo que pereció en el acto. García Cuerva venía de entreverarse en combate aéreo con Sea Harriers británicos, y dado que la acción le había provocado un consumo excesivo de combustible y no tenía chances de regresar en vuelo al Continente (Los MIIIEA no podían ser reabastecidos en vuelo por carecer de lanza), decidió salvar su aparato realizando un aterrizaje de emergencia en la BAM Malvinas. Aunque dio aviso al CIC (Centro de Información y Control) de sus intenciones, para que alertara a la artillería, no se logró coordinación con ésta por estar bajo alerta de ataque aéreo. El Control ordenó entonces que el piloto se eyectara, pero García Cuerva, en vista de la importancia de conservar un medio aéreo como el que piloteaba, decidió intentarlo de todos modos. Al desprenderse de sus tanques suplementarios vacíos para aligerar el peso de aterrizaje y entrar en el corredor fue erróneamente identificado y abatido por la defensa aérea. 


Fuego amigo británico
6 de junio de 1982

A las 00:08 hs. (hora local Malvinas) un misil Sea Dart lanzado desde el destructor Type 42 HMS “Cardiff” (D108) impacta en forma directa en la parte posterior del fuselaje del helicóptero Gazelle XX377 del Commando Brigade Air Squadron que se estrella inmediatamente. El helicóptero, que apenas 18 minutos antes había despegado de Pradera de Ganso, se encontraba volando unas dos millas al sur de Mont Pleasant, hacia donde transportaba personal del Escuadrón de Señaleros Reales con el fin de reparar una repetidora de radio que había salida de servicio. Perdieron la vida en esta acción su piloto Sargento C.A.Griffin, su acompañante observador Cabo S.J. Cockton y los señaleros reales Mayor M.L. Forge y Sargento J.I. Baker.


 

 

Harrier derribado

De espaldas, con el FAL,el Cap. Fernando Rodriguez Mayo.
De espaldas, con el FAL,el Cap. Fernando Rodriguez Mayo.

Relato de la acción por el Comodoro VGM Eduardo Daghero.


"....Estábamos de espaldas al Este, cuando todo ocurrió de repente...
Morales (soldado c/63) grita: - Señor mireee!!.. en el mismo instante que el ruido de reactores inunda Lafonia.
Por nuestra derecha, en la clásica formación de los dedos de la mano, tres Sea Harrier con potencia a pleno.
Instantáneamente con mi equipo de comunicaciones informo: NIDO, NIDO... BIGUA, 3 HARRIERS ENTRANDO POR BIGUA RUMBO A NIDO, MONTADOS A IZQUIERDA DEL CANAL... NIDO BIGUA, 3 HARRIERS POR BIGUA POR EL CANAL, y seguí dos veces más... hasta escuchar el RECIBIDO!!!! RECIBIDO!!!!
El N° 1 entrando por la pista más sobre el borde izquierdo, lanzando su armamento, entre explosiones de la AA (en todas las envolventes, 20mm y 35mmm y barrera de fuego con 7,62mm), sale por izquierda, cierra el viraje por el NE...
El N° 2 entra casi pegado al Nº 1, cuando veo brotar un borbotón negro, luego rojo, se inclina hacia izquierda e impacta contra el suelo en el lateral izquierdo del potrero que esta al lado de la pista con un hongo espectacular...
El N° 3 ajusta el Radial más a la derecha, suelta armamento y escapa saltando las colinas de las Compañías del RI12, con rumbo hacia San Carlos, sobrevolando el tambo...
Nuevamente, si lo anterior es en cámara lenta, esto lo viví cuadro a cuadro, no terminaba más de suceder, tenia lo que se llama "fascinación del blanco"...todo se vive a mil, el corazón explota... pero las imágenes se mantienen en el aire...

Tanto es así, que continúo observando el hongo y esperando al otro avión, ya que los RH de 20mm lo "cosieron", les pasó adelante de ellos... tanto es así que me olvide del N° 1...y cuando quiero reaccionar instintivamente ahí estaba frente a mi... invirtiendo el flujo de las toberas, balanceándose suavemente. El líder con la cabeza a la izquierda tenía el hongo de su N° 2 y el salto del N° 3 con Radial 330° escapando de los RH de 20mm y ahora también del traqueo que había hecho el Skyguard, al abandonar al N° 2 abatido...
Pero ahí estaba, majestuoso, panzón, robusto... una eternidad suspendido frente a nosotros... nunca se imaginó el líder que estábamos a su derecha a sólo 60 metros!!!! Nosotros ya nos confundíamos con la turba, para protegernos y no delatar nuestra tarea...
Estuvo ahí unos segundos... 45 segundos o más, creo que fue eso... quería saber la suerte corrida por sus hombres.
En los últimos segundos bascularon las toberas y toda potencia por derecha, con rumbo Este... por donde habían llegado, por esa ventana hacia uno de los PAL, al Atlántico, a este último lo seguí hasta que se perdió tras las colinas, siempre 060° Radial y pegado a los pastos.
Informé a NIDO (Centro de Filtraje) lo ocurrido, relaté con detalles que ya no tenían el aro blanco de la escarapela y no eran grises sino verdes!!!! Los Sea Harrier (antes de desplegarnos al terreno revisamos siluetas de aviones y recuerdo que los Sea Harrier eran grises, teníamos copia de las fotos del SHR que interceptó al B-707 el 21 de abril)...
La vida vuelve a la realidad, otra vez el silencio de Lafonia, solo quedaba el corazón que parecía desbocarse y ese olor clásico de la adrenalina, que se mezcla con los del soldado aislado que no se baña... todo eso salía entre el cuello y el cuerpo por el uniforme de combate. Es el olor a la GUERRA.
Al rato un Bell 212, con personal de la BAM Cóndor, médico, enfermero, personal de inteligencia y el subteniente Gómez Centurión (se anotaba en todo!!!), aterrizan próximo a mi puesto, preguntándome el Radial de escape y la probabilidad de eyección, cosa que informé que no vi eso, que al Sea Harrier, lo vi sin daño y con buena potencia en el escape, igualmente iban a revisar (peinar) la zona.
Solicité un cambio de posición, ya que no tenia certeza real, si el piloto nos había visto o no, y lo había informado... no quería un encuentro con el SAS en la madrugada… Seguramente si nos había visto, pudo inferir que el alerta había nacido en esa posición de avanzada. Me autorizaron, así que desarmamos la carpa y nos corrimos unos kilómetros, siempre sobre la altura de la colina, para tener horizonte VHF.
Cenamos, o almorzamos atrasados, en silencio, esa noche recé un rosario por el alma del piloto fallecido en cumplimiento del deber..."

Detalles de derribos

Sea Harrier FRS.1 mat ZA174
Perdido el 29 de Mayo cuando se aprestaba a despegar del portaaviones Invincible. Al momento de despegar el buque golpeó contra una gran ola, lo que hizo que el avión se deslizase por la mojada plataforma para caer de la misma al mar. En el momento que caía, su piloto se eyectó exitosamente.

Sea Harrier FRS.1 mat ZA192
Perdido el 23 de Mayo, luego de haber despegado del portaaviones Hermes avanzaba hacia las islas para realizar una misión de ataque, fue visto explotar a unas 10 millas del buque, falleciendo su piloto. (Esta versión siempre fue cuestionada por la posición Argentina, que supone que de esta manera intentaron ocultar con un accidente un posible derribo por parte de nuestras fuerzas)

Sea Harrier FRS.1 mat XZ450
Derribado por las fuerzas de artillería antiaéreas argentinas con cañones de 35mm en Puerto Darwin el 4 de Mayo cuando realizaba misiones de bombardeo sobre la zona. Los restos del piloto fueron enterrados por las fuerzas de defensa con todos los honores.

Sea Harrier FRS.1 mat XZ452
El 6 de Mayo en una misión de Patrulla Aérea de Combate siguiendo un eco a muy baja altura su sección se internó en una nube baja o un banco de niebla, y colisionó con su wingman, el XZ453. Ambos pilotos fallecieron. (Esta es otra de las declaraciones oficiales de la cual la postura Argentina duda, ya que podría ser un encubrimiento de posibles derribos argentinos).

Sea Harrier FRS.1 mat XZ453
El 6 de Mayo en una misión de Patrulla Aérea de Combate siguiendo un eco a muy baja altura su sección se internó en una nube baja o un banco de niebla, y colisionó con su wingman, el XZ452. Ambos pilotos fallecieron. (Esta es otra de las declaraciones oficiales de la cual la postura Argentina duda, ya que podría ser un encubrimiento de posibles derribos argentinos).

Sea Harrier FRS.1 mat XZ456
Derribado el 1 de Junio por las fuerzas argentinas con la utilización de un misil Roland cuando el avión realizaba acciones ofensivas contra el aeropuerto de Puerto Argentino. El piloto se eyectó y cayó en el mar en las cercanías de Puerto Argentino. Varios helicópteros nacionales en misiones CSAR salieron en su búsqueda sin resultado. Esa misma noche el piloto fue rescatado por helicópteros Sea King británicos que habían despegado del portaaviones Invincible. 

Harrier GR.3 mat XZ963
Derribado el 30 de Mayo por fuego antiaéreo liviano, el cual lo alcanzó sobre Puerto Argentino, generándole daños a la máquina, la cual fue llevada por su piloto hasta 30 millas del portaaviones Hermes, donde se eyectó para luego ser rescatado por un Sea King del mismo buque.

Harrier GR.3 mat XZ972
Derribado el 21 de Mayo por fuego antiaéreo y un misil portátil Blowpipe lanzado por las fuerzas especiales argentinas en Puerto Howard, Gran Malvina. Su piloto se eyectó exitosamente y fue tomado prisionero por las fuerzas argentinas, siendo trasladado al continente y liberado un mes luego de finalizado el conflicto, en Julio del 82.

Harrier GR.3 mat XZ988
Derribado por artillería antiaérea de 35mm el 27 de Mayo sobre Pradera del Ganso, donde realizaba apoyo aéreo cercano a las fuerzas del PARA-2 que ya comenzaban su ofensiva contra la guarnición argentina allí basada. Su piloto se eyectó exitosamente extremadamente cerca de las posiciones argentinas (unos 10km de Pradera del Ganso), donde logró ocultarse hasta ser rescatado por un helicóptero Gazelle. 

Harrier GR.3 mat XZ989
Perdido en un accidente el 8 de Junio cuando se aprestaba a aterrizar en configuración VL (Vertical Landing) sobre el aeródromo improvisado de Puerto San Carlos. Cuando ya se encontraba en vuelo estático pronto a tocar tierra, el motor Pegasus sufrió una falla y consiguiente pérdida de potencia, cayendo y golpeando duramente contra el suelo, quedando semidestruido, siendo utilizados sus componentes como fuente de repuestos. El piloto no se eyectó, aunque no sufrió heridas. 

un harrier fue derribado desde la patrullera rio iguazu,lancha que posteriormente se hunde.

Resumiendo, oficialmente por los británicos:

*10 perdidos
*05 accidentados
*02 derribados por SAM
*03 derribados por AAA

 

 

La compañía fantasma que

disparó al misterioso Sea King

A 25 años de la guerra, un grupo de soldados argentinos revela que la madrugada del 18 de mayo balearon un helicóptero británico. Creen que es el que cayó en Punta Arenas.


La task force británica enviada a Malvinas tenía una enorme preocupación en mayo de 1982, cuando el conflicto se había convertido en guerra: los ataques de la Fuerza Aérea Argentina y los misiles Exocet que lanzaban los pilotos de la Armada desde los aviones Super Etendard.


El 14 de mayo el almirante John "Sandy" Woodward ordenó una misión ultrasecreta. Tres buques de la flota inglesa, el portaaviones Hermes y las fragatas Glamorgan y Broadsword se acercaron a la isla Pebble, al norte de la Gran Malvina y enviaron a tres helicópteros Sea King con 45 hombres de la SAS (Special Air Service). El resultado de la incursión de ese grupo operativo selecto de los británicos, fue la destrucción de seis aviones argentinos Pucará, cuatro Mentors y un Skyvan, más el combustible y las municiones almacenadas en las cercanías. Esto es lo que revela el historiador británico sir Lawrence Freedman en su obra "The Official History of the Falklands Campaign".


Freedman y documentos ingleses desclasificados recientemente también dan cuenta de otra misión británica aprobada el 23 de abril por el gabinete de guerra de Thatcher: atacar las bases argentinas en el continente.


Los ingleses querían destruir la base aeronaval de Río Grande, de donde salían las principales misiones aéreas de la Argentina y los temidos Super Etendard de la Armada, cargados con los pocos Exocet con los que contaba el país: sólo seis misiles.


El 14 de mayo el gabinete de guerra inglés aprobó otra misión secreta, esta vez contra el continente argentino. El plan consistía en enviar helicópteros Sea King, con fuerzas SAS, para dejarlos "lo más cerca posible de Río Grande para retirarse después al otro lado de la frontera chilena, luego de lo cual la tripulación hundiría el helicóptero para entregarse más tarde a las autoridades chilenas", narra Freddman.


En la tarde del 17 de mayo el portaaviones Invincible y la Broadsward se acercaron a las costas argentinas. Algunos periodistas memoriosos recuerdan un alerta roja y apagón en Comodoro Rivadavia, y testimonios posteriores sobre una espectral aparición, en la noche y en silencio, de los buques ingleses "al alcance de la mano" de las costas argentinas.


Uno de los Sea King del Invincible, matrícula ZA290, despegó con ocho hombres del SAS en una primera misión de exploración e inteligencia a la que seguiría otra todavía más audaz. Ni Freedman, ni los documentos desclasificados explican con claridad qué sucedió con el helicóptero. Los británicos admiten que la máquina 2"como consecuencia del mal tiempo, cayó en la costa chilena a 16 kilómetros de Punta Arenas y a 24 de donde estaba previsto". Pero no había mal tiempo aquella noche del 17 al 18 de mayo, a no ser por una densa niebla que cubría Río Gallegos y buena parte del sur argentino. Londres informó días después que la máquina estaba en misión de reconocimiento y había tenido problemas debido al mal tiempo y se había perdido seguramente cuando trataba de llegar a Punta Arenas para hacer un aterrizaje de emergencia", cita Freedman.


El 25 de mayo tres soldados ingleses, los pilotos y un navegante del Sea King, aparecieron sanos y salvos en Chile y fueron llevados a Santiago. Del grupo SAS, nada se sabe.


Pero veinticinco años después, la historia tomó un giro imprevisto. Siete ex soldados del Regimiento de Infantería 24 de Río Gallegos, reunidos por Clarín, contaron una experiencia. Fue vivida por parte de treinta y seis soldados de ese regimiento, todos de la clase 1963, que, por sus condiciones, habían sido destacados por el Ejército como AOR (Aspirantes a Oficial de Reserva) y destinados a la Compañía "C" de esa unidad, Una compañía que no existía entonces, y no existe hoy en los papeles oficiales. Es una compañía fantasma.


Lo que narran, con el rigor de lo vivido que Freedman envidiaría, es que en la madrugada del 18 de mayo de 1982 sintieron zumbar sobre sus cabezas una aeronave, que era un helicóptero, que no era argentino y que fue baleado por uno de ellos, en medio de la niebla. Al día siguiente supieron que una máquina británica había caído en Punta Arenas. Y aún hoy, tienen la certeza que se trataba del ZA290.


Con Clarín dialogaron Carlos Vivas, Germán Leeuwarden, Andrés Rebord, Daniel Giménez, Walter Piccin, Roberto Sesti y Horacio Yegro. Algunos de ellos volvían a verse después de un cuarto de siglo. Varios aportaron sus recuerdos de guerra: fotos, las chapas identificatorias que colgaron de sus cuellos, las cartas enviadas a sus familias. Vivas y Piccin, el soldado que baleó al helicóptero, llevaron la voz cantante del grupo y el resto aportó datos más precisos, más nítidos.


—Esta historia la hemos contado muchas veces a nuestras familias y amigos; la conocen quienes eran nuestros jefes en el regimiento, pero nunca hemos sido vistos como veteranos de guerra o como participantes del conflicto. Ninguno de nosotros busca una pensión de veterano. Pero esto que vivimos, lo vivimos.


La fantasmal compañía "C" del RIMEC 24 estuvo a punto de ser destinada a Malvinas pero finalmente fue a custodiar una precaria pista de aterrizaje, en medio de la nada, en un campo del sur de Gallegos.


—Allí estuvimos cinco o seis días, en aquello que parecía un aeroclub. Después nos reemplazaron y fuimos a un viejo casco de estancia en Punta Loyola.


Punta Loyola está a treinta y ocho kilómetros de Río Gallegos, donde la ría se vuelca al mar y donde se alza el Puerto Presidente Illia, el puerto de aguas profundas de Gallegos.


—Ese fue nuestro lugar hasta el final de la guerra. Cavamos los pozos de zorro, en un terreno que era piedra pura, y nos quedamos dos meses allí, congelados como las aguas de un lago cercano. Nos decían que íbamos ganando, pero nosotros escuchábamos las radios chilenas que decían que los argentinos eran unos mentirosos. La noche del 17 al 18 de mayo, tal vez ya eran las primeras horas del 18, tuvimos una alerta roja. Ya había habido algunas, sobre todo cuando encontraron algunos botes de goma en la costa. Supimos que no era un helicóptero argentino por un par de cosas: primero, cuando venía un helicóptero argentino te avisaban, para que no le tiráramos; segundo, este no hacía el ruido de un helicóptero argentino. Era más bien un zumbido. Y venía del mar, y muy bajo, como de aquí al techo, sentías el viento.


Piccin es quien cuenta ahora.


—Había una niebla muy espesa. Pero el ruido nos llegó del mar y, según mi posición, desde la izquierda. Lo único que veías era una lucecita roja, intermitente; el helicóptero iba y venía, como si estuviera perdido o buscara algo. Yo lo seguí como dos mil metros por un terreno totalmente irregular. Hasta que decidí tirarle. Le vacié un cargador y moneditas. Pegarle, no te puedo asegurar que le pegué. Pero tirarle, le tiré. Enseguida volví corriendo en zig zag a mi posición, con la idea de que iban a pegar la vuelta y a liquidarme. Nos cagaron a pedos. Un capitán de apellido Wingar, se enojó muchísimo porque pensaba que era un helicóptero argentino. Pero los argentinos llegaban de día. Igual nos decía "Ustedes tienen orden de disparar sólo si les disparan primero" Y yo le decía: "Bueno, él me disparó primero y yo se la devolví". Nos querían estaquear a todos. Al otro día nos enteramos que un Sea King había caído en Punta Arenas. A los doce soldados que estábamos de guardia, no nos quedaron dudas: era el helicóptero que nos había sobrevolado.


A partir de ese momento, la "compañía fantasma" del RIMEC 24 vivió en estado de alerta permanente: sus oficiales, pensaban, y acaso con razón, que un comando inglés podía haberse infiltrado en territorio argentino.


—A los pocos días —recuerda Vivas— fui a buscar la comida y, desde un cerro cercano, como a doscientos metros, empezaron a dispararme; eran cerca de las nueve de la noche y hubo un tiroteo bastante intenso. Formaron entonces dos grupos, uno con un Unimog salió a rodear a los que disparaban, y yo fui con otros tres soldados, un sargento y un subteniente a pie hacia donde nos disparaban. Nos empezaron a disparar otra vez, a mí me temblaban las manos y las piernas, no hubiera podido darle ni a un barco; y el subteniente que iba con nosotros, con seis granadas, me decía: "Mirá Vivas, yo nací para esto..." Como también les disparaban a los atacantes desde la trinchera, nosotros quedamos entre dos fuegos. Así que nos tiramos al piso y esperamos. Todo habrá durado unos veinte minutos, separados en dos tandas. Nunca supimos quiénes nos disparaban.


AL final de la guerra la Compañía "C" del RIMEC 24 fue disuelta. No hay registros de su existencia en el regimiento. Sus soldados tienen un certificado de servicio militar cumplido allí, pero no figura la Compañía "C" como su destino. Un secreto tan insondable casi, como la misión británica en territorio argentino.


Pese a esa frustrada misión de reconocimiento, Gran Bretaña siguió los preparativos de la segunda fase del plan, un tanto suicida, que consistía en el desembarco de cincuenta y cinco miembros del SAS desde un avión Hércules en un punto cercano a Río Gallegos; una vez que hubieran destruido los Etendard, cuenta Freedman con algo de tino, "se los habría sacado del lugar, no se sabe con certeza cómo".


Los tres ocupantes del Sea King inglés, los tenientes Richard Hutchings y Alan Bennet y el tripulante Peter Imrie, fueron rescatados por un ex miembro de la Fuerza Aérea Chilena, Jorge Freyggang, que según la prensa de ese país habría cumplido misiones de espionaje en beneficio británico. 

     Desde Santiago Hutchings, Bennet e Imrie fueron enviados a Londres. Contaron que habían tenido un problema en el motor del Sea King y que se habían dirigido a unas colinas. Y que habían destruido el helicóptero porque no sabían con certeza si estaban en Argentina o en Chile. Nunca explicaron, ni les fue preguntado, el destino de los ocho miembros del SAS que viajaban con ellos. Los tres fueron condecorados al final de la guerra.

 

            
El caso del piloto "resucitado"
                           

El mayor Mariano Velazco hundió con una bomba de 500 kg. al destructor Coventry desde su Skyhawk, y dos días más tarde, en un ataque a fragatas en la bahía San Carlos, es derribado y dado por muerto.
Pero no fue así. Una vez eyectado sobre la isla, y con una pierna esguinzada, caminó dos días hasta hallar un refugio abandonado por los kelpers. Un par de días después lo encuentran a 50 km. de donde había caído.
"A mi mujer le avisaron que estaba desparecido. Empezó el drama, porque me velaron en ausencia. Cuando llegué, a las 3 de la mañana, tocaba el timbre y no me abrían. Hacía frío. Tenía llave y logré entrar. Estaban todos dormidos, y lo primero que veo es una imagen de la virgen de Loreto con una vela. Esa fue la resurrección." 

                  

 

Vivencias de un ex-piloto de Sea Harrier     


La Sala Canudas del Aeropuerto de Sabadell acogió la tarde del 13-6-09 una conferencia del capitán de corbeta de la Royal Navy Stephen Lord Harrison, que fue uno de los pilotos de Sea Harrier que intervino en la Guerra de la Malvinas. Harrison ya no pertenece a la Royal Navy y, seguramente, ese factor le permitió expresarse con casi total libertad y relatar algunas de sus experiencias durante el conflicto bélico.
El acto lo organizó la Fundació Parc Aeronáutic de Catalunya, que ya ha promovido otras conferencias en las que pilotos y civiles han explicado sus vivencias profesionales. Asistieron a la conferencia unas 80 personas.
Su exposición, aunque se atuvo a la cronología de los hechos más relevantes del conflicto, resultó algo desordenada pues estuvo salpicada de comentarios personales y vivencias subjetivas, muchas de ellas relatadas en tono irónico y poco autocomplaciente con la típica imagen del «top gun». Ilustró su exposición con el pase de diapositivas y de dos maquetas, una de Sea Harrier y otra del Mirage III, con las que recreó los combates aéreos. Además, aportó datos sobre la prestaciones de algunas aeronaves británicas y argentinas que intervineron en el conflicto y sobre las tácticas de combate que se emplearon. El conferenciante rehusó abordar el hundimiento del navío «Belgrano», cuestión sobre la que dijo que «no sé nada». Stephen dijo que cuando comenzó el conflicto aún no había cumplido los 21 años (nacio en 1961) y que fue el piloto más joven enviado a Malvinas.


Afirmó que una de sus grandes preocupaciones eran los cinco misiles Exocet que tenía Argentina, pues estos misiles, tras el «dispare y olvídese», volaban a baja altura para no ser detectados por el radar, con lo cual eran un arma precisa y mortífera. En el portaviones «Invencible» estaban ocho Sea Harrier y 12 pilotos y otros 12 Harrier con sus 18 pilotos, muy pocos en comparación con las aeronaves de que disponía Argentina. «No teníamos ni idea de a lo que nos estábamos enfrentando. Tenía miedo a sufrir quemaduras o quedar mutilado».


Después criticó y hasta ridiculizó los vuelos que realizaron los bombarderos Vulcan desde la lejana Isla Ascensión para, tras sucesivos reabastecimientos en vuelo, intentar bombardear la pista del aeropuerto de Las Malvinas. Comentó que estos aviones lanzaron 21 bombas y que ninguna consiguió inutilizar la pista. Tras señalar que el Reino Unido perdió siete Sea Harrier (ninguno en combate directo con los cazas argentinos), explicó los daños que sufrió el Sheffield al ser alcanzado por un misil Exocet. Afirmó que el misil no llegó a explosionar, pero que causó 20 muertos y varias decenas de heridos. «Entonces supimos que estábamos en una guerra de verdad. Supimos que podían pasar nuestras defensas y que podían matarnos. A partir de entonces, nuestra mentalidad cambió y tuve que empezar a ganarme el suelo».


Relató que algunas de sus misiones consistían en proteger a los navíos de su país, al aguardar en vuelo a baja altura la llegada de los aviones argentinos para enfrentarse a éstos. En algunas ocasiones, la presencia de los Sea Harrier disuadió al enemigo y él se alegraba de no tener que disparar. Calculó que las misiones que realizó duraban una dos horas y media.


Relató que le encargaron sobrevolar una noche la bahía de San Carlos, donde posteriormente se realizó el mayor desembarco de tropas británicas. Dijo que no conseguía ver nada y que tras realizar pasadas a baja altura recibió fuego antiaéreo. Su Sea Harrier resultó dañado y a duras penas llegó al «Invencible». Dijo que no le hacía ninguna gracia tener que ejectarse del aparato y aguardar en las gélidas aguas a que viniera en helicóptero a rescatarle el príncipe Andrés. El aterrizaje fue brusco pero llegó ileso. En la cubierta del «Invencible» apenas podía andar, estaba agarrotado y temblaba del miedo que había pasado y un superior le autorizó a tomarse unos tragos de ron para superar el trance.


Stephen elogió la actitud de los pilotos argentinos, de los que dijo que «veían como perdían a compañeros pero seguían peleando» con tenacidad y defendiendo su posición en Las Malvinas. También dijo que le encomendaron bombardear las posiciones antiaéreas y antitanque de las tropas argentinas en la isla, llevando en cada misión tres bombas de mil libras cada una. Dijo que «no tengo ni idea de dónde cayeron. Creo que maté muchas ovejas».


Asimismo, recordó que el conflicto enseñó a la Royal Navy que durante los combates tuvieron una escasa cobertura de radar y que habrían sido en este terreno más superiores si hubiesen dispuesto de radares en los helicópteros Sea King. En otro momento de su intervención elogió la táctica de los argentinos de utilizar los Learjet y otros jets civiles para confundir a los británicos y tratar de despistarlos.


El expiloto militar dio cuenta de las barcos británicos que fueron alcanzados por los argentinos. Afirmó que no «siento rencor» y recordó que algunos de sus compañeros llegaron a conocer años después a algunos de los pilotos argentinos. Tras su intervención, los asistentes le formularon preguntas que respondió, a excepción de una sobre las prestaciones de los motores del Sea Harrier. «La respuesta a tu pregunta la encontrarás en Google», respondió irónico.


Sobre los Sea Harrier, consideró que durante los primeros días de la guerra se mostraron superiores a los Mirage y Super Etendard argentinos, al poder frenarse los Harrier en vuelo, esquivar al enemigo y dejar que éste les adelantase, con lo cual se situaban en su cola y les podían atacar sin peligro, pues la velocidad mínima de los Mirage para no perder altura no podía bajar de los 300 kilómetros por hora.

TEXTO Y FOTOS: JOSE FERNANDEZ GARCIA para TODALAAVIACION/AEROSABADELL.COM

        

 

La noche triste en la que retrocedieron los relojes

 

 

Militares de EE.UU. opinan sobre el peso del apoyo norteamericano a Londres

NORFOLK, Virginia.- Para las 7 de aquella tarde fría del lunes 14, sólo restaba negociar una palabra. El general Mario Benjamín Menéndez quería borrar "incondicional" del acta de rendición de las tropas argentinas desplegadas en las islas Malvinas. Y el general Jeremy Moore, a pesar de las órdenes emitidas y reconfirmadas desde Londres, aceptó. Margaret Thatcher esperaba en la Cámara de los Comunes para anunciar la capitulación, definió como "una gran victoria en una causa noble". 

Pero la redacción del documento se demoró un par de horas más e incluyó un retoque temporal. 

La rendición se firmó a las 21.15, hora de Puerto Argentino, es decir, las 0.15 del martes 15 en Londres. Y para evitar confusiones, se acordó volver atrás los relojes y decir que se firmó a las 20.59 -las 23.59 británicas- del 14 de junio de 1982. 

Fue el fin oficial de la guerra. Casi tres décadas después, las secuelas se extienden como ondas. Sobre los caídos -649 argentinos y 258 británicos- y sus familias, sobre los veteranos, sobre ambos países y sobre las islas, que para los mapas alrededor del mundo siguen siendo las "Falkland"; como máximo, incluyen un asterisco: "En disputa con la Argentina". 

"Aquella guerra fue innecesaria. Se debió a una sucesión de errores cometidos por ambas partes", dice a LA NACION un observador directo y privilegiado del conflicto, el entonces comandante de la Flota del Atlántico de Estados Unidos y jefe supremo de las fuerzas de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), el almirante Harry Train. Autor de Malvinas: caso de estudio , que se distribuyó durante años entre los almirantes y generales norteamericanos que pasaban por la Universidad de Defensa Nacional, Train cree que la Argentina jamás debió iniciar esa guerra. Pero que, ya desatada, pudo pelearla mejor. 

"Podrían haber ganado la guerra si hubieran extendido la pista de aterrizaje de Stanley", afirma Train en Norfolk, base de la Armada, 320 kilómetros al sur de Washington, donde pasa sus años como marino retirado. 

Tan convencido está de eso que lo discutió con el brigadier Basilio Lami Dozo, ex jefe de la Fuerza Aérea, cuando éste ya se encontraba en prisión, en plena democracia. "Discutimos durante cuatro horas hasta que tuvieron que separarnos", cuenta. 

El paso del tiempo permite determinar cuál fue el alcance de la colaboración que Estados Unidos ofreció a Gran Bretaña. La ordenó el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, con el guiño del presidente Ronald Reagan. Proveyeron de armamento, logística e inteligencia, aunque las imágenes satelitales no fueron tan decisivas como se creyó en la Argentina. 

"Se ayudó a reparar barcos y se entregaron misiles. Yo no lo sabía entonces, pero fue así. También posicionamos satélites, pero las imágenes servían para detectar las posiciones fijas en tierra, pero no para los blancos móviles", explica Train. 

"Desde que se obtenían las imágenes hasta que se entregaban a los británicos, los barcos, por ejemplo, podían cambiar de posición, así que no sé qué utilidad podían tener -añade-. Esa inteligencia estaba en su infancia. No es como ahora, que con una tarjeta de crédito se consigue información de los servicios franceses o de otro país. Eramos nosotros y los rusos." 

El almirante Tom Hayward, en 1982 jefe de Operaciones Navales de la Armada norteamericana, reafirma que su fuerza proveyó todos sus misiles A-9L Sidewinder a los británicos, "pero no con alegría", dice a LA NACION desde Seattle. Tenían unos pocos para su defensa, en plena Guerra Fría. 

Las órdenes venían de muy arriba, de Weinberger, "pero podrían provenir de la Casa Blanca". El destino le propinó una chicana inesperada a Hayward. Estaba de visita protocolar en Buenos Aires cuando las tropas especiales desembarcaron el 2 de abril. El jura que lo tomó por sorpresa y retornó a Washington en cuanto fue informado. De allí en más, mientras el secretario de Estado, Alexander Haig, buscaba una salida diplomática, el Pentágono ayudó a Londres. "La Armada sólo se limitó a cumplir órdenes, pero no lo hizo con alegría", rememoró. 

La Argentina y Gran Bretaña cambiaron con la guerra. Thatcher cobró el impulso que necesitaba para ganar su reelección en 1983 y afianzarse en el poder como la Dama de Hierro; los isleños cobraron un papel en las negociaciones que no tenían hasta entonces, y Galtieri cayó en poco más de 48 horas, el 17 de junio: el comienzo del fin de la última dictadura militar. 

"¿El desenlace hubiera sido otro sin el apoyo de Washington a Londres?", preguntó LA NACION a Haig. 

"No lo sé Thatcher sufría severos problemas financieros [Calla unos segundos.] A la distancia, puede decirse que el Estado de Derecho terminó prevaleciendo en la Argentina. Suena algo ideológico, pero la Argentina en última instancia salió ganando y Estados Unidos reforzó su alianza del Atlántico con Gran Bretaña en contra de la Unión Soviética. Desde ese punto de vista, Malvinas también contribuyó a ganar la Guerra Fría."

      

Testimonios de protagonistas

               
Agonía a bordo de un buque británico

En 1982, Bob Mullen tenía 23 años y era un marinero principal en el destructor británico Sheffield. 
El 4 de mayo de ese año presenció el ataque argentino al buque, que finalmente se hundió en el frío Atlántico Sur. En el episodio murieron 20 militares y 24 resultaron heridos. 

Mullen se retiró recientemente de la marina y actualmente vive en la ciudad de Portsmouth. En diálogo con la BBC, contó lo que ocurrió cuando el primer barco de la Fuerza de Tareas (Task Force) fue alcanzado durante la guerra de las Falklands o Malvinas. 

Debió ser el mismo día de la invasión cuando nos informaron que seríamos enviados directamente al sur; estábamos regresando a Portsmouth desde el Golfo Pérsico. 

"Tan pronto como nos dijeron que iríamos a las Falklands, todos nos preguntamos: ¿por qué no navegamos hacia el norte?, ¿no están esas islas cerca de las Shetlands?, ¿qué hacen los argentinos en la costa escocesa? y ¿por qué no invadieron un sitio más bello y soleado como Barbados? 


En los primeros momentos creo que no fui consciente de las muertes. Vi al mecánico jefe John Strange y a otro hombre siendo trasladados, severamente quemados

"En ese momento nos sentimos algo conmocionados. Era como si hubiéramos sido entrenados como plomeros y nunca hubiésemos reparado una tubería. Teníamos que enfrentar nuestros miedos y así estuvimos hasta que todo estalló. 
"Yo era soltero en aquel momento y no tuve oportunidad de hablar con mis padres antes de partir. Mi padre había servido en el ejército, de modo que él y mi madre sabían de qué se trataba. En la primera carta que recibí de ellos, en la isla de Ascención, me dijeron simplemente: 'Cuidate'. 

"Sólo había un conscripto a bordo, que tenía apenas 16 o 17 años, por debajo de la edad de reclutamiento. El capitán se convirtió en su custodio legal y hubo un debate sobre si enviarlo o no de regreso a casa, si debía permitírsele o no ir a la guerra. 

"Le preguntaron y él respondió: 'Quiero ir'. Y al final hizo un buen trabajo combatiendo el fuego cuando fuimos atacados. 

"A bordo del Sheffield yo realizaba diversas tareas en la cubierta, además de vigilar en la sala de observación. 

"Lo primero que hicimos fue arrancar las alfombras para evitar el riesgo de incendios. Se quitaron las puertas de los baños porque podían derretirse. Todo el equipamiento que no era esencial fue dejado en Ascensión. La tripulación debió limpiar sus casilleros e incluso se quitaron las cortinas alrededor de las literas. Íbamos a la guerra y debíamos deshacernos de todo ello. 



"Me avergoncé de cómo nos trataron cuando regresamos (...) Fuimos descritos como héroes". 


"Una de las cosas más divertidas que tuve que hacer con algunos compañeros fue crear códigos para no utilizar lenguaje puro en las comunicaciones radiales. Hubo un buque argentino que fue bautizado como 'Tetera'. Otros fueron llamados 'Barra de Mars' y 'Freno de mano'. 

"Había excitación a bordo del Sheffield y creo que no sabíamos exactamente en qué nos metíamos. Nadie pensaba que la guerra llegaría tan lejos. 

"El 1º de mayo cruzamos la zona de exclusión [declarada alrededor de las islas por Londres]. En ese punto nos dimos cuenta de que la situación era realmente seria. 

"El primer hecho serio fue el hundimiento del crucero General Belgrano. Yo estaba de guardia en ese momento y vi una señal de flash, la más importante en la comunicación naval. 

"Supimos que el buque argentino había sido torpedeado. Todos festejaron: '¡Sí! Ahí tienen lo suyo'. 

"Pero después el teniente primero Mike Norman se metió en medio del festejo y dijo: 'Ellos (los argentinos) son marinos como nosotros. A cientos de millas hay unos 500 hombres nadando en el agua y tratando de sobrevivir. Pueden estar muertos o congelados. Y mañana podemos ser nosotros. 

"Honestamente, no pensábamos en las vidas a bordo de ese barco. Para nosotros el hundimiento del Belgrano significó una amenaza menos. Era sólo un nombre. Y supongo que el piloto que disparó el misil Exocet sintió lo mismo. 


El impacto, lejos de mí, produjo un ruido apagado, extraño; no sonó como una explosión

"El día del ataque era calmo y soleado. Yo estaba fuera de servicio, tratando de dormir dos cubiertas abajo en la popa. El impacto, lejos de mí, produjo un ruido apagado, extraño; no sonó como una explosión. 

"En pocos segundos comenzó a salir humo negro. Tratamos de sumarnos al esfuerzo de quienes combatían el incendio y me pregunté: '¿Qué estoy haciendo acá? No sé qué nos impactó. ¿Fuimos torpedeados? Estoy dos cubiertas abajo y no sé si nos estamos hundiendo'. Subimos y vimos humo saliendo de un agujero de medio metro. Nos dimos cuenta de que había sido un Exocet. 

"Comprobamos aliviados que el hoyo se encontraba por encima de la línea del agua y pensé que sólo seguíamos flotando porque el misil no había detonado. 

"En los primeros momentos creo que no fui consciente de las muertes. Vi al mecánico jefe John Strange y a otro hombre siendo trasladados, severamente quemados. Luego vi el cadáver de Dave Briggs, que murió asfixiado. 

"Las siguientes cinco horas parecieron transcurrir en 20 minutos. La pintura del barco fue una de las primeras cosas que lanzamos por la borda, por temor a que se prendiera fuego. Pero cuando el calor se acercaba a la cubierta, comenzamos a arrojar también las municiones. 


"El capitán Sam Salt dirigía todo. Tenía mucha experiencia y era respetado. Era una figura paternal: todo lo que decía y hacía era sacrosanto. Pero estaba conmocionado, lo veíamos en su rostro. 

"El único momento en el que estuve asustado fue cuando yo y otros dos compañeros nos hallábamos solos en una pequeña sala con maquinaria. Se cortó la energía y escuchamos crujidos, sonidos que el buque nunca había emitido. 

"Cuando estábamos rodeados del resto de la tripulación nos dábamos coraje unos a otros. Pero cuando nos quedábamos solos, la cabeza comenzaba a jugarnos una mala pasada. 

"El fuego continuó y cuando se acercaba al sector donde había potentes explosivos, se tomó la decisión de abandonar el Sheffield. 

"Lo más horrible de dejar un barco es que todo lo que uno tiene está allí. Es como mirar desde afuera cómo se quema la propia casa. La vida entera está ahí. Una de mis tareas era vigilar la línea que vinculaba el buque que nos rescató, el Arrow, con nosotros. Cuando mis compañeros pasaron al otro barco, me saludaron gritando: '¡Adiós, Bob! Fue un gusto conocerte'. 

"Después de ser llevados a Ascención nos dirigimos a Brize Norton. Me avergoncé de cómo nos trataron cuando regresamos. En los diarios fuimos descritos como los héroes del Sheffield. Pero no nos sentíamos así. Es que habíamos perdido nuestro destructor". 

Fuente: BBC.

    

Las ultimas horas en el Belgrano

                                 

 Testimonios inéditos de la tragedia de la guerra de 1982 que costó 323 vidas.

"Venía por el pasillo y sentí un impacto fuertísimo y una explosión. Se movió todo. El piso temblaba. Estaba oscuro. El silencio era total. Después, escuché una voz que decía: "Tranquilos, tranquilos que no pasa nada..."." 

Eran las 16.1 del domingo 2 de mayo de 1982, y para el conscripto santafecino Hilario Rodríguez, de 19 años, y los otros 1092 tripulantes del crucero ARA General Belgrano, acababa de desatarse el infierno. 

Aunque aún no lo sabían, el sacudón y la explosión posterior los había provocado el impacto de dos torpedos MK8 lanzados por el submarino nuclear Conqueror, de la armada británica. 

El viento soplaba a 120 kilómetros, las olas medían 12 metros, la temperatura era de 10 grados bajo cero, con menos 20 de térmica, y la del agua, de casi cero grado. 

Estaban en medio del Atlántico Sur, al este de la isla de los Estados y al sur de las islas Malvinas. Para las cartas navales, a los 55º24'S y 61º32'W. 

El crucero sería la primera víctima en la historia de un submarino nuclear, y en su caída a 3000 metros de profundidad arrastraría a 323 tripulantes, y a las últimas, desesperadas negociaciones políticas para impedir la guerra. 

* * * 

El ataque sorprendió a todos. Fue tan fugaz -entre un impacto y otro hubo sólo 30 segundos- y terminante: en menos de una hora, el crucero, una mole de 13.500 toneladas, 185 metros de largo, 18 de ancho y 37 de alto, se fue a pique. 

La posición del Conqueror en el momento de la agresión era óptima: estaba diez kilómetros al sur de su blanco, y en sus radares debe de haberse visto nítido el perfil del crucero. 

Según el comandante del Belgrano, el capitán de navío Héctor Bonzo, "la velocidad de los torpedos era de unos 40 a 45 nudos (unos 60 kilómetros) por hora, y no se vieron las estelas por dos razones: venían a cinco metros de profundidad y el mar estaba encrespado". 

Las evaluaciones posteriores determinaron que la cabeza del primer proyectil, el que a las 16.01 dio en la sala de máquinas de popa, ingresó dos metros dentro del buque antes de explotar, haciendo un boquete de 20 metros de largo por 4 de ancho. 

La onda expansiva abrió una chimenea de quince metros de alto, que atravesó cuatro cubiertas y deformó la quinta, que era la principal. 

Por el rumbo abierto por el torpedo, el Belgrano embarcó en segundos 9500 toneladas de agua. 

El segundo proyectil dio en la proa treinta segundos después. Varios testigos vieron cómo se elevaba con violencia una columna de agua y hierros, y al caer habían desaparecido 15 metros del buque. 

Este impacto no causó víctimas, y tal vez ni siquiera fue necesario: "De los 323 muertos del Belgrano, creemos que 270 murieron durante el primer impacto", cuenta Bonzo. 

* * * 

¿Cómo hizo el Conqueror para descubrir al Belgrano? Por ahora nadie lo sabe, y sólo se manejan hipótesis. Las dos más concretas son: 

Que la base naval chilena de Punta Arenas haya transmitido la posición del crucero al agregado militar británico en Santiago. 

Que algún espía británico en Ushuaia haya informado la salida del buque el 24 de abril e inferido su ruta, que hasta entonces era secreta. 

En un caso u otro, lo cierto es que el 25 de abril el submarino estaba en la zona de Georgias, donde fue detectado por los comandos del grupo Lagartos de la Armada Argentina. 

Al mando estaba el teniente Alfredo Astiz, y el aviso sobre la posición del Conqueror fue su última (¿única?) acción de guerra: al día siguiente firmaba su rendición ante el capitán inglés Nicholas Baker. 

Para el 1º de mayo, el submarino ya había llegado al este de la Isla de los Estados, y desde allí observó por periscopio el abastecimiento del crucero en alta mar. 

La cacería había comenzado. 

* * * 

El Belgrano tenía su historia. 

Botado en Arizona el 12 de marzo de 1938 como Phoenix, sirvió a la Armada de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. 

El 7 de diciembre de 1941 estaba en Pearl Harbor cuando la base fue atacada por los japoneses. El buque respondió el ataque, no fue alcanzado por las bombas, y desde entonces peleó en el Pacífico y en el Indico. 

En marzo de 1946 fue desafectado de la flota norteamericana, y en 1950 fue comprado por la Argentina en 4 millones de dólares. El 12 de abril de 1951 izó por primera vez la bandera de nuestro país, y desde entonces pasó a llamarse 17 de Octubre. 

El 16 de septiembre de 1955 el crucero se encontraba en Golfo Nuevo, con el resto de la flota sublevada contra el peronismo, y desde allí se desplazó hacia Buenos Aires. 

Dos días más tarde, el buque llegó al Río de la Plata enarbolando la insignia del comandante de la Marina de Guerra en Operaciones, el almirante Isaac Rojas, que había constituido su comando a bordo. 

Finalmente, el 22 de septiembre de 1955, un mes después de la caída del peronismo, el buque pasó a llamarse General Belgrano, "dada la inconveniencia de mantener en las unidades navales nombres de personas o hechos cercanos en el tiempo". 

* * * 

Para el 29 de abril de 1982, la flota argentina había sido dividida en tres grupos de tareas que operaban en el Atlántico Sur. 

El GT3, ubicado en cercanías de la Isla de los Estados, lo integraban el Belgrano, los destructores Piedra Buena y Bouchard y el buque tanque de YPF Puerto Rosales. 

El plan táctico para el Belgrano era acercarse a Puerto Argentino desde el Sur, para envolver a la fuerza británica que había comenzado a bombardear la posición. 

La maniobra debía coincidir con el bombardeo de los aviones navales desde el Norte, pero en la tarde del 1º de mayo se suspendió: insólitamente, en la zona no había viento y los aviones no podían despegar. 

En la madrugada del 2 de mayo, el contralmirante Gualter Allara había ordenado el repliegue de los buques. La instrucción al Belgrano fue dirigirse a posiciones de menor profundidad (no más de 120 metros) para evitar la presencia de los submarinos nucleares. 

El viejo barco navegaba solo, y el Piedra Buena y el Bouchard lo seguían a unos diez kilómetros al Este, con las transmisiones de radio cortadas, haciendo escucha hidrofónica. 

Se había pasado del alistamiento de batalla, una especie de alerta rojo, a la situación de crucero de guerra: sólo un tercio de la tripulación estaba en sus puestos de combate. Otro tercio descansaba, y el restante trabajaba o comía. El menú de esa noche no habría desesperado a los gourmets: habría albóndigas con papas hervidas. 

* * * 

El buque había dejado Puerto Belgrano el 16 de abril, 14 días después del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas. 

Aunque la invasión se había iniciado el 2, el crucero estaba en mantenimiento y no pudo sumarse enseguida a la operación. 

¿Era apto el Belgrano para estar en la primera línea de combate? 

Su comandante, el capitán de navío Héctor Bonzo, es terminante: "Era un buque absolutamente operativo. Hasta 1981 había ganado el premio del diario La Prensa al mejor tiro de combate de la Flota de Mar. Estaba equipado con misiles antiaéreos CA-Cat y tenía una coraza de acero de 2,5 centímetros de espesor. La tripulación estaba perfectamente entrenada y el buque se modernizaba año tras año". 

Otras fuentes tienen opiniones diferentes. Un alto jefe militar, con participación en la Guerra de Malvinas, dijo a La Nación: "El Belgrano no estaba en condiciones de combatir. Lo prudente hubiese sido que se quedara en el puerto". 

* * * 

En rigor, el Belgrano nunca entró en combate, pero se convirtió en una trampa para todos sus tripulantes. 

Tres pequeñas (y milagrosas) historias de la tragedia. 

La primera, en la cantina. El crucero llevaba a dos cantineros que eran hermanos: los santiagueños Heriberto y Leopoldo Avila. Eran los únicos civiles a bordo, y poco antes de abandonar Puerto Belgrano se les había comunicado que el buque entraba en operaciones, y que tenían derecho a permanecer en tierra. No quisieron. 

Cuando ocurrió el ataque, "uno de ellos subió a cubierta, pero no quiso tirarse al bote salvavidas porque el otro no estaba. Como no venía, lo fue a buscar, y ninguno de los dos regresó", cuenta Bonzo. 

La segunda, en la enfermería. Hacía tres días que al conscripto Eduardo Lamaestre lo habían operado de urgencia por apendicitis aguda. 

En medio de la confusión, se vistió, agarró el salvavidas que le alcanzó un compañero, un bolso azul con elementos de primeros auxilios y provisiones, y se embarcó en una de las balsas. Se salvó, y hoy vive en Bahía Blanca. 

La tercera, en el sollado. A Walter Morales le faltaban 10 días para terminar la conscripción. En el momento de la explosión estaba en su cucheta, esperando para ir a comer. 

"Cuando iba al puesto de abandono me crucé con un compañero quemado. Era el cabo Ramón Escobar. Lo llevé a mi balsa, lo ayudé a embarcar y después me tiré yo." Escobar, con quemaduras en casi todo el cuerpo, murió en la balsa antes de que el destructor Piedra Buena pudiera rescatarlo. El oficial a cargo ocultó la muerte a los demás: "Se quedó dormido", les dijo. 

* * * 

El intento por salvar al cabo Escobar daría pie a una foto escalofriante que dio la vuelta al mundo: la del Belgrano, escorado a estribor, sin proa, rodeado de balsas y a punto de hundirse. 

El improvisado fotógrafo fue el teniente de fragata Martín Sgut. Hoy, 18 años después, dice: 

"Al recibir la orden de evacuar fui al puesto que tenía asignado. Allí estaba Escobar. Como lo vi sin ropas, volví a mi camarote a buscar algo con qué cubrirlo y en medio de la oscuridad encontré mi campera. La llevé a la balsa, y mientras lo tapaba noté que había algo en un bolsillo. Era una cámara pocket con la que había sacado unas fotos en Ushuaia. Unos minutos más tarde, simplemente me asomé y disparé las últimas fotos que quedaban en el rollo. Después, al llegar a Ushuaia, entregué la cámara con el rollo a mis superiores. Era el testimonio de la muerte de más de 300 camaradas." 

Una semana más tarde, un oficial que no quiso identificarse citó al fotógrafo Don Rypka, enviado especial de la agencia norteamericana de noticias United Press, al hotel Plaza de Buenos Aires. 

"Cuando llegué, puso sobre una mesa las fotos del Belgrano hundiéndose, y me dijo que costaban 10.000 dólares", cuenta Rypka, hoy editor fotográfico de La Nación. 

El fotógrafo se negó a comprarlas porque el día antes, por 200 dólares, habían sido vendidas a su competencia, la agencia Associated Press. 

* * * 

Al segundo comandante del Belgrano, el entonces capitán de fragata Pedro Galazi, el buque le venía como anillo al dedo: habían nacido el mismo día, el 12 de marzo de 1938. 

Sobrevivió a su barco y fue uno de los más de 700 hombres que alcanzaron las balsas salvavidas y que terminaron siendo los involuntarios (aunque afortunados) protagonistas de una de las mayores operaciones de rescate naval de todos los tiempos. 

"En la balsa éramos 32 hombres. Casi no nos podíamos mover y estábamos acurrucados unos contra otros. Eso nos salvó del frío y nos salvó la vida: la mayoría de quienes murieron en las balsas, murieron congelados. En aquellas horas, el combate era con el mar." 

El tenor Darío Volonté tenía 18 años y era cabo en el Belgrano. También se salvó a bordo de una balsa. "La evacuación fue tranquila pero tremenda. Había gente herida, que gritaba y lloraba. Yo sentía que se me movían las tripas y el piso. Había gente con ataques de pánico, otros que cantaban o contaban chistes..." 

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El crucero General Belgrano parece haber tenido una relación mágica con los domingos. 

Fue domingo el 7 de septiembre de 1941, cuando el ataque a Pearl Harbor; fue domingo el 19 de agosto de 1945, cuando regresó a su base después de la Segunda Guerra Mundial, y fue domingo el 2 de mayo de 1982, cuando se hundió en aguas del Atlántico Sur. 

El hundimiento arrastró también las últimas esperanzas de una solución negociada a la Guerra de Malvinas. 

El presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, había propuesto la administración multinacional compartida de las islas y los archipiélagos de Georgias y Sandwich del Sur, y la propuesta había sido aceptada por el gobierno argentino, Estados Unidos, Alemania, Italia y Canadá. 

El gobierno británico había prometido su respuesta para las siete de la tarde del 2 de mayo, pero contestó antes, a las 16.01, con los dos torpedos del Conqueror. 

* * * 

El reglamento para los capitanes de buques los autoriza a utilizar sus armas para mantener el orden en situaciones de crisis. 
El capitán Héctor Bonzo no tuvo necesidad de usarla: cuando abandonaba su barco en medio de la tempestad, la pistola se le había caído al agua. 

                                          

 

La guerra submarina en Malvinas 

 

Debajo de las aguas del Atlántico Sur se libró, durante el conflicto de 1982, una batalla invisible y desigual de la que hasta ahora no se conocía prácticamente nada: los poderosos submarinos británicos contra dos vetustos sumergibles argentinos. Esta investigación revela que, aún así, la Argentina no estuvo lejos de asestar los golpes que podrían haber torcido el rumbo de la guerra.


Las dos operaciones submarinas entre dos fuerzas disímiles, separada por un abismo tecnológico y militar. La Argentina estuvo, no obstante, cerca de comprometer el desarrollo de la operación británica en el Atlántico sur. La precariedad instrumental les jugó en contra. 

A comienzos de 1982, la fuerza submarina de la Armada Argentina se encontraba en una etapa de transición, con un inventario mas bien modesto: solo cuatro unidades. Dos de ellas eran veteranos sumergibles del tipo GUPPY, de origen norteamericano, construido a fines de la segunda guerra mundial y transferidos a la Argentina en 1971: el ARA Santiago del Estero, que había agotado su vida útil y esperaba pacientemente el fin de sus días en el calor de algún horno de fundición, y su gemelo, el ARA Santa Fe, aún en servicio, pero atravesaba dificultades casi análogas.

Para entonces, y como reemplazo de estas unidades, se estaban construyendo en Alemania Federal modernos submarinos tipo TR-1700, mientras que en el país se inauguraba oficialmente el "ASTILLERO DOMECQ GARCIA", una enorme planta modelo pensada para construir localmente (nunca lo haría) varias unidades más de este tipo. La primera unidad tenia que ser entregada en 1984 (demasiado tarde).

Dos contra todos

La respuesta argentina a la real armada británica, que dentro de la OTAN tenia un rol específico en la guerra antisubmarina, quedaría entonces a cargo de los sumergibles convencionales tipo 209 ARA San Luis y ARA Salta, incorporados a la flota ocho años antes del enfrentamiento.

La participación del Salta tuvo la duración de un suspiro. Antes del intento de recuperación de las islas Malvinas había estado en talleres.

La versión oficial de su rápida desafectación da cuenta de que, durante las pruebas realizadas por este submarino en aguas del Golfo Nuevo, bajo el mando del Capitán de Fragata Manuel O. Rivero, fue registrada una inusual generación de ruido, circunstancia que lo hacia fácilmente detectable a los sonares enemigos. Se adujo que el problema no podía ser solucionado antes de que finalizaran las acciones bélicas.

De esta manera, solo quedaron en pie un submarino moderno el San Luis y un veterano el Santa Fe. A pesar de que inicialmente el San Luis evidenció complicaciones técnicas en unos de sus motores diesel, su comandante, el Capitán de Fragata Fernando M. Azcueta, se encontraría en condiciones aceptables de zarpar.

Las penurias del Santa Fe

El viejo Santa Fe zarpó de la base Naval Mar del Plata el 27 de marzo del 82´. llevaba a bordo la Unidad de Tareas 40.1.4, compuesta por 13 buzos tácticos. Su misión original era la captura del faro San Felipe en Cabo Pembroke (en Malvinas), y la demarcación de la playa de desembarco para los vehículos anfibios que participarían de la operación Rosario, el 2 de abril.

Durante la noche del 31, por el periscopio del submarino se observaron las luces encendidas de Puerto Argentino. De pronto, el equipo de comunicaciones enmudeció. Hubo que perder tiempo arreglándolo. A las 1:53 del 2 de abril llegó la confirmación desde el continente: deberían seguir con la operación. Media hora después se lanzaban al mar los botes de goma, llevando a los buzos a la costa.

El 12 de abril, el San Luis recibía la orden de zarpar hacia el norte de las islas, pero fuera de las zonas de exclusión total de 200 millas que había dispuesto Gran Bretaña en torno del archipiélago.

Al regresar el Santa Fe a su apostadero habitual, su comandante, el Capitán de Corbeta Horacio Bacain, recibió la orden de alistarse para una patrulla que duraría 60 días, a cuyo efecto embarcaría suficiente combustible, comida y armas.

Debido a la antigüedad del sistema de control de tiro del submarino, los torpedos solo serían efectivos sobre blancos ubicados a menos de 2000 yardas. Como misión inicial de su patrulla, el submarino debía transportar 20 infantes de marina para reforzar la guarnición en Georgias del Sur.

Zarparon la noche del 16 de abril, bajo condiciones extremadamente precarias.

Apenas salió del puerto de Mar del Plata, en el Santa Fe se manifestaron varios desperfectos técnicos.

Y todavía quedaba por delante un recorrido de casi 1500 millas.

Días después, la fuerza de tareas británica emprendía su travesía hacia el teatro de operaciones desde la isla Ascensión, una base norteamericana en el Atlántico Sur (mitad de camino entre Gran Bretaña y Las Malvinas).

El grupo de buques, incluidos los portaaviones Hermes e Invincible, entró rápidamente en estado de alerta antisubmarina debido al avistamiento de supuestos periscopios en las proximidades, que fueron seguidos de varios contactos de sonar. Entre sus tripulaciones cundió el nerviosismo. 

Dos misiones

El 23 de abril, el Santa Fe fue informado desde el continente sobre la presencia de buques enemigos. Pese a la proximidad de los británicos, el Capitán Bicain aún tenia restringido el uso de sus torpedos para el caso de ser atacado. Difícilmente tenia posibilidad de maniobrar para poder disparar eficazmente su armamento si era detectado. Y el submarino nuclear HMS Conqueror, estaba en el área dispuesto a consumar su destrucción.

Tras burlar el bloqueo ingles, en la oscuridad de la noche de la jornada siguiente el Santa Fe emergió frente a la Bahía Cumberland y comenzó el desembarco en Grytviken (Is. Georgias) de los hombres y abastecimiento de refuerzo.

Cerca de la madrugada, cuando la tarea había sido completada, zarpó navegando en superficie para ganar velocidad y alejarse. Llevaba una segunda misión mas importante y ultrasecreta: atacar la línea de reabastecimiento británica entre Ascensión y la fuerza de tareas, en aguas de Las Malvinas. El plan era esconderse en las innumerables Caletas de las Georgias de Sur y efectuar las reparaciones que fueran necesarias, además de recargar sus baterías.

Blanco de tiro

Entre las nubes bajas y la neblina matinal que rodeaban las islas, apareció de pronto, un helicóptero proveniente de la fragata HMS Antrim que avistó al Santa Fe.

En unos segundos el submarino se vio asediado por otros cuatro helicópteros que le dispararon un torpedo, dos cargas de profundidad y cuatro misiles, además de ráfagas de ametralladoras.

Como toda defensa, su tripulación, desde la vela del submarino, respondió a los ataques con unos viejos rifles que tenia a bordo.

La lluvia de plomo caída sobre el Santa Fe provocó daños en su casco que lo obligaron a regresar a Grytviken, donde horas mas tarde se produjo la rendición de la guarnición Argentina. Durante el combate, un misil que atravesó horizontalmente la vela, sin explotar, le amputó una pierna a uno de los marinos Argentinos.

Luego de atacar, y aprovechando la distracción de los británicos por un incidente que les había costado la vida al suboficial Felix Artuso, tripulantes del submarino lograron burlar la guardia y abrieron disimuladamente válvulas y escotillas de la nave, provocando su hundimiento. No solo el Santa Fe quedo inutilizable sino que también el muelle.

El Santiago del Estero, una virtual chatarra, fue secretamente sacado a remolque de la Base de Mar del Plata y trasladado hacia Puerto Belgrano. La maniobra buscaba confundir a la inteligencia británica, que lo creería en operaciones. Y, efectivamente, aunque el viejo submarino no podía moverse, creyeron durante el conflicto que estaba operando en patrulla de alta mar , lo cual los obligo a mantener constante vigilancia y desvío de recursos bélicos.

La perdida de el Santa Fe dejaba a la fuerza de submarinos, bajo el mando del Capitán de Navío Eulogio Moya Latrubesse, con solo una unidad operativa: el San Luis, que el 29 de abril recibió la noticia de que se habían las reglas de enfrentamiento. Quedaba autorizado a disparar libremente sus torpedos en las zonas de patrulla al norte de las islas, pero dentro de la zona de exclusión.

El almirante ingles Sandy Woodward, comandante de las fuerzas navales para la Operación Corporate, había desplegado el 1 de mayo un grupo de tres buques y helicópteros antisubmarinos cerca del área designada para el submarino argentino, después de asumir como valido un informe brindado por la inteligencia británica, que había interceptado y descifrado el mensaje dirigido desde Mar del Plata al comandante del San Luis.

Eran las 22:05 hs cuando, a unas 10000 yardas del blanco escogido y optima posición del disparo, el Capitán Azcueta dispuso el lanzamiento del moderno torpedo SST-4 FILOGUIADO.

Fueron 3 interminables minutos durante los cuales se aguardo el sonido de la explosión, pero esta no llego.

El cable que unía al torpedo se había cortado.

Los ingleses detectaron la aproximación del torpedo y se lanzaron furiosamente sobre el San Luis, la cacería duraría más de 20 hs, pero no fue infructuosa.

Mas adelante, cerca de las 19 hs del 8 de mayo, tuvo lugar un nuevo contacto. Esta vez no era en la superficie.

En las pantallas de la sala de control del San Luis se observo un desplazamiento inteligente debajo del agua a una velocidad de 6 a 8 nudos, y a una distancia cerca de 3000 yardas.

Resultaba difícil la identificación del barco. Igual se disparo un torpedo Mk37 antisubmarino.

Transcurrieron 12 interminables minutos hasta que se escucho una explosión. No existen confirmaciones publicas de las consecuencias de este lanzamiento. Tal vez, el torpedo dio contra una desafortunada ballena. Tal vez, contra un submarino británico. 

Una nueva decepción

Como parte de los nuevos desembarcos británicos en las islas el almirante Woodward ordeno a la fragata Alacrity que recorriese, la noche del 10 de mayo, de sur a norte y en toda su longitud del estrecho de San Carlos, que separaba las islas Soledad y Gran Malvina. Debía descubrir si sus aguas estaban minadas y si existían defensas costeras que pudieran comprometer las operaciones. El comandante de esta fragata , Capitán Chris Craig, estaba convencido que se dirigía a una misión suicida. No fue así.

Durante su silenciosa y tensa travesía, detecto un barco de superficie. Ordeno preparar el cañón de 4.5 pulgadas y luego de algunos minutos efectuó una serie de disparos, haciendo desaparecer el contacto de sus pantallas. Había hundido al transporte naval argentino Isla de los Estados, cuya misión era restablecer de pertrechos a las guarniciones militares argentinas. Perdido el secreto de su misión, el Capitán Craig ordeno poner máxima potencia a sus motores para salir del estrecho y alcanzar a toda velocidad la seguridad de aguas abiertas, donde, además, lo esperaba otro barco británico.

En la boca del estrecho estaba el San Luis, al que se le apareció, como caída del cielo, la oportunidad (sin saberlo) de vengar al Isla de los Estados.

Las condiciones de ataque parecían inmejorables para el submarino argentino.

De los dos blancos, la fragata y el Alacrity, escogió a este, que estaba ubicado ente el submarino y la costa.

Luego de preparar manualmente la información para el lanzamiento (la computadora seguía fuera de servicio), decidió lanzar dos torpedos SST-4 a una distancia de 5000 yardas.

Era la 01:30 del 11 de mayo. Uno de los torpedos no salió del tubo y el otro volvió a sufrir el corte del cable de guiado después de dos minutos y medio del lanzamiento. Poco después, sin embargo, registró una explosión lejana. Posiblemente contra una roca del fondo del mar.

La velocidad que llevaban las fragatas británicas impedían al Capitán Azcueta intentar un nuevo lanzamiento. No comprendía que pasaba con sus torpedos. Informo a su base sobre el ultimo ataque y, dos días mas tarde, sin posibilidad de solucionar los percances, recibió la orden de regresar a Mar del Plata. No volvería a combatir.

Temor en pie

Así y todo, los británicos seguían temiendo a la amenaza submarina argentina, por lo que tuvieron un inmenso despliegue de medios y armamento antisubmarino hasta el fin del conflicto.

De hecho, los conflictos 820, 824 y 826, de helicópteros antisubmarinos, registraron la mayor cantidad de horas de vuelo de todas las aeronaves que participaron en la guerra, operando desde los dos portaaviones y desde otros buques adaptados con cubiertas de vuelo. Durante mayo, Gran Bretaña mantuvo en el aire constantemente a no menos de cuatro helicópteros antisubmarinos.

Tal era el extremo de la preocupación que, según recientes revelaciones periodísticas británicas, fueron enviados espías a los astilleros alemanes para comprobar el grado de avance en los submarinos TR-1700 que allí se construían para la Argentina.

A su vez, los submarinos nucleares británicos lograron efectivizar el factor de disuasión esperado de ellos a partir de un hecho clave en la guerra: el hundimiento del Crucero General Belgrano, el 2 de mayo, por parte del Conqueror.

Los submarinos ingleses cumplieron además misiones de patrullaje, de bloque y de pantalla de alerta aérea temprana, avisando a los buque de fuerza principal la aproximación de las aeronaves argentinas.

También infiltraron en las tropas espaciales para recoger información de inteligencia sobre las fuerzas argentinas apostadas allí. Esta misión fue realizada a fines de mayo con un submarino convencional, que resultaba mas adecuado para esas costas.

Pero las fuerzas navales británicas no las tuvieron todas consigo. El improvisto cambio de aguas de diferentes temperaturas y salinidad ocasionó serios problemas a los sonares y a sus operadores, circunstancia agravada por la poca profundidad de las aguas que rodean al archipiélago.

Ni la flota de superficie ni sus modernos submarinos nucleares sub-Killer estaban preparados para un escenario de esas características. Gracias a ello, el San Luis nunca se encontró bajo peligro importante, pese a operar dentro de la zona de exclusión. Esa fue su única ventaja dentro de una lucha marcadamente desigual.

La batalla del rumor mediático

La guerra de las Malvinas presenta una curiosa dualidad: de un lado puede observarse como la última conflagración del siglo pasado. 

Una situación colonial en juego, el monopolio y la censura de la información, así como el intento de colocar una única racionalidad posible -la de la fuerza- por encima de las negociaciones diplomáticas, apuntalan esa mirada. Así lo cree la semióloga argentina Lucrecia Escudero. Pero, a la vez, precisa la investigadora, se trata de una guerra mediática por excelencia, totalmente "moderna", al desarrollarse lejos del teatro de operaciones de todos los actores.

Una guerra que para el gran público sólo adquirió visibilidad por medio de la imagen o la palabra.

Los contornos difuminados de un submarino quedan como constancia de la peculiar batalla informativa del otoño de 1982.

En su libro Malvinas: el gran relato. Fuentes y rumores en la información de guerra, Escudero recuerda que el 31 de marzo, dos días antes del desembarco argentino en las islas, Clarín publicó una noticia que parecía proceder de Londres: los ingleses habían enviado a aguas australes al submarino atómico Superb.

El Foreign Office se abstuvo de comentar la versión. La prensa argentina había concluido que se estaba frente a la filtración de noticias militares estrictamente reservadas. En vísperas del desembarco, el Superb, consignó ese diario, glosando agencias extranjeras, desplazaba 45.000 toneladas.

El 4 de abril, algunos medios europeos señalaron que el mismo sumergible estaba por zarpar hacia los mares del Sur a la cabeza de la Task Force. El 5 de abril, la agencia de prensa DAN (pool de agencias del ex bloque socialista) lo había avistado a 250 km del archipiélago. Un día más tarde, la Armada argentina verificó su presencia en la zona, junto con otro sumergible atómico, el Oracle.

El Superb también fue divisado por un piloto brasileño cerca de Florianópolis (Estado de Santa Catarina, al sur del Brasil), quien ofreció una prueba fútil: una foto ilegible.

La confusión no había llegado aún a su clímax: Le Monde habló de varios submarinos y el 12 de abril, Clarín anunciaba la llegada a la zona de sumergibles soviéticos.

Cuando la flota británica estaba realmente en los umbrales del teatro de operaciones, el Superb se esfumó de escena para darle lugar a los verdaderos buques y submarinos.

El 23 de abril, el Daily Record dijo que el Superb estaba fondeado en costas escocesas. Nunca se había ido de ese lugar.

Sólo en ese momento se reconoció en Buenos Aires que todo había sido un ardid.

 

 

El ataque del tordillo

 

El 13 de junio de 1982, el Capitán Varela despegó en su A-4C formando parte de la Escuadrilla “Chispa”, que junto con la Escuadrilla “Nene” debían atacar a las tropas inglesas que cercaban Puerto Argentino. Volaba en un avión sin pintar que tenía sólo una imprimación gris y por ello era llamado “El Tordillo”, lo cual facilitó la formación en vuelo de sus numerales aunque a veces se perdía de vista en medio de la lluvia, siendo visible sólo la estela que marcaba en el mar. 

Entraron a muy baja altura por el NO sobre la península de San Luis, siendo el blanco de Varela la parte NE de la ladera del Cerro Dos Hermanas. Al pasar sobre una loma, Varela avista una especie de campamento, con armazones de radar y helicópteros estacionados, por lo que le apuntó con su mira y arrojó sus bombas mientras ordenaba a sus numerales hacer lo mismo. Luego salió con un viraje hacia el SE, cruzándose con un Sea King que le disparó, no pudiendo repeler esta agresión debido a que tenía otra misión. Para ese entonces, la escuadrilla era atacada con una gran variedad de misiles y proyectiles. 

Varela sintió una fuerte explosión y vio un gran resplandor junto a su avión, mientras escuchaba al Teniente Roca gritarle que se eyectara, pues lo habían alcanzado. Cambiando el viraje de izquierda a derecha y sintiendo las sacudidas del avión, escuchó al Teniente Mayor: “Señor, acaba de explotar un misil entre su avión y el mío”. Intentó dispararle a otro Sea King que se le cruzó, pero observó que la temperatura del motor estaba muy por encima del límite máximo al mismo tiempo que producía ruidos anormales, por lo que redujo la potencia para mantenerla controlada y eyectó las cargas externas, emprendiendo el regreso.
 

¡Señor eyéctese!, ¡Lo alcanzaron! – el misil explotó con un fuerte resplandor - ¡Señor, otro misil entre su avión y el mío! – fuertes trepidaciones y temperaturas del motor sobre el arco rojo. 

El Capitán Varela eyectó las cargas y redujo acelerador, escapando hacia un lugar para tirarse en paracaídas. Pasado un tiempo y buscando una potencia reducida, el avión se mantenía en vuelo. Lo pensó bien: el caballo rengueaba pero mantenía el ritmo. Apuntó al Oeste buscando la ruta del sol, y caballo y jinete se internaron en la inmensidad del mar. 

Cuando redujo en el aterrizaje, el motor se paró. ¡Señor, venga a ver!, le dijo el mecánico cuando bajaba de la cabina en plataforma. El compresor no tiene álabes, ¡se han derretido! 

Una turbina no puede funcionar sin compresor. La presión dinámica del aire en vuelo más una providencial posición del acelerador habían hecho el milagro. 

El Tordillo, mortalmente herido, había traído a su jinete a casa, exhalando el último suspiro sobre la pista.
 

 

Operación Mikado:Las acciones británicas realizadas desde territorio chileno.

En mayo de 1982, la guerra en las Malvinas había comenzado y los pilotos navales argentinos habían usado los misiles franceses Exocet en sus aviones Super Etendard contra el destructor británico "Sheffield" después del hundimiento del crucero "General Belgrano". 
El efecto fue devastador y los mas de veinte muertos y decenas de heridos shockearon a Gran Bretaña. La inteligencia británica descubrió que había más Exocet que podrían ser lanzados por los argentinos. Si le pegaban al PAL Hermes o al PAL Invincible, buques madres de su flota, los resultados podrían ser catastróficos. El gabinete de guerra de Margaret Thatcher decidió que los misiles debían ser descubiertos y destruidos. La misión recayó en el Escuadrón B del SAS en una operación secreta que bautizaron Mikado. Debían volar hasta la base naval de Río Grande, en Tierra del Fuego, donde estaban los misiles. Aterrizar en dos Hércules C-130, destruir los misiles, los aviones Super Etendard, matar a los pilotos y refugiarse en Chile, "territorio neutral" con la excusa de un desperfecto técnico. Reagan le advirtió a Thatcher que esta clase de operaciones forzaría la intervención de otros países latinoamericanos en la guerra como Perú. 
Como primer paso, el capitán del SAS Andrew H. viajó hacia Chile bajo la cobertura diplomática de asistente del agregado militar. Su trabajo era reconocer las rutas, la frontera y planear cómo se abastecerían. El comando pretendía infiltrar un grupo desde Chile para dar una alerta temprana e informar al SAS cuando los Super Etendard despegaban de la base de Río Gallegos. Pero luego se descubrió que los aviones Harrier británicos no alcanzarían a los aviones argentinos antes de que lanzaran su misil Exocet. 
El escuadrón empezó a entrenar en las montañas de Escocia. El general Peter de la Billiere, jefe del SAS, pensaba mandar un helicóptero de avanzada al territorio argentino para el reconocimiento del objetivo, la ubicación de los aviones y del combustible. Pensaban que los Hércules británicos serían detectados 30 millas antes por el radar y recibirían una bienvenida de misiles antiaéreos. Por eso preferían la noche para actuar y aterrizar. Divididos en dos grupos de quince hombres, el proyecto era destruir los aviones, identificar los oficiales y matarlos uno a uno. Si los aviones sobrevivían al aterrizaje y al ataque, escaparían por aire y si no, hacia Chile por la tierra helada y húmeda, un terreno donde los comandos británicos se sienten más que cómodos y se vuelven imbatibles. 



Las fotos satelitales de los norteamericanos mostraban una estancia cercana a la base, la de Sara Braun. Uno de los comandos dijo que había que matar a todos sus moradores. El 17 de mayo de 1982 partió desde el portaaviones "Invincible" un helicóptero con tres comandos del SAS. Armados y con equipos de comunicación satelital, el grupo se dirigía hacia Río Grande cuando el radar mostró a 20 kilómetros del objetivo que habían sido detectados. El capitan L. consideró "la misión comprometida". Se miraron entre todos angustiados y decidieron avanzar hacia el oeste, rumbo a Chile, en dirección a Punta Arenas. "Mision abortada" transmiten por el equipo y abandonan el helicóptero. El Ministerio de Defensa británico dice oficialmente que se trató de un aterrizaje de emergencia. Pero el mundo sabe que las fuerzas especiales británicas están operando en el continente argentino o tratando de hacerlo. Los pilotos del SAS parten en ropas civiles en un vuelo de línea de Santiago a Londres. Más tarde hubo otro intento para llevar adelante la Operación Mikado. Pero ocho comandos del escuadrón D murieron cuando un helicóptero se cayó al mar al trasladar a integrantes del SAS de un barco a otro en el Atlántico Sur pocas semanas después del primer fracaso. La señal que llegó desde los cuarteles de Hereford fue terminante: la misión se pospone. 
El vicealmirante Horacio Zaratiegui, a cargo de la zona Austral en Tierra del Fuego, siempre tuvo sospechas de las intenciones británicas. Por algo lo habían entrenado los propios británicos en su Escuela de Inteligencia en Gran Bretaña. Obsesionado con un posible ataque chileno, el oficial creía que había una alianza silenciosa entre Chile y el Reino Unido que le permitiría a los chilenos avanzar desde el oeste en recuerdo del diferendo del Beagle. En 1983 el ex comandante de la zona austral relató lo siguiente: "Nuestros radares observaron que el helicóptero se desplazaba desde el territorio chileno hacia la Argentina. Cruzó la frontera, luego quedó suspendido en el aire por unos minutos y desapareció del radar, clara señal de que había descendido. Volvió a aparecer a los 5 minutos en las cercanías de la planta de combustible y a 5 kilómetros de la estancia de Sara Braun, al sur de Río Grande y casi sobre el mar. Todo esto sucedió la noche antes que se descubriera al `Sea King' incendiado en las cercanías de Punta Arenas. Zaratiegui estaba convencido que el helicóptero británico regresaba de una misión de reconocimiento, con un grupo de comandos que intentaba volar la planta de combustibles de la Bahía de San Sebastián, en Tierra del Fuego. La planta abastecía de combustible de aviación, JP1, a los 5 aviones Super Etendard de la Armada, a los 6 Mirage Dagger y a los viejos Neptune de reconocimiento que actuaban contra la flota británica. El helicóptero británico apareció en las pantallas de los únicos tres radares de la isla de Tierra del Fuego con capacidad de interceptar señales. El primero en avistarlo fue el cabo operador del destructor "Bouchard", que estaba fondeado en la bahía Esperanza. Sin usar el lenguaje cifrado, se lo comunicó a su colega del destructor "Piedrabuena" que estaba más al norte. También lo detectó el radar de la base aeronaval y diagosticaron que se desplazaba a 90 nudos de velocidad y rumbo 090, con dirección al este. Al día siguiente, seis helicópteros argentinos e infantes de marina se desplazaron por la isla en busca de sus rastros. No encontraron nada. Pero por precaución y a la espera de un ataque, la base de Río Grande había sido minada y se había alistado una compañía de infantes de marina para defenderla. La aviación naval argentina comenzó la guerra con cinco aviones Super Etendard y cinco misiles AM-39 Exocet y la finalizó con las cinco naves intactas. Estaban pendientes del envío de Francia otros nueve aviones Dassault Super Etendard que no llegaron durante el conflicto por las presiones británicas. 


Fuente: Extracto de “The Secret war for the Falklands” de Nigel West, seudónimo del diputado conservador británico Rupert Allason. 1998.

 

Misión del 12 de Mayo de 1.982(FAA)

Tenía veinticuatro años, volaba a ras del mar y estaba a punto de bombardear un destructor y una fragata misilística. 

Le decían Piano porque se llamaba Guillermo Dellepiane, y era alférez en una fuerza que jamás había entrado en combate. Se trataba de la primera misión de su vida y acababa de despegar de Río Gallegos. 
Era el 12 de mayo de 1982 y una escuadrilla de ocho aviones argentinos avanzaba en silencio de radio hacia dos barcos británicos. Los cuatro primeros iban adelante y dispararían primero. Los cuatro halcones de atrás, a una distancia prudencial, tendrían una segunda oportunidad o entrarían a rematarlos. 
Para Piano, era una misión iniciática, la última lección de un profesional de la guerra: la guerra misma. Dellepiane ni siquiera había experimentado el reabastecimiento en vuelo, una compleja operación que en este caso consistía en acercarse volando a un Hércules, encajar la lanza de la trompa del A-4B en la canasta de combustible y cargar tanques para seguir viaje. Muchos fallaban en ese intento: se ponían nerviosos y no podían meter la lanza. Cuando tuvo al Hércules frente a frente no falló, y rápidamente se unió al jefe de escuadrilla, que ordenó bajar a menos de quince metros de las olas y avanzar a toda máquina. 
Con el alma en vilo escucharon que, cinco minutos antes de llegar al blanco, los primeros cuatro aviones atacaban. En el horizonte no se veía nada pero Piano se dio cuenta en seguida de que a sus compañeros no les había ido muy bien. En dos minutos supieron que tres aviones habían sido alcanzados por la artillería antiaérea y que habían sido derribados en medio de hongos de fuego y estampidos de agua. El cuarto avión regresaba por las suyas. El sol volvía espléndido un día negro. Negrísimo. Piano vio de repente los buques enemigos. Eran efectivamente dos y les estaban disparando, era un espectáculo corto y alucinante pero sin ruidos, porque en la cabina no se oía nada. Fueron fracciones de segundos: Piano contuvo el aliento verificando la velocidad y la altura, y en el momento exacto en el que pasaba por encima de uno de los dos barcos, mientras recibía y eludía disparos de todo tipo, apretó el botón y soltó una bomba de mil libras. 
Las bombas impactaron en el destructor y le abrieron agujeros horribles y definitivos. Quedó fuera de servicio, pero eso Piano lo supo mucho después porque en ese instante lo único que pudo hacer fue salir rápido de la ratonera evadiendo misiles y huyendo a toda velocidad. El joven alférez se sintió solo unos minutos pero de pronto divisó la nave de su jefe y la alcanzó. No podían hablarse, porque las navegaciones aéreas eran en silencio, pero volaban juntos, a una distancia de doscientos metros uno del otro, con el infierno atrás y el continente adelante. Habían cumplido y volvían con la gloria; era una extraña y grata sensación. 
Hasta que de repente un proyectil rasante surgido de la niebla pegó en un alerón del avión del primer teniente. Fue un golpe mortal a velocidad infinita que le hizo dar una vuelta de campana, pegarse contra la superficie del océano y explotar en mil pedazos. Todo en un pestañeo de ojos. Piano lo vio sin poder creerlo pero sin dejar de apretar el acelerador. Descendió todavía más y prácticamente aró el mar con un gusto metálico en la boca. Dependía emocionalmente de su jefe. Había bajado por un momento la guardia, pensando "me va a llevar a casa", pero ahora estaba solo y desesperado. Ahora dependía únicamente de su propia pericia, o de su suerte. 
Voló un rato de esa manera y luego, cuando estuvo seguro de que no lo seguían, avisó al Hércules C-130 e inició el ascenso. "La Chancha" puso la canasta y sin perder el pulso el joven alférez empujó la lanza y recargó combustible. Después voló el último tramo casi a ciegas: el mar había formado una gruesa capa de salitre en el parabrisas del avión


En los años sucesivos sólo recordaría esa primera misión. Y la última. En el medio únicamente quedaban vuelos de reconocimiento, incursiones en la zona del Fitz Roy, nervios terribles y más caídos y duelos. También el ánimo de los mecánicos, que siempre despedían a los pilotos de combate con banderas y aclamaciones, y el regreso de la base al hotel que, con éxito o sin éxito, con muertos o sin ellos, hacían en un jeep o en una camioneta Ford F100 cantando canciones contra los británicos. 
No eran muy supersticiosos, pero tenían cábalas y de hecho no se sacaban fotos entre ellos porque creían instintivamente que eternizarse en esas imágenes significaba un pasaje directo hacia la desgracia. 
Aquel alférez, convertido hoy en comodoro, estando como agregado militar en Gran Bretaña, fue invitado una tarde a entregar un premio en la escuela de aviación de la RAF. Por la noche, los pilotos de guerra recién recibidos y sus señores oficiales cenaban en un salón majestuoso de mesas larguísimas. Piano ocupó un lugar privilegiado, y el director de la escuela pidió silencio y habló del piloto argentino. Se sabía su currículum bélico de memoria y en su discurso mostraba el orgullo de tener esa noche a un hombre que había luchado de verdad contra ellos. 
El mes de abril vió a Guillermo Dellepiane asumir como director de la Escuela de Guerra Aérea en Buenos Aires. 

Fuente: La Nación/Extracto de nota "La hermandad del honor" de Jorge Fernández Díaz.

 

 

Submarinos británicos y las misiones secretas en Santa Cruz.

      Las naves británicas fueron detectadas en Caleta Olivia el 1° de mayo. Un día antes, una misión de combate de dos helicópteros argentinos que buscaban comandos británicos terminó en desastre con 10 militares muertos.

A las diez y media de la mañana del 1º de mayo de 1982, cuando estallaba la guerra en las Islas Malvinas y la task force británica intentaba copar Puerto Argentino, dos submarinos enemigos fueron detectados en las cercanías de la costa argentina, vecinas a Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz.

La revelación, conocida un cuarto de siglo después de la guerra, no proviene de archivos desclasificados británicos, como podía esperarse, sino de la documentación argentina archivada por el coronel Fabián Brown, jefe del Servicio Histórico del Ejército. Figura en el Libro Histórico y en el Diario de Guerra del Liceo Militar General Roca de Comodoro Rivadavia, protagonista tal vez involuntario pero innegable de una parte de la Guerra de Malvinas que se libró en el continente. La información histórica, a la que tuvo acceso Clarín, fue ratificada por oficiales y ex soldados que prestaron servicio en ese Liceo Militar.

Unos y otros aportaron también información clave sobre la caída de un helicóptero argentino en la zona cercana a Caleta Olivia el 30 de abril de 1982, dos días antes de la detección de los submarinos, y apenas tres días antes del hundimiento del crucero General Belgrano por el submarino nuclear Conqueror.

Estos testimonios y la documentación a la que tuvo acceso este diario revelan que el helicóptero que cayó en Caleta Olivia, y en el que murieron diez militares argentinos, estaba en una misión de combate en el continente en búsqueda de un grupo comando británico que, se afirmaba entonces, había desembarcado cerca de Caleta Olivia y se había refugiado en una estancia de la zona.

El 2 de abril de 1982, cuando fueron recuperadas las Islas Malvinas, las fuerzas militares argentinas apresaron a varios marines británicos. Seis de ellos y un guardafaros, fueron enviados al Liceo Militar General Roca de Comodoro Rivadavia como prisioneros de guerra. Varios días después, fueron enviados a Montevideo y, al menos uno de ellos, se reincorporó a las fuerzas que lucharon en Malvinas. Los días que pasaron los británicos en Comodoro Rivadavia, estuvieron cargados de tensión y bajo la amenaza de que un comando enemigo intentara rescatarlos de su prisión.

Esta historia fue revelada a Clarín por siete ex soldados que sirvieron en el Liceo Militar: Marcos Medina, Edgardo Blaguerman (que fue custodio e intérprete de los prisioneros de guerra británicos), Eduardo Taboada, Enrique Pirani, Darío Filazzola, Oscar Steinbach y Luis Daniel García. Medina y Blaguerman llevaron la voz cantante del relato. Pero el resto aportó datos preciosos y precisos sobre los dos episodios y una foto, que se reproduce en estas páginas, donde se los ve, muy jóvenes, junto al soldado Fernando Luis Sieyra, que murió en el helicóptero que cayó el 30 de abril. Clarín entrevistó también, en Córdoba, al teniente coronel retirado Héctor Marengo, en aquellos días capitán en el Liceo Militar de Comodoro, que ratificó todos los dichos de sus ex soldados.

El alerta sobre la eventual penetración en el continente de fuerzas especiales británicas no decayó con la partida de los prisioneros. En realidad, hoy se sabe que el 23 de abril el gabinete de guerra de Margaret Thatcher modificó sus Rules of Engagement, sus reglas de guerra, para permitir un ataque submarino al portaaviones "25 de Mayo", al que sospechaban cerca de la costa. Además, el general inglés Julian Thompson alentaba el ataque a bases aéreas argentinas en Río Grande y Río Gallegos para eliminar la amenaza de los Super Etendard de la Armada.

Dos anotaciones del Libro Histórico y del Diario de Guerra del Liceo General Roca son reveladoras de lo que ocurrió el 29 de abril. Dicen:

"El día 29 de abril, siendo aproximadamente las 2015 horas, el señor Director del Liceo Militar General Roca recibió la información que un grupo de comandos habían desembarcado en un puerto intermedio entre Caleta Olivia y Puerto Deseado; por lo cual se organizaron dos patrullas de combate, las cuales iniciaron un movimiento de aproximación helitransportados a las 2100 horas aproximadamente, dado que las dos aeronaves debieron concurrir a hacer reabastecimiento a la base de la Brigada Aérea".

"Se informó a los oficiales de Enlace de la Policía del Chubut y Santa Cruz, efectuar patrullajes en Ruta 3, toda persona que hable idioma inglés exclusivamente y con notable acento extranjero deberá ser detenida y remitida al Dest Icia 182"

La última anotación es de las 12 de la noche del 29 de abril. A esa hora, las tripulaciones de los dos helicópteros, una, en la máquina AE419, al mando del teniente coronel Miguel Angel Clodoveo Arévalo, jefe de la "Agrupación Comodoro Rivadavia" y la otra al mando del capitán Marengo, habían aterrizado cerca de Caleta Olivia. El ex soldado Medina, integrante de una de las tripulaciones del helicóptero, recuerda hoy: "Llegamos a la costa agazapados y a la playa cuerpo a tierra; íbamos armados y con las armas sin seguro. Nos decían que íbamos a fuego, es decir, a entrar en combate. La gente del primer helicóptero montó guardia hasta las dos de la mañana y nosotros fuimos a descansar a la comisaría de Caleta Olivia, que quedaba sobre la playa. Los reemplazamos a esa hora hasta las seis y media. A las siete y minutos salimos hacia los helicópteros que habían aterrizado a unos cinco kilómetros. Cuando nosotros llegamos al nuestro, ya el primer helicóptero se había ido. Salimos con rumbo al sur, era un día brumoso y volábamos sin contacto de radio con la otra máquina. Ibamos a una estancia llamada "La Floradora" donde se suponía que estaban los comandos. Aterrizamos y estuvimos hasta pasado el mediodía. Recuerdo que los oficiales vigilaban con prismáticos, hasta que, sin tener noticias de la otra máquina, los oficiales deciden volver a la comisaría de Caleta Olivia.

A las 12,15 del 30 de abril, el helicóptero del coronel Arévalo ya había sido declarado en emergencia. Siguen tres anotaciones del libro histórico del Liceo Militar General Roca.

"30 1240 Abr 82. Prefectura de Caleta Olivia informa haber encontrado restos de un helicóptero los que fueron identificados por el oficial piloto de la otra aeronave"..

"30 1315 Abr 82. Cte Cpo Ej V (se refiere al general Osvaldo García) ordena no dar a publicidad ni comunicar dicha novedad a los familiares."

"30 1320 Abr 82. Se ordena al Área efectuar rastrillaje total y con todos los medios (aproximadamente Bahía afuera 10 Km al sur de Caleta Olivia)"

Los restos del helicóptero AE419, un pedazo del tanque de combustible, fueron hallados por un civil que los acercó a la comisaría de Caleta, recuerdan hoy los ex soldados del Liceo Militar. "Había restos esparcidos en un radio de trescientos metros —recuerda Medina— y nos metimos en el agua hasta la cintura para rescatar los cuerpos que estaban totalmente mutilados: sólo rescatamos seis cadáveres, después de esperar cuatro horas a que bajara la marea para poder recuperarlos de la restinga. Cuando se dieron cuenta de lo que estábamos haciendo, nos relevaron de la tarea, nos desarmaron y nos recluyeron en la comisaría de Caleta Olivia. Allí estuvimos creo que tres días, hasta que volvimos al Liceo."

Al día siguiente, 1º de mayo, mientras la aviación británica atacaba la pista del aeropuerto de Puerto Argentino en el primer intento de desembarco en las islas, en el Diario de Guerra del Liceo Militar se anotaba: "01 1030 May 82. Se detectó 2 (dos) submarinos en dirección a Caleta Olivia".

Luego se ordenó el repliegue a Comodoro Rivadavia del Regimiento de Tanques 8, y quedaron apostados en Caleta Olivia el Regimiento 1 de Infantería "Patricios" y la Compañía de Ingenieros 3.

Es la única referencia hecha en el Diario de Guerra a la detección de dos submarinos en la zona costera argentina. Las pericias sobre el helicóptero AE419 nunca fueron hechas públicas. Aún hoy se ignora si se trató de un accidente, como se dijo inmediatamente después, o hubo algún tipo de enfrentamiento con las fuerzas enemigas.

En el AE419 murieron el coronel Arévalo, el teniente primero Roberto Remi Sosa, los tres aviadores del Ejército, teniente primero Marcos Antonio Fassio, sargento Pedro Campos y cabo primero Néstor Barros, y los soldados Jesús Marcial, Oscar Millapi, Marcelo Cini, Luis Sieyra y Daniel Palavecino. Todos fueron condecorados post mortem con la "Medalla de la Nación Argentina al Muerto en Combate".

Sus nombres figuran en el monumento que, en Retiro, recuerda a los héroes argentinos muertos en la Guerra de Malvinas.

Por Alberto Amato

17/06/07

CLARÍN

 

 

Malvinas:Dos batallas sangrientas y la caída de puerto Argentino.


  
 Los últimos tres días fueron los más sangrientos, más inciertos y más terribles de toda la guerra. 

     De pronto, las tropas británicas descubrieron que frente a ellos tenían a casi once mil prisioneros argentinos y no tenían ni carpas para albergarlos ni agua para calmarles la sed ni raciones para alimentarlos. Después de 74 días, la guerra de Malvinas había llegado a su fin y los ingleses volvían a ocupar las islas, por la fuerza, como lo hicieron en el siglo XIX. 

El avance británico final empezó en la noche del 11 y la mañana del 12 de junio, para dominar las alturas que rodean a Puerto Argentino: Monte Kent, Monte Harriet, Dos Hermanas, Tumbledown, Monte Longdon. El alto mando inglés calculaba que a las tropas argentinas se les habían terminado las raciones frescas el 10 de junio y, revela el historiador Lawrence Freedman en su libro "The Official History of the Falklands Campaign" "había versiones que indicaban que no contaban con pan desde hacía un mes y que muchos soldados argentinos padecían deficiencia de proteínas, desnutrición avanzada y comienzos de problemas psiquiátricos graves". 

La mañana del 12 de junio unos cuatro mil quinientos soldados ingleses atacaron Monte Longdon y Monte Harriet. Las posibilidades de ataque a los británicos por parte de la Fuerza Aérea Argentina eran cada vez más difíciles: los Sea Harrier británicos cubrían buena parte del cielo malvinense. De todos modos, el 13 de junio, dieciocho misiones aéreas argentinas cayeron sobre las tropas enemigas. Una de ellas casi cambia el curso de la guerra. A las tres y diez de la tarde del 13 de junio, siete aviones A4B Skyhawks lanzaron sus bombas sobre Monte Kent, alrededor de la base de la Tercera Brigada. En ese momento los comandantes Jeremy Moore y Julian Thompson evaluaban el ataque final a Puerto Argentino. Salvaron sus vidas por milagro. 

Los británicos también tenían problemas de abastecimiento. Al mando de la flota naval, el almirante John "Sandy" Woodward empezaba a notar la escasez de barcos y de municiones: le quedaban dos mil quinientas ráfagas de proyectiles Mk8 y la fragata Plymouth y el Glamoran estaban averiados. Igual, la noche del 12 de junio, el Arrow y el Active dispararon ciento ochenta y seis andanadas contra objetivos argentinos en Moody Brock, no muy lejos del que había sido cuartel de los marines británicos y a Sapper Hill, la última colina antes de Puerto Argentino. 

Pero a esas horas la lucha no era ni naval ni aérea. Era por tierra. Los Guardias Escoceses asumieron la misión de tomar Tumbledown junto a las unidades gurkhas. Se toparon con una resistencia feroz y violentísima del Batallón de Infantería de Marina 5 conformado en un setenta y cinco por ciento por conscriptos. 
En su diario, el general inglés John Kiszley escribió: "El enemigo (por el BIM 5) estaba bien colocado y esperó a que estuviéramos a cien metros de distancia para abrir fuego con todo lo que tenía. Los dos pelotones de avanzada estaban detenidos, y cada vez que avanzaban sufrían bajas. No podíamos imponernos. Al contrario de lo que se esperaba, el enemigo estaba en pie y luchaba". 

En Monte Longdon, en la noche del 13 al 14 de junio, las tropas del Regimiento 7 de Infantería de La Plata también se trenzaron en una batalla feroz con las tropas británicas, que en muchos casos, como en Tumbledown, llegó a la lucha cuerpo a cuerpo. Las fuerzas británicas usaron "un intenso bombardeo con todas las armas disponibles" y poco a poco el avance hacia Puerto Argentino se hizo incontenible. 

Al amanecer del 14 de junio, la primera avanzada británica llegó a las inmediaciones de la capital malvinense, junto con una intensa nevada. El general Moore instó al general Mario Menéndez a rendirse "sin involucrar al gobierno argentino" y le dijo lo que Menéndez ya sabía: la resistencia sólo podía aumentar las bajas. 

Lo demás es historia conocida. Sin embargo, el documento de la rendición no se firmó hasta muchas horas después. Había algo que los ingleses temían y Menéndez no podía garantizar: los ataques de la Fuerza Aérea. 

Se pidió vicecomodoro Eugenio Miari, uno de los testigos firmantes de la rendición, que hablara al continente con el jefe de la Fuerza Aérea Sur, brigadier Ernesto Crespo para que se rindiera. Miari anticipó: "No lo va a hacer". 

Esa fue la respuesta de Crespo. Hubo horas de cabildeos hasta que los británicos hallaron una fórmula: "Que nos de su palabra de honor de que no nos va a atacar". Esta vez fue el brigadier Luis Castellanos quien habló con Crespo, que ya tenía su decisión pero igual la respuesta: "Dejámelo pensar". Horas después dio su palabra de honor. 

La rendición se firmó casi en el primer minuto del 15 de junio. Se hizo una traducción al castellano en la que, como en el original, Menéndez tachó la palabra "incondicional". 

Pero en la traducción, y con el apuro, se escribió a mano que la rendición "surtirá efecto a partir de la 0 hora del 10 de junio". Cuatro días antes que en el original. 

Todo importaba ya muy poco. 

 

 

El combate en Monte Dos Hermanas (Two Sisters)

 

La mente del soldado está en la batalla, se siente el rugir de la metralla y avanza, como sombra de su misma sombra, buscando con fervor esa metralla que intenta la inercia del combate por lo suyo. 
Cuando era un joven militar le dijeron: arma tu brazo y bajo la noche clara defiende tu pais y su estilo de vida, que es tambien tu forma de ver la vida para entenderla mejor. Pero sabras, que solo en la guerra se levanta la dignidad de ese caracter nacional que defiendes, razonando los principios, que te llevan a quitarle la vida misma al adversario. 
Asi pensaba rapidamente el soldado que, con buen estilo, abria fuego por batir al ingles que se cubria detras de la metralla rompiendo con su cadencia de fuego las rocas del risco en que se ocultaba en pleno ataque. 
Bajo la noche clara era necesario aumentar el volumen de fuego aunque se perdiera un poco de eficacia del tiro y asi a velocidad continua, la trayectoria del plomo que es municion trazadora, buscaba el cuerpo mortal del adversario. 
EI combate era letal. Los ingleses que continuamente se in filtraban en las posiciones Argentinas, habian llegado hasta ese lugar, llamado Dos Hermanas por ser dos riscos gemelos. Pero la patrulla de Comandos Argentinos que habia caido en la con­traemboscada sabia que "Dos Hermanas" no tenia frontera y que habia que salir de la sorpresa de sentirse atacados furiosamente por la fusileria inglesa. 
Superada la sorpresa y ante el escozor de la batalla, en los pri meros embates, cayo mortalmente herido, e1 Sargento Cisnero. 
Este valiente soldado, la noche anterior, habia escrito en su libreta de comando: si no vuelvo al continente es porque nose rendirme; perola fuerza superior de la tierra malvinera abrazo al Sargento Cisnero que, masticando turba, murio abriendo fuego como podia contra el ingles, el clasico invasor de nuestro pais. 
EI SAS (Special Air Service) alerto a la metralla que lanzo la granada y quebro la fervorosa vida del Sargento. "Perro" Cisnero, ametrallador de Mag, comando. 
A su lada estaba el teniente primero Vizoso Posse (apodada el yanqui, por sus campañeros) que recibio la onda expansiva mientras, aprovechando el desconcierto, el SAS escalaba las ro cas queriendo hacer una Abra y Shantia en Malvinas. 

El teniente primero Vizoso Posse sintiendo la muerte muy de cerca, creyo que se le dislocaba el cuerpo, el plomo que atravesó el cuello parecia que a la vez lo abria y lo desangraba y en otros momentos parecia que le acariciaba el cuello porque una cuenta del Rosario que llevaba persistia en el metal letal, carne a carne, en la herida abierta. Pero el valiente soldado. Vizoso Posse, sin amedrentarse en la lid, tomo el fusil en sus manos y cuando. los ingleses descendian replegandase por las rocas, canvencidos de la abra cansumada, espero la oportunidad y entances, el argentino, disparo su fusil al leon y a su corana logrando que el enemigo sufriera de esta manera, sus primeras bajas. 
El jefe de la patrulla de Comandas Argentinas, sabiendo que la victaria es del que mas se atreve, actuo al primer impulso de la contraemboscada, en la que el fuego enemigo buscaba desbastar todo lo que encantrara a su paso. Con energia y decision calculo que de esa situacion dificil, solo se padia salir con un volumen de fuego mas agresivo; por lo que ordeno al teniente primero Vizaozo Posse, que se replegara porque iba a ser apayado en ese momento. 
EI oficial, abediente, escalo las rocas, sintiendo, como un fue go que le ardia fuerte en el cuerpo, la herida dande la adrenalina parecia que dejaba de hacer su efecto. Pero con esfuerzo y coraje llego a donde estaban las suyos. En ese tenso momento ninguna de las partes cedia posiciones. El volumen de fuego de las dos subunidades de tropas especiales era impresionante: tales es asi que ambos contendientes creyeron que se las estaban vienda en un combate encarnizado cantra un regimiento completo de la linea enemiga. 
Ambas contendientes, por un lado, los comandos argentinos, famosos por hacer honor a su agresividad y portando la empu­ñadura roja que ostentan con su insignia en la boina y por el otro lado, el Special Air Service los afamados y autenticos comandos britanicos estaban convencidos que el enemigo con que se en frentaban era la vanguardia de una fuerza mayor. 
AI jefe de la patrulla de Comandos Argentinas le gustaba recordar esa frase que dice elige hambres y guerra y con esa consigna habia elegido. los hombres y el momento. A ellos les pidio que entregaran el maximo de su rendimiento como com­batientes, para lograr quebrar el brazo armada del adversario. Mientras tanto el medico militar de la Campania de Comandas revisaba la herida que recibiera el oficial Vizoso Passe, hacienda lo posible para que vuelva rapido al combate con el fusil en alto. Esta imparticion era lo que esperaba el soldada para recuperar el animo y poder continuar en la lucha. 
EI jefe de la patrulla de Comandos Argentinos rumiaba el combate, parecia que hacia un auto examen en el mismo fragor de la lucha y se decia para si mismo: nuestra mision no es fo guearnos, hacer instruccion, sino, localizar; fijar al enemigo y aniquilarlo en toda oportunidad que entremos a combatir. Se decia, que seria error no empeñarse del todo por preservar a la gente y mientras pensaba cambatia, rumiaba, daba animo a su tropa, y sin necesidad le dio mas tiempo al adversario, no logran do aferrarlo y sintio fracasada la operacion de dejarse sabrepasar en las alturas del risco en disputa. 

Pero sin embargo procedio como si fuera la ultima ocasion para convertirse en heroes, observo que en esos niveles no hay li­mitaciones para el combate y el SAS tambien con su agresividad habia hecho lo suyo sobre la moral de su tropa. 
EI combate fue desgastante, habia que pelear permanente mente como si la batalla final dependiera de ese momento. El segundo Jefe de la Compañia de Comandos argentinos, que par ticipaba observando el combate con mucho detalle, veia como reaccionaba nuestra gente y como atacaba el enemigo, teniendo en cuenta que era una contraemboscada. 
Estaba convencido de las agallas del Jefe de la Patrulla que con ejemplo personal, arrojo y la precision necesaria supo guiar el fuego de la artilleria propia, contra el enemigo ingles que se retiraba abandonado la escena del sangriento combate. 
En ese momento, el capitan medico de la patrulla de Coman dos argentinos, con voz tensa y firme grito a viva voz el lema de las tropas especialmente adiestradas: Dios y Patria o muerte. 
El resto de la patrulla sumisa, valerosa y resignada grito la pelea, triunfa y muere, respondiendo al lema de los comandos argentinos. 
Para evitar que el enemigo pudiera replegarse con exito, la artilleria argentina con precision matematica, persiguio a la fuerza britanica durante cuatrocientos metros hasta que se hizo un sileneio total, silencio mezclado con euforia. En las fuerzas argentinas se respiraba por la sensacion de haberse impuesto a un adversario tan fuerte y afloraba el tremendo y agotador cansancio de la ardua jornada de combate. 
Mientras tanto el jefe de la patrulla de comandos argentinos, hacia su evaluacion critica diciendo: "el que conduce un elemento tendría que ir desarmado, porque el combate nos atrae y se deja de conducir y es necesario situarse bien y reaccionar, dándose cuenta de lo que debe hacerse”  

Si bien la gloria consiste en vencer con el menor sacrificio posible, los comandos argentinos habian sido prodigos en su ardor y valor generoso. El combate habia sido a sangre y fuego y esos soldados podian ser acreedores a la consideracion y estimacion de su Ejercito. 
Pero a pesar que el cerro parecio estallar con sus explosiones y en la emergencia se complicaba todo, porque el golpe de fuego inicial lo tuvieron los ingleses, las tropas argentinas supieron dar impulso al combate y salir de la sorpresa. Los comandos argentinos recordaban que el encuentro fue sumamente duro y que quizas se diera unicamente en una isla: el choque de dos patrullas de Comandos. 
La fuerza de la tierra que abraza a sus hijos es mas fuerte que todos ellos. 
Por eso dicen que en pleno territorio dominado por el enemigo hay un bastion argentino. Al pie de un monte de dos crestas de Malvinas. Y es el tenaz espiritu de los que pelearon en el Monte Dos Hermanas. 


Reflexiones al regreso del Monte dos Hermanas 

La noche con sus ilusiones inconclusas cayo sobre Malvinas y los comandos argentinos marcharon hacia el brumoso Puerto Argentino, que los esperaba a ocho kilometros de distancia del lugar donde se produjo el sangriento combate por el Cerro Dos Hermanas. 
Los combatientes tomaban concieneia del peligro que en estas circunstancias se corria recuerdo de los camaradas caidos en accion dejaba una profunda huella en el animo de los todos. Algunos de ellos recordaba las palabras del jefe de opera ciones de la Compañia, expresadas en el continente, en visperas a partir hacia Malvinas, cuando los preparaba diciendoles que mientras mas nos conocieramos, mayor seria el espiritu de cuerpo a formarse entre los nuestros y a la vez menor serio el numero de bajas en los combates y par lo tanto, mayor seria la cantidad de comandos al volver del duro desafio de la guerra en la que estaban enfrentados y empeñados. 
Los comandos argentinos aprendieron ,a partir de ese comba te en el monte Dos Hermanas, que los comandos ingleses, si bien se comportaron como maquinas recien aceitadas para la pelea, estaban lejos de la precision, valor y agresividad que se necesita para salir victorioso en el combate; sobretodo en estos niveles, en los que no se da ni se pide tregua , al esfuerzo impuesto por la lucha y que, dadas las circunstancias extremas, se puede dar lugar al combate con la bayoneta o a la esgrima de fusil, en un combate cuerpo a cuerpo donde la rapidez de concepcion y reac cion hubieran sido decisivas para imponerse al adversario. 
Los comandos argentinos habian aprendido en el fragor del combate y en esa lucha no simulada, la distancia entre, el mapa de la Argentina de sus manuales de estudio, y la realidad de la sangre de los que fueron protagonistas del enfrentamiento con el Special Air Service britanico; ese que habia sido una amenaza terrible en esa hora de la prueba, tan lejos de la mesa de arena y los juegos de simulacion, utilizados en las tecnicas de planeamiento que fueron tan comunes en su previa preparacion y entrenamiento. 
Tambien los comandos argentinos reconocian el descanso psicologico tremendo que significo, para las tropas convencio nales, la aparicion oportuna de la compailia especial en el cerro Dos Hermanas; la tranquilidad de saber que adclante habia gru pos con entrenamiento superior realizando incursiones en las 
cercanias y que ellos no eran la primera linea de defensa hizo que aflojaran, un tanto, las tensiones 
En definitiva en este combate los comandos argentinos ha bian pasado por la gran prueba en la vigilia y en la lucha, lejos de las lecciones librescas y los datos futiles tan vigentes en los Estados Mayores que controlan la maquina de guerra. 
Siempre sera resaltado el valor del tiempo en la guerra. 
Para saber cuantas bajas sufrieron las secciones del Special Air Service a manos de la compania de comandos 602, nos re­mitimos a la informacion del Doctor Isidoro Ruiz Moreno en su libro "Comandos en acción". 
Hasta que no se posean datos fehacientes sera dificil determi narlo con precision, pero sin duda su numero debio ser elevado, dada la violencia del enfrentamiento entre comandos, y el fuego de la artilleria Argentina. El teniente primero Horacio Lauria refirio haber visto una pelicula de la BBC (British Broadcasting Corporation) compaginada inmediatamente despues de conclui do el conflicto, sin retacear informes, y que en la misma se hacia alusion al combatc diciendose que las bajas inglesas sumaban treinta y tres, cifra que comprenderia muertos y heridos. 
Mas detallada es la version transmitida por uno de los propios actores, segun relato que efectuara el capitan Andres Ferrero: 
"Cuando yo estuve prisionero en el Saint Edmond, un dia vino un olicial de Caballeria y me dijo. Mi capitan venga, aca hay un ingles que esta contando la operacion que usted nos re lato el otro dia" 
Yo me acerque a escucharlo. EI ingles contaba que intervino en el Special Air Service que, habian muerto dieciocho en esa operacion, unos en el combate y otros como consecuencia de las heridas; que habia side un combate encarnizadisimo y pensaron 

que se habian enfrentado contra un regimiento completo de la linea nuestra, y que fue impresionante el fuego que recibieron. 
Eso corroboraba lo que yo pense cuando nos enfrentemos: nosotros imaginamos que ellos eran la vanguardia de una fuerza mayor, y ellos pensaron lo mismo; lo que paso es que eramos dos fuerzas especiales muy duras. Este hombre, un subolicial que estaba de guardia, era uno de los sobrevivientes. 
El otro era un oficial que estaba ahi en el barco tambien, pero yo no lo vi. 
Y mas no se pudo obtener, porque cuando yo lo empece, a interrogar sobre como habia sido esa anecdota, que nos relatara algo mas, no se si porque el se dio cuenta o porque realmente ya no le interesaba seguir hablando, dijo "'no, no basta" -Porque contaban cuando querian: no le podiamos imponer nada. 
EI tiempo transcurre y mientras la demora, ladrona del tiempo, sea la clave, me pregunto si seguiremos perdiendo una oportunidad tras otra, a medida que se presentan las ocasiones para el contraataque a los britanicos. Porque para nosotros, el objetivo es el acto de contraatacar y de esa manera reafirmar definitivamente nuestra identidad nacional. 
En estos anos de perdidas y derrotas nos alienta un sen timiento de ultraje en guerra por las Malvinas; por eso es importante volvernos a empeñar en tiempo. 

 

Carlos Robacio: "tuve un batallón con gente de un valor encomiable".

Capitán Carlos Robacio
Capitán Carlos Robacio

Los británicos, no demasiado propensos al elogio, no vacilan en señalar que las fuerzas argentinas más difíciles de enfrentar en Malvinas fueron las del Batallón de Infantería de Marina 5, a cargo del entonces capitán de fragata Carlos Robacio. Se enfrentaron a los ingleses en Tumbledown, una de las batallas finales, junto a la de Monte Longdon. Un cuarto de siglo después, en su casa de Bahía Blanca, Robacio evoca.


—Estábamos convencidos de que peleábamos por lo nuestro. Malvinas hoy no sólo es un sentimiento, fue una gesta y creo que es tal vez la única cosa que nos puede unir a todos los argentinos. Yo estuve hace muy poco en una reunión en Gran Bretaña con los comandantes que me atacaron. Empezamos a combatir el 13 de junio. El 13 a la tarde nos hacen un ataque con una compañía reforzada que la aniquilamos. Teníamos muy buen fuego preparado. Pero cometimos muchos errores, hacía casi doscientos años que no estábamos en guerra, por lo menos en guerras clásicas. El BIM 5 era la única unidad que estaba equipada, ambientada y adiestrada para estar en Malvinas. Pero yo me enamoré del Ejército (risas) porque mis camaradas, sin tener nada, pelearon muy duro. Es difícil entender las condiciones en las que peleamos en Malvinas. Por eso cuando regresamos no me importó que nos sacaran medio ocultos porque yo pensé que, al haber sido derrotados, y yo que era comandante, íbamos a ser fusilados. Tuve un batallón con gente de un valor encomiable. El comandante de los gurkhas me escribió para decirme que jamás pasaron tanto miedo como cuando atacaron Tumbledown. Los ingleses no pueden creer que yo tuviera conscriptos: "No, sus hombres eran veteranos. No podíamos sacarlos de los pozos", me dicen hoy. Por eso creo también que las bajas inglesas triplican a las argentinas. La munición que pensábamos nos iba a durar veinte días, se agotó en un día y medio de combate. Nuestra artillería tiró diecisiete mil proyectiles en dos días. Y todos los hombres que lucharon en Malvinas fueron muy valientes. No hay registros en todo el siglo XX de unidades que hayan sido bombardeadas durante cuarenta y cuatro días y en el terreno de combate por más de sesenta, sin haber sido relevadas.

 

La silenciada proeza del Cabo Baruzzo

Por Nicolas Kasansew(Corresp.guerra en Malvinas)

De todos los suboficiales de Ejército que estuvieron en Malvinas, solo dos recibieron la máxima distinción a que puede aspirar un hombre de armas argentino: la Cruz al Heróico Valor en Combate. 
Uno, el sargento primero Mateo Sbert, muerto en el combate de Top Malo House. El jefe de su sección, capitán José Vercesi, se ha encargado de que su historia se haya publicado en la revista “Soldados” y en general tuviera cierta divulgación. (Aunque, claro, muy por debajo de la que amerita a nivel nacional). 
El otro, sigue siendo un perfecto desconocido, aún para muchos estudiosos del tema Malvinas. Si uno quiere averiguar porqué le fue conferido tan alto galardón, no se va a enterar ni googleándolo. Se trata del cabo Roberto Baruzzo del Regimiento 12 de Infantería de Mercedes. Y vaya si su historia, de ribetes cinematográficos, vale la pena ser contada.
Tuve el honor de conocer a Baruzzo, oriundo del pueblo de Riachuelo, Corrientes, en el 2009, cuando el Centro de Ex-Combatientes de esa provincia me invitó a dar allí una charla. Descubrí a un hombre de rostro aniñado, sin ínfula alguna, de perfil muy bajo, puro y transparente hasta rayar en la ingenuidad.
Su unidad había sido ubicada primero en el Monte Kent, para después ser enviada a Darwin. Pero una sección compuesta mayormente de personal de cuadros, con Baruzzo incluido, se quedó en la zona, al mando del teniente primero Gorriti.
En los dias previos al ataque contra Monte Longdon, los bombardeos ingleses sobre esa área se habian intensificado. El mismo Baruzzo fue herido en la mano por una esquirla. En una de las noches, el cabo oyó gritos desgarradores. A pesar del cañoneo, salió de su pozo de zorro y encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego naval enemigo. Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto de enfermería, tratando de evitar que se desangrara.
Lo peor aún estaba por venir.
En la noche del 10 al 11 de junio, estuve observando desde Puerto Argentino el espectáculo fantasmagórico que ofrecía la ofensiva británica. En medio de un estruendo ensordecedor, los montes aledaños eran cruzados por una miríada de proyectiles trazantes e intermitentemente iluminados por bengalas. Se me estremecía el alma de imaginar que allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos bravos soldados argentinos.
Allí, en medio del fragor, la secciòn de Baruzzo ya se había replegado hacia el Monte Harriet, sobre el cual los ingleses estaban realizando una acción envolvente. Varios grupos de soldados del 12 y del Regimiento 4 quedaron aislados. El teniente primero Jorge Echeverria, un oficial de Inteligencia de esta última unidad, los agrupa y encabeza la resistencia, Baruzzo se suma a ellos y ve a al oficial parapetado detras de una roca, disparando su FAL. 
Baruzzo despoja a uno de los caidos británicos de su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, piensa. Con el visor va ubicando las cabezas de los ingleses que asoman detras de las rocas, y tanto Baruzzo, como su jefe afinan la puntería. Los soldados de Su Majestad, por su parte, los rocían de plomo e insultos.
Las trazantes pegan a centimetros del cuerpo del oficial, hasta que finalmente este es herido en la pierna y cae en un claro, ya fuera de la protección de la roca. Cuando Baruzzo se le quiere acercar, un inglés surge de la oscuridad y le tira al cabo. Yerra el primer disparo, aunque la bala pega muy cerca, pero antes de que pueda efectuar el segundo, Echeverria, disparando desde el suelo, lo abate. Otro inglés le tira a Echeverria, pero Baruzzo lo mata de un certero disparo. Cerca de ellos, el conscripto Gorosito pelea como un león. Los adversarios están a apenas siete u ocho metros uno del otro y sólo pueden verse las siluetas en los breves momentos en que alguna bengala ilumina la zona.
Echeverria está sangrando profusamente: tiene tres balazos en la pierna. El joven cabo – de apenas 22 años – con el cordón de la chaquetilla del oficial, le hace un torniquete en el muslo. La pierna de Echeverria parece teñida de negro y tambien luce negra la nieve a su alrededor. El teniente primero dice empero que no siente nada, solo frío. Baruzzo trata de moverlo. Echeverria se levanta y empiezan a caminar por un desfiladero, mientras a su alrededor siguen impactando las trazantes. De repente, de atrás de un peñasco, entre la neblina y las bengalas, surge la silueta de un inglés, quien dispara, y le da de lleno a Echeverria. Baruzzo contesta el fuego y el atacante se desploma muerto.
Esta vez Echeverria había sido herido en el hombro y el brazo: una sola bala le causo dos orificios de entrada y dos de salida. EL teniente primero cae boca abajo y Baruzzo ve que le está brotando sangre por el cuello. “Se me está desangrando!”, se desespera el cabo.
Aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse: 
“El es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increible, una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar. Como iba a hacer eso? Yo no soy de abandonar! Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía! Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos había dado junto a un cigarillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar. “Eso si que está bueno¨, me comentó. En cierto momento, no me hablaba más, había perdido el conocimiento. La forma en que sangraba, era una guarangada. Lo cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo”,
Súbitamente, Baruzzo se vió rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42. Sin amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el caño de su fusil le pegó un ligero golpe en la mano, como señalandole que ya todo había terminado. Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con la sangre de Echeverria, dejó caer el arma, Y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, fraternalmente. “Eran unos señores”, me comenta el cabo.
Al amanecer, al ver que no tenía heridas graves, sus captores le ordenaron que, con otros argentinos, se dedicara a recoger heridos y muertos. “Yo personalmente junté 5 ó 6 cadaveres enemigos”, me cuenta Baruzzo. “Pero en internet los ingleses dicen que en ese combate sólo tuvieron una baja!”
Echeverria fue helitransportado por los británicos al buque hospital “Uganda”, sobrevivió, recibió del Ejército Argentino la medalla al Valor en Combate y hoy vive con su mujer y dos hijas en Tucumán (la menor tenía dos añitos en el 82).
Baruzzo tambien tiene dos hijas, a las que bautizó Malvina Soledad y Mariana Noemí, y vive en su Corrientes natal. En su pago chico ha tenido un par de halagos que merecía: hay una calle con su nombre y hasta le fue erigido un busto en vida. Pero aún así, nadie repara en su existencia, ni conoce su proeza.
Poco después de la guerra, el 15 de noviembre del 82, Baruzzo recibió una carta del teniente primero, donde este le agradece su “resolución generosa y desinteresada, su sentido del deber hasta el final, cuando otros pensaron en su seguridad personal. Toda esa valentía de los “changos”, son suficiente motivo para encontrar a Dios y agradecerle esos últimos momentos. Pero, así Él lo decidió, guardándome esta vida que Usted supo alentar con sus auxilios”.
El oficial le cuenta que lo ha propuesto para la máxima condecoración al valor y le manifiesta su “alegría de haber encontrado un joven suboficial que definió el carácter y el temple de aquellos que forman Nuestro Glorioso Ejercito, y de los cuales tanto necesitamos”.
Personalmente, Baruzzo volvió a encontrarse con Echeverria recién 24 años después de aquella terrible noche. Ambos lloraron, el oficial le mostró sus heridas, dijo que el cabo había sido su ángel de la guardia, y le regaló una plaquetita, con la inscripción: “Estos últimos 24 años de mi vida testimonian tu valentía”. También le contó que en el buque-hospital los médicos británicos dejaron que le siguiera manando sangre un buen rato, para que así se lavara el f'ósforo de las balas trazantes.
“You have very good soldiers” (“Usted tiene muy buenos soldados”), le espetaron los militares ingleses al ensangrentado teniente primero.
Un reconocimiento que la sociedad argentina, en pleno, aún le debe a Echeverria, a Baruzzo, a Gorosito, a Pinzos y a tantos otros callados y acallados héroes de Malvinas.

 

Un encuentro con los Gurkas

Relata: Teniente Ugarte -Escuela de-Aviación Militar 

El misil SAM-7 "Estrella Roja" es un arma portátil utilizada por la infantería de varios países del 
mundo; tiene cabeza térmica y una vez "enganchado" al blanco, avisa con dos señales, una 
sónica y otra lumínica que está listo para ser disparado. 
Realizamos el cruce a Malvinas la primera tanda de operadores de este misil, junto con el 
Suboficial Ledesma de Artillería Antiaérea Argentina. En la mitad del viaje fui invitado a la cabina 
de la "Chancha" —(Hércules C-130) y realmente me impresioné por lo cerca que volábamos de 
las olas, cada tanto borradas por 1a capa de neblina. Me asombró la serenidad de los tripulantes; 
me llegaron a despertar admiración por su valentía hombres como el Comodoro Beltramone, el 
Mayor Veliz y el Mayor Bruno. La vista de la tierra me tranquilizó y el aterrizaje fue preciso como 
toda la operación. 
Puerto Argentino 
Me destinaron al aeropuerto. El Mayor Maiorano y el Capitán Savoia estaban a cargo de la 
defensa del mismo y me indicaron mi zona de responsabilidad. 
Cumplíamos turnos de guardia con el misil, esperando con ansias la aparición de un Harrier. 
Desgraciadamente utilizaban sus "regalos" desde muy alto por lo que todos temíamos que 
alguna de esas bombas "rifadas" nos cayera a nosotros. 
Bahía Fox 
Un día el Capitán Savoia me ordenó que junto con el Cabo Principal Bevilacqua y el Cabo 
Peirone, concurriéramos en helicóptero desde el "bunker" (refugio) de artillería antiaérea a una 
zona que estaba siendo atacada por el enemigo. 
En ese helicóptero tuve la sorpresa de encontrarme con dos compañeros míos, los Tenientes 
Longar y Pinto. 
llegamos al lugar: era Bahía Fox. Encontramos varias casas destruidas por el bombardeo de 
los Harrier. Había también un Teniente de Ejército herido. 
A cargo de esa fracción estaba el Mayor de Ejército Minorini Lima, que realmente demostraba, 
junto con sus hombres, que eran buenos profesionales. 
Allí se encontraban muchos sobrevivientes de los barcos nuestros, hundidos por los ingleses. 
A la noche iniciaron las fragatas un cañoneo que ocasionó varios muertos y heridos. 
Nosotros estábamos esperanzados en que intentaran el desembarco allí, porque los 
esperábamos con los brazos abiertos. 
En cada cañoneo controlábamos el mar, esperando ver las lanchas de desembarco. 
En el primer cañoneo pegaron en el Puesto de Comando, en el que yo me encontraba, 
destruyendo una de sus dos habitaciones —gracias a Dios la que estaba vacía. 
A la mañana siguiente escuchamos el ruido de nuestros aviones que iban hacia las fragatas. 
Decirlo no parece importante, pero ver aviones propios que atacan al enemigo es un respaldo 
anímico y sicológico muy grande. 
Un día interceptamos una comunicación de un inglés que pedía ayuda para un piloto que se 
había eyectado y estaba herido en su granja. Cuando escuchamos al piloto y reconocimos la voz 
del Teniente Héctor Luna, nos emocionamos. 
30 Kilómetros al sur de Darwin. 
Nos vino a buscar un helicóptero y nos dejó en una zona en donde se encontraba una patrulla, 
formada por un Sargento primero de Ejército y siete soldados. A las 18:00 horas el Teniente 
Longar nos pasaría a buscar para llevarnos de regreso; no volvió más. En mi ausencia habían 
tomado Darwin. Decididos a no entregarnos, construimos un refugio en la ladera de un acantilado 
frente al mar y lo utilizamos como campamento base; desde allí salíamos a patrullar en busca del 
enemigo. 
Al tercer día se nos acabó el alimento y cazamos una avutarda (ave parecida al ganso). 
Debido a que temíamos ser descubiertos si encendíamos fuego, calentábamos trocitos de la 
misma con un encendedor descartable y los comíamos. Lo mismo hacíamos con mejillones y 
otros frutos del mar; llegamos a comer hasta un repollo que encontramos en una quinta 
abandonada. 
El frió era mucho, tanto que un soldado comenzó a presentar síntomas de gangrena en un pie. 
A medida que fueron pasando los días se hizo necesario hacerlo per manecer todo el tiempo en el 
refugio. 

Cada día que pasaba me hacia sentir más débil, pero igual trataba de demostrar firmeza para 
que mis subordinados no decayesen. Pero al anochecer me retiraba a algún lugar solitario, 
prendía un cigarrillo a cubierto y luego rezaba mientras se me escapaban algunas lágrimas de 
impotencia; luego volvía desahogado y nuevamente dispuesto a la lucha. 
La mala alimentación y el frío nos debilitó tanto que sufríamos mareos y dolores de cabeza 
continuos. Si bien la comida era mala pero no faltaba, el problema consistía en no poder cocinarla. 
Nuestras esperanzas se desvanecían al escuchar en nuestra radio el avance inglés sobre 
Puerto Argentino. 
Los días pasaban y cada vez estábamos peor, nevaba, había mucho viento y nuestra debilidad 
aumentaba. 
Doce días después de vivir en esas rigurosas condiciones salí en una patrulla con dos 
Suboficiales de Fuerza Aérea que presentaban una moral elevadísima. Cuando regresábamos 
vimos entre la neblina (ya habíamos sido alertados por el ruido) a un helicóptero posado junto al 
campamento, muchos soldados ingleses y el Suboficial y los soldados nuestros con las manos a 
la nuca. (Había también tres helicópteros Sea Linx y dos Sea King) 
Escapamos lo más rápido que podíamos (ya que estábamos extenuados) para evitar correr la 
misma suerte pues la desproporción era mucha. 
Súbitamente, desde atrás de una loma aparecieron dos helicópteros en vuelo que nos 
intimaron rendición por altoparlantes; les contestamos tirándoles con nuestros fusiles FAL, por lo 
que se escondieron en vuelo bajo detrás de una elevación para aparecer en otro punto 
atacándonos con cohetes que explotaron muy cerca. 
Mientras esto ocurría sin que lo notáramos, nos iban rodeando los Gurkas (mercenarios de 
Nepal que combaten defendiendo a quienes los han convertido en colonia y despojado de sus 
sagradas tradiciones). 
Llegamos a una casa abandonada; aparentemente no había nadie, pero desde unos cincuenta 
metros, atrás de una roca apareció un Oficial inglés y nos pidió que nos rindiéramos. Uno de los 
Suboficiales le efectuó un disparo, y casi en el mismo instante nos vimos rodeados por alrededor 
de treinta y cinco Gurkas. Pensé que estábamos perdidos y dije a mis hombres 
—"¡Ya no hay nada que hacer, resistir es solo hacerse matar inútilmente, arrojemos las armas 
al suelo!"— 
El Oficial dio un grito y los Gurkas se nos vinieron encima; cuando íbamos a reaccionar, el 
inglés dio otro grito en nepalés y los "chinitos" se frenaron como el perro cuando grita su amo. El 
inglés empezó a gritar que pongamo s las manos en alto y, pese a que ya lo habíamos hecho 
seguía gritando por lo que le dije, en inglés, que deje de gritar. Él me contestó que estaba muy 
nervioso. Nos comenzaron a rodear, esgrimiendo en una mano el fusil y en la otra un cuchillo 
curvo que sacaban por detrás del cuello; vociferaban y hacían gestos como diciendo que nos iban 
a degollar. 

Nos tiraron al suelo y nos apuntaron con el fusil a la cabeza. Estábamos tan cansados 
que ya no teníamos noción de lo que ocurría. 
El oficial inglés relataba todo lo que ocurría por un micrófono que tenía en el casco. 
Cada tanto venía alguno y nos apoyaba la punta del cuchillo en el cuello, haciendo gestos de 
que nos iban a degollar. 
En esos momentos vinieron a mi mente recuerdos de escenas vividas con mi esposa y mi hijo 
y me puse a rezar. 
Pasamos la noche con un Gurka al lado de cada uno, con la punta de su cuchillo en nuestro 
cuello. 
Al otro día fuimos trasladados en un Sea King a San Carlos. 
Los Gurkas son de baja estatura, rasgos achinados, muy disciplinados y muestran un respeto 
rayano con el temor por los Oficiales ingleses. Para ellos parece ser un motivo de orgullo 
pertenecer al ejército británico. Son místicos, exaltados, nerviosos, creo que hasta que tuvieron el 
dominio total, tanto el inglés como ellos tenían más miedo que nosotros y me parece que los gritos 
que daban era para descargar los nervios. 
Me llevaron a un interrogatorio. 
—"¿Rango?"— me preguntó un Oficial inglés. 
—"¡Air Forcé Lieutenent!" —(Teniente de la Fuerza Aérea)— le dije. 
—"¡Pero, y ese uniforme verde?!" —(me preguntó en inglés)— 
—"Es el que usamos los artilleros— le dije. 
Inmediatamente el Oficial inglés cambió su actitud agresiva y los Gurkas se hicieron a un 
costado, demostrando respeto; me desataron y me llevaron con los otros prisioneros de la Fuerza 
Aérea sin hacerme más preguntas. 
Luego me enteré que los Gurkas habían presenciado ataques de nuestros aviones, lo que los 
había impresionado mucho, pues admiran el valor y el desprecio a la vida. 
Creo que no nos veían como enemigos, sino como profesionales que los enfrentábamos. 
Cuando fui trasladado en un barco al continente, el soldado inglés que me llevaba la comida, 
golpeaba discretamente la puerta y decía: 
—"¿Chieff?" (Jefe). Yo advertía en su discreción un oculto homenaje al valor de los miembros 
de la Fuerza Aérea Argentina. 
Cuando vi a mi esposa y a mi hijo, agradecí a Dios los años por vivir, a los que yo había dado 
por perdidos.
 

( Extraído directamente del libro "Con Dios en el alma y un halcón en el corazón" de Pablo M. Carballo ) 

 

 

14 de junio: batalla final de Tumbledown

Hasta el 14 de junio se sucedieron intensos combates, donde los británicos aprovechan el dispositivo estático de las tropas argentinas, atacando cada posición nacional con enorme superioridad numérica, aprovechando sus numerosos helicópteros y artillería móvil. A lo largo de 92 km. de terreno de montaña -distancia que separa a San Carlos de Puerto Argentino- realizan ataques y retrocesos con inmensa cantidad de bajas en sus tropas regulares y especiales. 


Era exactamente la 1,30 del 14 de junio. 
El asalto de la Guardia Escocesa de la Reina había sido rechazado. Un silencio absoluto que se prolongó por espacio de media hora se apodero del monte. Ni siquiera había viento y la visibilidad, pese a ser de noche, era buena, luego de haber pasado momentos de niebla cerrada, fuerte lluvia de granizo y nevadas. 
De pronto, ese extraño silencio se rompió con los gritos de los marinos argentinos "Viva la Infantería de Marina", "Vengan, ingleses hijos de puta", " Que Venga la Reina, Carajo", "Vengan que acá esta la 4ta. Sección". Los nervios, la tensión vivida durante más de dos horas de combate ininterrumpido, el cansancio, el miedo, daban paso a un desahogo merecido. Los habían rechazado, que para esos hombres era mucho. 
A los pocos minutos los ánimos los ánimos se tranquilizaron. Vázquez bajo a su pozo para calentarse, pues tenia las manos muy frías, casi sin tacto. De inmediato solicito que le comunicaran las bajas y el estado de la munición, dato que se le paso al teniente Villarraza: 
-Verde, aquí verde 4. 
-Verde. 
-Señor, informo que los ingleses se retiraron, prácticamente se fueron en desbandada, en este momento no hay fuego, Tengo cuatro muertos y tres heridos. Estamos haciendo recuento de munición. 
En la sintética, Vázquez le relato a su jefe lo ocurrido, quien le respondió: 
-Recibido. Pregunto si se va o se queda. 
-Señor, yo no domino del todo la situación pero los ingleses tampoco. Si me envía refuerzos puedo aguantar y de aquí no me saca nadie. 
-Recibido. Espere 
Pasaron unos minutos, los necesarios para que el teniente Villarraza consulte con el puesto de comando del Batallón. El capitán Robacio le respondió que le enviaría refuerzos. 
-Verde 4, aquí Verde 
-Verde 4- contestó Vázquez. 
-Bien, resista, van a ir refuerzos 
-Recibidos 
.Recibidos, Aquí Verde 4, corto 

La Presión Británica 
Poco duro la tregua del primer ataque. Exactamente a las dos, apenas media hora después de retirarse, los británicos lanzaron una segunda ola de asaltos, pero con tropas "frescas": habían reemplazado a los hombres de la Guardia Escocesa que combatieron la primera vez, por otro de las mismas unidades, descansado y con todo su armamento. 
-¡Señor! ¡se vienen de nuevo! gritó uno de los vigías desde la boca de un pozo cercano a Vázquez, quien, con la mirada de su cuerpo fuera, comenzó a dirigir las alarmas sobre determinados blancos, a pedir el estado de la munición y básicamente a dar las órdenes de fuego. 
De nuevo el combate generalizado, todos tirando contra quien estuviese cerca. Otra vez el infierno del combate de infantería, donde se entremezclaba el tableteo de las ametralladoras, las explosiones de granadas, cohetes y proyectiles de diverso calibre, los disparos de los fusiles y los grito de los heridos. 
El grupo del suboficial primero Julio Castillo, en el extremo derecho de la sesión trataba de contener la embestida enemiga., con Castillo estaba el cabo segundo Almilcar Tejada, que habían viajado a Malvinas con el teniente Vázquez y el dragoneante José Luis Galarza, un muchacho que se habría destacado en ese grado y a quien Castillo quería como un hijo "Ese es mi pollo" decía con orgullo. 
Tres soldados británicos salieron de atrás de un montículo rocoso y disparando mientras corrían, mataron a la joven Galarza. El cabo Tejada, echado a unos siete metros de distancia, giró la ametralladora MAG con la que hacía fuego hacia el sur y comenzó a disparar en dirección al enemigo, derribando a los que se acercaban a la carrera. 
Castillo, al ver la forma en que habían caído su de dragoneante, se incorporó, furioso, en momentos en que otros tres ingleses avanzaban hacia él, desde unos 15 a 20 metros. 
_¡ Ingleses hijos de puta ! _ gritó e intentó disparar su fusil automático. Pero un tiro en el pecho que salió por la espalda abriéndole un herida de 20 centímetros, lo tiró hacia atrás violentamente. 

Tejada giro otra vez la ametralladora y disparos sucesivas ráfaga hasta que los tres ingleses cayeron. Se arrastró hasta Castillo, con la esperanza de que hubiera querido, pero surge ese había fallecido instantáneamente. 
Castillo, Tejada y Galarza habrían aguantado estoicamente el avance enemigo, ya que el extremo derecho de la 4ta Sección, donde ellos estaban, era el sitio que recibía todo los ataques. Los británicos que desde el oeste llegaban al centro y la de izquierda de la Nácar, habían pasado primero por el extremo derecho donde eran "filtrados" por el Castillo y tejada Sólo en el primer asalto avanzaron por el Sur y por el Oeste. 
Con la muerte de Castillo, Tejada pasó a ser el único jefe que le quedaba a Vázquez en la punta derecha de su sección. El único para la base órdenes y alentar a la tropa. 
El teniente Silva intentaban defenderse como podía. El combate y eran intensísimo y el enemigo aparecía detrás de una piedra tanto a tres metros como a veinte. dos de los conscriptos que estaban con él cayeron heridos por una ráfaga de ametralladora. Sin dar un instante Silva dejó la protección de su pozo y comenzó a arrastrar a uno de los conscriptos, buscando el reparo de una roca. Casi treinta metros lo separaban de lo que estimo que era un buen refugio para ese hombre que, de todas maneras, sin tiempo ni medios para curarlo moriría en poco minutos más. 
Quedate aquí _ le dijo, tratando derle ánimo _. Te pondrás bien. En cuanto pueda regresaré a buscarte. Por favor no te muevas. 
El conscriptos con sus dos manos tomándose el estómago del que brotaba mucha sangre, miró fijó a su jefe, en silencio, sin pronunciar palabra, tal vez de despidiéndose para siempre. 
_ Tranquilo, tranquilo. Regreso enseguida _ insistió Silva. 
Arrastrándose y evitando ser un blanco del nutrido fuego, hizo el camino de vuelta. Jadeando, se metió en el pozo donde estaba un FAP abandonado, pues el soldado a cargo había sido muerto, y comenzó a disparar hasta que se le trabó. 
_ ¡Alcánzame algo para tirar! _ le pidió al conscripto Rodríguez, de la sección del teniente Vázquez . 
Rodríguez, que estaba ubicado cerca, se aproximó y le entrego un fusil. 
_ Gracias, algo es algo _ dijo Silva intentando que una sonrisa se dibujara en su cara. 
Poco a poco, en una avance en perfecta formación los británicos se fueron afianzando. Las bajas de los hombres de la Nácar fueron en aumento, al mismo tiempo que se le incrementa el número de los ingleses mezclados entre los pozos de la sección. 
¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué durante el primer asalto y pese a la intensidad del combate de los infantes argentinos tuvieron tan pocas bajas? La respuesta surge un ante un rápido análisis: porque la cuarta sección estaba entera y había apoyo mutuo entre los conscriptos. Cada pozo era apoyado por los pozos de sus costados. Cada uno protegía la espalda de lo otro, el costado del otro. De ahí que los ingleses tuvieron que combatir no contra un pozo sino contra varios a la vez. 
Pero en el segundo asalto, los británicos comenzaron a utilizarse una táctica que rápidamente le dio muy buenos resultados: tres o cuatro hombres, agazapado a diez o doce metros de distancia, se levantaban simultáneamente y corría en dirección al pozo más cercano. Se le podía tirar a matar a uno o dos, pero un paro de ellos llegaban al pozo matando a los que allí estaban. Un precio caro, pero cuando así procedían el resultado era siempre el mismo. Las granadas de mano en esos casos eran inútil. los infantes argentinos utilizaban granadas americanas M-67, inservibles para frenar a un hombre que se acercaba corriendo a un pozo, ya que sólo explotaba con 5 o 6 segundos de retardo, por lo que las distancia de combate cuerpo a cuerpo la tornaban inapropiadas. 
Así paulatinamente, la desproporción de las fuerzas de hizo cada vez más evidente. A Vázquez, más que las bajas, le preocupaba no poder sacarse de encima a sus enemigos; impedir que fueran ocupando las posiciones en la forma en que lo estaban haciendo. Le pidió a Fochesatto que lo comunicara con el teniente Villarraza: 
_Verde, aquí Verde 4. 
_Verde 
_¿Que ocurre con los refuerzos? 
_Aguante que están por salir. 
_Recibido. 
Minutos antes de las tres de la madrugada, un soldado de ejército se arrastró hasta el pozo donde estaba Vázquez y grito: 
-¡Mi teniente! ¡Mi teniente! Le dieron al subteniente Silva. 
_ ¿Qué le pasó ? 
_ Le dieron un tiro en el pecho y uno en el brazo tira sangre por la boca 
_¿ Está vivo ? 
_ Si mi teniente. 
_ Bueno, arrástralo con cuidado, metelo en un pozo y trata de hacerle alguna curación. 
"¿Qué puedo hacer?", "¿Que le puedo decir?", pensó Vazquez. Pero cinco minutos después el mismo soldado regresó. 
_ Mi teniente, el subteniente Silva murió. 
Vázquez perdía así un oficial muy valioso, que permanentemente arengaba a sus hombres para que combatieron y que transmitía las ordenes en forma constante, allí donde la voz de Vázquez no llegaba. 
¿Qué había movido al soldado a regresar para avisar que Silva había muerto? ¿para que arriesgarse ? 
Esa necesidad de informar tan sólo la muerte de un jefe hay que buscarla en un sentimiento que se da en todo combatiente: no hay peor cosa para el que maten a su jefe. Lo destruye. Su jefe, que es la única esperanza de salvación, por qué es el que más sabe. Si el jefe, que es el más adiestrado y el que más sabe murió, ¿qué esperanza le queda a él, que sabe menos y esta menos adiestrado? ¿Quién lo sacará de problema? Además su jefe, por la misma rutina de la vida militar, es el que atiende los problemas de los subordinados. Ha muerto quien atendía sus problemas. Y ahora ¿Quién se ocupará de él? ¿Quien le va a decir "correte de ahí que te van a matar" o "cubrir" o "apunta para allá"? ¿Quien va a organizar el repliegue? Nadie. 

El jefe en combate y todo. De ahí que con la muerte de los jefes se incrementa de inmediato la muerte de los subordinados. Caen en la desesperanza, en la desorientación, en la inseguridad, y es cuando los conscriptos comienzan a tener reacciones dubitativos, temerosas, inseguras, sobre todo en el combate cercano, en el que sobrevive el que tienen reflejos más aptos. El otro no. 
Ese conscripto se arriesgó dos veces por dos motivos: primero, quiso ver la posibilidad de que salven a su superior herido, y segundo, si su jefe moría quería ser tomado por otro, escapar a la idea de que quedaba desprotejido. Una reacción muy humana. Una de las tantas facetas de la guerra. 
Vázquez no tuvo tiempo de pensar en la muerte del subteniente Silva. Una ametralladora comenzó a tirarle desde una pared de piedra ubicada un poco más arriba de su pozo. Lo británicos lo tenían perfectamente localizado y ni bien asomaba la cabeza para impartir órdenes, recibía una andada de proyectiles. No podía dejar de dirigir el fuego, aún en un forma entrecortada. "Te voy a reventar", dijo entre dientes, con rabia, y tomando una granada antitanque la disparó en dirección a la ametralladora que le vomitaba fuego. De inmediato tiró otra,la suerte no lo acompañaba: una pegó la base de la piedra y la otra siguió de largo. Era inútil, no podía abatirlos . 
_ ¡ Gasco! ¡Gasco! ¡ tirale a esa ametralladora! _ grito Vázquez aún conscripto ubicado a su izquierda y al que había ascendido ese mismo día. "Cosas de guerra", pensó. Se había tomado la atribución de ascenderlo a dragoneante en pleno combate, pues le tenía mucha confianza. 
_ ¡ Gasco! ¡Gasco! ¡ No seas hijo de puta! ¡ No me dejes solo ahora ! 
Sabía que el conscripto estaba vivo. Entonces, ¿ por qué no contestaba? 
El dragoneante estaba tratando de destrabar la ametralladora. "Menos mal", exclamó cuando logró hacerla funcionar. sin perdía el tiempo dirigió el fuego hacia quienes atacaban a Vázquez, dejándolo fuera de combate. 
La situación era desesperante. Vázquez decidió bajar para hablar por radio, lo que generalmente y estaba a cargo del suboficial Fochesatto, pero cuando se trataba de algo muy importante lo hacia personalmente. 
Al entrar al pozo, lo primero que hizo fue apretar la tecla del equipo; en forma instantánea apareció el ruido característico de los aparatos que están receptando. Bajo tierra se escuchaba bien todo lo que ocurría afuera: las explosiones, los gritos, los disparos. Las detonaciones hacían temblar el suelo y estremecían a esos hombres que, sin embargo, ya les importaba poco la forma en que morirían. Eran conscientes de que posiblemente no saliesen con vida de ese pozo. Pero también estaban convencidos de que los ingleses no se le llevarían de arriba. 
De pronto alguien hablo en inglés, ahí nomás, casi la boca del pozo. Vázquez y Fochesatto se quedaron petrificados. 
_¡Al diablo ! ¡ No van a meter una "pepa" por el agujero ! _ exclamó Fochesatto. 
Vázquez tenían la costumbre de dejadas afueran dos fusiles, uno con la granada antitanque puesta y apuntando en una dirección y el otro en dirección opuesta. 
En la desesperación se llevó por delante la radio, pero igual saltó fuera del pozo y tomo el fusil que tenía más a mano: el de la granada antitanque. A unos 7 metros, tirado cuerpo a tierra, de costado, un soldado británico hablaba por radio, y listo para meter una granada dentro del pozo, Vázquez no lo penso dos veces; apuntó y disparó. El proyectil antitanque que pego a menos de medio metro del inglés, cuyo cuerpo saltó desplazado. 
En esos instantes, en el medio sector oeste del teniente Vázquez, pero más hacía la derecha, un inglés llegó hasta uno de los pozos de zorro. El conscripto Feliz Ernesto Aguirre, a unos 30 metros vio al enemigo pero le falto rapidez para deducir si era un ingles o no, algo perfectamente aceptable teniendo en cuenta la confusión propia del momento, dado que el ataque británico era incesante. 
_¡Si, es un inglés ! _ exclamó Aguirre y disparó su fusil. 
Fue tarde. Un segundo antes de recibir un impacto en la espalda, el soldado tuvo tiempo de activar una granada de mano incendiarias y arrojarla dentro del pozo. El estallido fue inmediato. Lenguas de fuego salieron del interior, como buscando más víctimas. Un soldado salió rápidamente. Era una tea humana. Sin titubear se desprendió una manta en forma de poncho, revolcándose por el suelo. Le pareció increíble que no estuviese quemado. Como un resorte se irguió y giro la cabeza en uno y otros sentido buscando un arma. A poca distancia había un fusil, lo tomó, se arrastro hasta otro pozo y se metió en un interior para seguir combatiendo. 
Vázquez volvió a comunicarse con el teniente Villarraza. 
_ ¿Que pasa con los refuerzos? _ exclamó sin ocultar su preocupación. 
_Ya están marchando, están en camino _ fue la respuesta, una mentira piadosas, ya que los refuerzos no se habían puesto en marcha. 
Lo cierto era que el apoyo que necesitaba Vázquez y no llegaba y la situación empeoraba cada vez más. Las bajas iban en aumento. Munición no abundaban., En ese instante, Vázquez tomo una decisión: solicitar nuevamente fuego de artillería. 
_Que tiren los morteros _ pidió por radio en un intento por sacarse de encima a los ingleses . 
_ No, los morteros no porque en estos momentos están cumpliendo otra misión de fuego. 
_ Bueno, entonces que tiren los 106 _ reclamo refiriéndose a la sección de morteros 106,6 mm, con seis piezas ubicadas en retaguardia entre el puesto de comandos del teniente Villarraza y el BIM 5 . 
_ Recibido. 
Pocos minutos después, los proyectiles de los morteros comenzaron a hacer temblar lugar, aliviando algo las presiones de los británicos, pero sólo un breve tiempo. 
A las 3,30 de la madrugada, la ametralladora ubicada en el centro de la 4ta sección quedó sin municiones. El conscripto Aguirre y otros tres hombres que la servían continuaron disparando con sus fusiles. 
A las 4, la ametralladora del extremo izquierdo envió una aviso "Munición consumida". Hasta esa hora Vázquez había mantenido el control sobre su sección. Sus ordenes eran cumplidas y se le informaba de cuanto ocurría, incluida la bajas que se iban produciendo. Sin duda, el sector más afectado era el centro y el del extremo derecho. 
A partir de las 4,30, los ingleses comenzaron a ocupar los pozos de zorro. Ni bien mataban al hombre le sacaban y se metían en ellos. Así las cosas, los infantes de marina se encontraron con que a 7 o 10 metros a la izquierda o a la derecha, a atrás o adelante, en el sitio donde pocos minutos antes estaba un compañero, era ocupado por un enemigo. 
La situación se había tornado desesperante, insostenible. Cada vez habría más ingleses disparando sorpresivamente desde los pozos. Vázquez sabía que no podía resistir mucho tiempo más. Tampoco disponía de mucho tiempo para pensar. Entonces tomó la decisión: batir la sección con su propio mortero calibre 60, con los cincuenta y cuatro proyectiles disponible . Una decisión terrible, el verdadero manotazo de ahogado. Otra cosa no podía hacer. Salvo rendirse o morir irremediablemente. El intento valía la pena. 
Como el mortero es un arma de tiro curvo, si se lo colocaba bien parado, tiene una distancia mínima de disparo. La única forma de batir su propia posiciones es sacándole el bipode. Eso fue precisamente lo que hicieron: le sacaron las patas, le pusieron dos cajones de municiones para sostener los... Y quedó paradito. 
_Rotela _ dijo Vázquez dirigiéndose al dragoneante que hacía las veces de jefe de pieza , secundado por el conscripto Güida y otro al que aprobaban "Pankuka" _ ¿Tiene Güida puesto los guantes ? 
_ Sí señor. Está listo. 
Güida con un guante colocado en su mano derecha para protegerlo de calentamiento de el tubo, sostenía con la otra el proyectil. Con sus ojos fijos en el mortero , esperaba ansioso la orden para el primer disparo. 
_¡Fuego !_ gritó Vazquez. 
Comenzaron por el extremo derecho de la posición que ocupaba, pasando por el Centro y llegando al extremo izquierdo. Uno tras otro fueron explotando, provocando temblores y abundante humo y terronazos. En vano intentaron corregir la dirección de los disparos: un tubo sostenidos por cajones y con inclinación dada por la mano de un soldado, no podía asegurar mucha precisión. Los resultados fueron pobres; a pesar de sufrir numerosas bajas, los ingleses no retrocedieron. 
Además de ser muchos, estaba bien protegidos en los pozos de zorro. 

_¡Esto se va al carajo! _ exclamó Vázquez _:Así no podemos continuar por mucho tiempo más .A ver si puedo comunicarme con el comando. Se acercó a la radio y comenzó a llamar al capitán Robacio. 
_ Señor, aquí el teniente Vázquez _ dijo con voz angustiada. 
Sí, capitán Robacio. Estábamos tratando de comunicarnos con usted. En gran parte del peso del combate esta centrada en su sección. ¿Qué quiere que hagamos? 
_ Señor. ¡Tire con los obuses contra nosotros! 
El pedido significaba ser batido por la propia artillería, nada menos que con obuses de 105 mm, los proyectiles mas grandes que tenían y capaces de destruir los pozo de zorro. De todas formas no saldrían vivos. 

Robacio alejó el tubo de su oreja y dudo un instante. 
_ Pero Vázquez... 
_Señor, por favor, tire ya mismo. Esto es insostenible. 
_Bien, así lo haré. Continuemos al habla. 
Se dio vuelta y dirigiéndose a su ayudante le dijo: 
- Ordene abrir fuego con los 105 sobre las posiciones del teniente Vázquez. 
Ya mismo. Pronto. 

El primer disparo cayo lejos del blanco, exactamente a unos 500 metros. El terreno muy blando de las Islas y la intensa actividad a la que habían sido sometidas las piezas de artillería terminaron por desencajarlas totalmente. 
- Señor, mando corrección, Alargar 900, derecha 500 - exclamo Vázquez. 
Normalmente, la corrección en un tiro de artillería no es tan exagerada. De ahí la respuesta del capitán Robacio: 
- Tranquilícese Vázquez. Esa corrección es imposible. 
Tapando el tubo del teléfono de campaña, le dijo a su ayudante: 
- Este pobre pibe, ya debe estar mal de la cabeza. 
Pero Vázquez no estaba mal de la cabeza. Realmente el disparo había pegado lejos. Como el segundo tiro tardaba en llegar, el teniente gritó desesperado: 
- ¡ Que esperan! ¡Tiren! ¡Tiren! ¡Nos están haciendo pelota! 
Llega el segundo tiro. Largo, lejos de la posición. 
- ¡Pero esta artillería de mierda, no sirve para un carajo! ¡Métanse los cañones en el culo! 

Vázquez estaba hablando nada menos que con su comandante. La muerte segura de él y de sus hombres lo desesperaba. Quería detener a los ingleses a toda costa. Tenia que hacerlo. No había otra alternativa. 
De pronto, el tercer tiro pegó en la Sección. 
- ¡Bien! ¡Así! ¡Así! - grito por radio -. Bien, señor, así. Señor perdóneme. 

- Esta bien, hijo. Trate de aguantar _ dijo Robacio conciente del difícil momento por el que estaban pasando sus hombres. 
A partir de ese momento los obuses de 105 comenzaron a batir la posición guiados por el oficial de la central de fuego de la batería de artillería, teniente Oscar González, un intimo amigo de Vázquez, que sabia perfectamente que estaba tirando contra su amigo y que lo más probable es que éste muriera ante el tremendo poder de fuego de esas piezas. 

Pocos minutos después cesó el infierno desatado por las explosiones. Sin embargo, los ingleses estaban ahí, en su pozos. 
Aproximadamente a las 5, el enemigo inicio su tercer asalto, en el que no hubo pausa como ocurrió entre el primero y el segundo, sino que al no quedar tantos británicos combatiendo, apareció otra oleada de refresco. La otra diferencia con las dos anteriores fue que no ocurrió de manera orgánica, no atacaron en perfecta formación. 
Otra vez Vázquez reclamó los refuerzos, obteniendo una repuesta similar. 


El último argentino en morir en Mt. Tumbledown fue "Pedro". Él se mantuvo moviéndose a nuevas posiciones y disparando hasta que algunos miembros del equipo de apoyo avanzaron alrededor de la base de "La Terrace" para conseguir un mejor ángulo de tiro. Los relatos británicos cuentan que "Pedro" fue abatido por el Lance Corporal Tyler de la Compañía LF con un lanzacohetes de 66mm, pero de hecho murió por el fuego de ametralladora que siguió al cohete por una bala en la frente. El incidente tuvo lugar al menos una hora después de que De La Madrid y el resto de tropas argentinas se retirara. En el libro "5th Infantry Brigade in the Falklands", Nicholas van der Bijl reporta que el capitán Campbell-Lamerton del pelotón antitanque del 2º batallón de guardias escoceses, persuadió a un oficial argentino para que pidiera a Pedro que se rindiera. 

 

La historia del soldado argentino que mató al jefe de paracaidistas británico.

Ocurrió en Pradera del Ganso, cuando tropas inglesas recuperaron Puerto Darwin. Allí el teniente coronel Jones cayó ametrallado por un conscripto. En el combate murieron 47 argentinos y 17 ingleses.


 

Las guerras pueden durar meses o años, pero es un segundo el que decide el destino de los soldados. El combate de Pradera del Ganso o Goose Green, a las puertas del Puerto Darwin, es recordado como uno de los cruciales y más violentos. También porque allí cayó el militar inglés de mayor rango, el teniente coronel Herbert Jones, jefe de los paracaidistas británicos y toda una leyenda de la guerra.

Esa batalla, entre la noche del 28 de mayo y la madrugada siguiente, comprobó la supremacía británica, pero también la testarudez de los soldados argentinos. Quizá fue el exceso de confianza lo que acabó con el oficial Jones, uno de los 15 combatientes ingleses enterrados en Malvinas.

Los argentinos llevaban semanas aguardando la llegada de las tropas inglesas a la colina de Darwin, en Goose Green, uno de los puntos estratégicos de la Isla Soledad. Y los ingleses llevaban días planeando el ataque, aunque tuvieron que apurarlo 24 horas porque la BBC se enteró y lo difundió por la televisión. Así lo reveló el año pasado el investigador Lawrence Freedman, en la versión oficial inglesa del conflicto.

La primera línea de la defensa argentina era ocupada por el Regimiento de Infantería 12, en su mayoría soldados correntinos sin preparación y con pocas armas —"pero valientes", destaca Freedman—, que aguardaban dentro de pozos trinchera. Previendo un ataque, la noche anterior se había enviado a un grupo de apoyo de Córdoba, al mando del teniente Roberto Estévez, quien no viviría para contarlo. Sí lo haría Oscar Ledesma, un conscripto de 19 años que había sido elegido para manejar una de las tres ametralladoras del pelotón. 

El ataque inglés fue brutal. Un escuadrón de 300 hombres tomó la playa por la noche y rápidamente avanzó tierra adentro, mientras una tremenda artillería sacudía desde un buque inglés la resistencia argentina, en ese momento de no más de 200 soldados. Las bombas arremetieron con sus esquirlas e incendiaron pastizales. Los argentinos resistieron por horas, pero dos de la tres ametralladoras argentinas quedaron fuera de uso en pocas horas y sobre las seis de la mañana los pozos empezaron a llenarse de cadáveres.

Fue entonces cuando los atacantes sintieron que era el momento de saltar la línea. Tomaron los primeros pozos y tomaron los primeros prisioneros. Pero el oficial Jones estaba "ansioso", "exultante" y "apurado", según las definiciones de Freedman. E hizo algo que probablemente no debía, lo que los ingleses llamaron un rapto de "devastador coraje". Se puso al frente de un pelotón de 15 hombres y encaró decidido contra una trinchera argentina. No vio que a unos 20 metros de distancia, detrás de una lomita que lo hacía invisible, un soldado cordobés sostenía la última ametralladora. Y Ledesma disparó. Vio venir al inglés y disparó una ráfaga, sin saber que era el jefe de los atacantes. El hombre dio una vuelta en al aire y quedó boca arriba. Todavía vivo, Jones acercó una mano a su cintura buscando una granada. Pero otra ráfaga lo sacudió. Eran las 6.30 de la mañana.

Los disparos de Ledesma fueron de los últimos que se escucharon en Goose Green. Minutos después las tropas argentinas se rendían y se convertían en los primeros prisioneros de la guerra. En la batalla habían muerto 47 soldados argentinos y 17 ingleses. A los prisioneros le siguieron días de encierro en un galpón de Darwin y semanas en un barco inglés y, consumada la rendición, el abandono en Montevideo. La batalla había sido la antesala del final. Fue, según los ingleses, "el muro moral" de Malvinas y su camino hacia Puerto Argentino.

Historiadores británicos sugirieron por años que Jones había sido matado a traición luego de la rendición argentina. Pero la versión oficial de Freedman lo desmiente. Como también el relato que hicieron los sobrevivientes a Oscar Téves, autor del libro "La pradera del Ganso", donde se reconstruye la batalla. Veinticinco años después, un monolito recuerda el lugar exacto donde cayó el oficial inglés y la línea de tiro del soldadito cordobés. Muy lejos de los Galtieri y los Thatcher, eran hombres solos.

 

El combate de Top Malo House

Los Comandos argentinos despertaron muy temprano, aún oscuro. 
¡ Estaban nuevamente sin frío después de haber dormido secos, recuperados físicamente; y mientras desayunaban con chocolate caliente y galletitas, comentaron lo que hubieran sufrido de haber permanecido en Monte Simons. Concluido el refrigerio todos comenzaron a alistar sus equipos, ya con buen ánimo para soportar otra jornada de marcha. Eran las ocho y empezaba a clarear 
En ese momento oyeron ruido de helicóptero. Algunos especularon en un rescate anticipado: no estaban muy lejos de la capital era el día señalado el tercero de su misión- para ser recuperadas, y la zona era la probable. No era creíble que se tratara de un aparato británico; pero alguien acotó que los argentinos no volaban sin luz. Paso cerca, a unos cuatrocientos metros, y el sargento primero Pedrozo observó: 
-Me pareció ver que no tiene la franja amarilla. 
A causa de la bruma poco se distinguía, ni aun recurriendo a los visores nocturnos, y sólo se oían los motores · que al rato cesaron. Reinaba incertidumbre, pero se aceleraron los preparativos para abandonar el edificio. El capitán Vercesi, ya con su correaje colocado aunque sin la mochila puesta, se hallaba en la cocina, y echando rodilla en tierra, intentó comunicarse por radio. En el segundo piso el teniente Espinosa recorría el horizonte con la mira telescópica de su fusil. De pronto exclamo: 
-¡me parece que hay gente que viene avanzando! 
No, mi teniente - opinó el sargento primero Helguero-, deben ser ovejas, que hay muchas por acá. 
Un lúgubre presentimiento dominó a Vercesi. A su lado se hallaba el Sargento primero Sbert, a quien mucho apreciaba por haber compartido varios destinos anteriores, y ante la extrañeza de este, le tendió la mano: 
-¡Suerte, Turco! 
Los elementos del M. and A. W Cadre (Cuadro de guerra para la Montaña y el Artico) descendieron del helicóptero a mil metros de la posición argentina. El capitán Boswell colocó a los siete hombres de su grupo de apoyo comandado por el teniente Murray a ciento cincuenta metros de la casa, mientras con los doce del grupo de asalto la contorneó hacia el sur-este, protegido por una elevación. "Como son tropas especiales'', pensaba, seguramente tienen centinelas afuera''. El Sargento McLean, del grupo de apoyo, se aproximó a Boswell para transmitirle una sugerencia del teniente Murray: con pedazos de turba habían moteado sus uniformes para avanzar más disimulados, por cuanto estos oscuros sobre la nieve, los anunciarían a un centinela alerta. El capitán era consciente que el suelo por donde se movían estaba dominado por una ventana del piso superior, como un ojo que los vigilara''. 
Cuando Rod Boswell consideró que estaba suficientemente cerca de casa y a la vista de su grupo de apoyo, dio orden de "calar bayonetas''. El sargento Stone musitó: 
-Es un engaño: no hay nadie allí. 
Ante el anuncio del teniente Espinosa del avance de hombres no identificados, el sargento primero Castillo subió la escalera: efectivamente distinguió bultos, pero sin precisar su naturaleza, pese a que ya se había levantado el sol y la claridad permitía distinguir mejor el campo. De pronto un haz de luz resplandeció sobre una de las presuntas ovejas: un soldado británico reflejaba el sol en el anteojo de campaña con el cual quiso observar mejor la casa. 
-¡Ingleses! Ahí vienen!- fueron los instantáneos gritos que resonaron dentro. 
Automáticamente el teniente primero Gatti, el radiooperador, sacó sus claves e instrucciones del bolsillo y las quemó. Todos se pusieron en movimiento para salir, Castillo gritó a Espinosa, mientras se abalanzaba hacia la escalera: 
-¡Vamos mi teniente! 
este le replicó: 
- ¡No, yo me quedo! De acá tengo más campo de tiro! 
en el mismo instante que abría el fuego, la casa tembló por la explosión de un proyectil antitanque Carl Gustav. y comenzaron los disparos de ambas partes. Los ingleses se incorporaron y avanzaron corriendo; varios de ellos utilizaban lanzacohetes descartables Law de 66 mm y fusiles lanzagranadas M-79 de 40 mm. Vibraba la estructura de la casa por los impactos sobro sus chapas exteriores, y cantidad de balas atravesaban las endebles paredes de madera. 
Los Comandos argentinos no vacilaron en abandonar el edificio para luchar mejor desde el exterior. El capitán José A. Vercesi logró llegar corriendo hasta un alambrado colocado antes del arroyo, allí tomó posición de pie - no atiné a tirarme al suelo- y comenzó a hacer fuego y a recibirlo. 
Salimos entre los dos, yo te apoyo - avisó el sargento primero Omar Medina al teniente Martinez. Al hacerlo, este último sintió que lo golpeaba fuerte en la espalda una granada caída dentro de la casa, y cayó al suelo. Comenzó a arrastrarse. El impacto había sido en la cocina, volteando un panel sobre Medina, al que tiró aturdido contra la pared. Pero también pudo salir y quedó contra un ángulo exterior, al lado de una ventana, oyendo los disparos y gritos. 
El sargento primero Castillo se precipitó escaleras abajo, y al pisar el último escalón sintió la explosión de un cohete detrás, que destrozo e incendió la escalera. El humo comenzaba a invadirlo todo. Luego de Castillo quiso abandonar el edificio Helguero. pero una granada que explotó en la puerta, entre ambos, lo hirió en el pecho arrojándolo hacia adentro sobre Pedrozo, que venia atrás. 

Una granada lanzada con fusil M-79 penetró por la ventana del piso superior, matando instantáneamente al teniente Espinosa. El estallido aturdió a Brun y Gatti, que estaban allí: un acre olor a pólvora se sintió en forma penetrante. La llamarada. el ruido y la sensación de vacío que produjo conmocionó a los dos oficiales sobrevivientes por unos instantes. La casa temblaba por los tiros y ya comenzaba a arder. Gatti se recobró del shock causado por la onda expansiva, tomó su fusil y fue hacia la escalera: ésta no existía, era un completo aro de fuego hasta abajo. Sin pensarlo saltó por medio de él. 
El teniente primero Brun, al tiempo que Espinosa caía hacia atrás ensangrentado, sintió una esquirla que le cortaba la frente. Supo que la próxima explosión no lo perdonaría, e instantáneamente tomó su decisión: se zambulló a través del traga luz 
A medida que caía podía oír los balazos que pegaban contra la pared enchapada. Cayó desde una altura no menor de cinco metros, procurando cubrirse la cabeza, pero recibiendo tan fuerte golpe que quedó completamente aturdido. A merced a su excelente estado físico y a la inmediata reacción no fue muerto en esa oportunidad. A un tremendo dolor en la frente y en la cabeza toda se sumó que no veía bien: ; Dios mío perdí un ojo!, Pensé en el acto, aunque la falta de visión habrá sido producida por la pólvora que le quemó la cara, o la sangre que le caía en la frente. 
Los Comandos argentinos habían logrado en su mayoría abandonar Top Malo House. La abnegación de Espinosa, que con su resistencia atrajo el fuego enemigo hacia el segundo piso, y la reacción de aquellos de salir para combatir sorprendiendo a la tropa británica, habían impedido el total aniquilamiento de la patrulla. En forma descuidada disparando de pie con sus pistolas ametralladoras y lanzagranadas desde la cintura, sin cubrirse, los ingleses posiblemente no tuvieron en cuenta el impulso de la sección de Comandos. 
Estos avanzaron corriendo hacia el arroyo, al tiempo que tiraban con sus fusiles. Las balas enemigas pegaban en el suelo siguiendo sus huellas. El teniente primero Brun pudo hacer algo más de cincuenta metros hasta que cayó sentado, atontado, sintiendo un constante zumbido en su cabeza a consecuencia de su violento golpe, De pronto vio venir derecho hacia él una granada: en forma instintiva la alejó con su mano al llegar, a tiempo que tornaba la cabeza. La granada explotó muy cerca, cubriéndole de esquirlas la espalda, y averiando su fusil. Brun sacó la pistola e hizo fuego contra un escalón británico que divisaba, pero a los pocos disparos se le trabo tomó entonces una granada y la tiró, pero por la conmoción sufrida se olvidó de quitarle el seguro. En esos momentos un tiro hizo impacto en su pantorrilla derecha. 
El teniente primero Gatti también había podido salir, llegando ileso a una zanja situada doscientos metros abajo de la casa, antes de alcanzar el arroyo Malo. Cerca del capitán Vercesi Gatti disparaba arrodillado. mientras veía cómo la munición enemiga levantaba el barro a su alrededor. 
El teniente primero Horacio Losito estaba herido: al abandonar el edificio en medio del humo que lo envolvía y las balas que lo atravesaban, dirigiéndose por la cocina hacia el porch para alcanzar el arroyo, una granada había reventado contra la pared dos metros atrás, derribándolo ensordecido y lastimado en la cabeza. Un golpe quemante, un ardor fuerte, pero seguía dueño de sus movimientos. La sangre le caía detrás de la oreja y por la mejilla un grupo de cuatro ingleses ubicados a no más de veinte metros lo dieron por muerto y continuaron accionando sus lanzagranadas contra la casa sin prestarle más atención. Entonces Losito se levantó y medio agazapado vació contra ellos un cargador en automático: un soldado cayó tocado en una pierna y el resto echó cuerpo a tierra. El oficial argentino emprendió carrera hacia el arroyo, cambiando de posición y disparando a cada rato, perseguido por los proyectiles enemigos; esperaba a cada instante un tiro en la espalda. Era intención de Losito cruzar el curso de agua y trepar por la altura del frente - la casa estaba ubicada en una hondonada-, pero unos cuatro metros antes de alcanzar el Malo encontró la zanja decidió ocuparla. Al darse vuelta para hacer nuevos disparos, un impacto en su muslo derecho lo volteó de espaldas en la zanja. Herido dos veces, rodeado de enemigos que avanzaban haciendo fuego y sin posibilidad de reaccionar, se dio por muerto: 
-¡Cristina. no voy a poder volver! -exclamó en voz alta. 
El sargento primero Medina estaba resguardado en una esquina del edificio, cuando por encima dejas explosiones, oyó que arriba de él se rompían vidrios y vio tirarse a un hombre: era Brun. Un soldado inglés se aproximaba gritando; le hizo fuego y lo abatió. El suboficial enfermero Pedrozo y el sargento primero Helguero pudieron zafarse de la casa en llamas y abandonarla a través de una ventana, cayendo aturdidos por los estampidos, mas luego echaron a correr. A los quince metros Helguero se desplomó herido en el pecho. Omar Medina se dio cuenta que quedaba solo y que el enemigo estrechaba el cerco. Con la protección que le brindaba el fuego que el sargento primero Sbert hacia, alcanzó la zanja donde sus compañeros estaban tirados, y arrodillándose comenzó a disparar: 
Los británicos se aproximaban a ellos, y estaban a cincuenta metros cuando Medina pudo hacer impacto en un inglés, al cual siguió tirándole ya caído por ignorar si había muerto, De repente Medina sintió un golpe en su pierna izquierda, que no creyó herida por no sentir dolor al tiempo que una granada reventaba tras de si matando a Sbert, Retrocedió Medina y pudo derribar a otro soldado enemigo. Pero la patrulla de Comandos estaba completamente aferrada. 
Es indudable que a posición argentina pudo haber sido eliminada sin correrse riesgo atacándola con cohetes y bombas desde el aire. Quizá el M. and A. W Cadre haya imaginado que luego de sus primeros disparos, los refugiados en Top Malo House se rendirian que no saldrían a combatir afuera; pues lo cierto es que permitiéndoles abandonarla sin estar, rodeada por, completo -comenzaron a hacerle fuego desde un flanco mientras avanzaban- los militares argentinos opusieron una enérgica resistencia que ocasionó varias bajas al equipo de Boswell. Una "fiera y breve batalla'', la califican Hastings y Jenkins. 
Con todo, por más ardoroso que fuera su ánimo, la primera sección de la Compañía 602 no tenia escapatoria. Ignoraban quienes calculaban poder replegarse cruzando el arroyo, que detrás de éste ocultos en la elevación que lo dominaba, permanecía al acecho la patrulla del Teniente Haddow que diera aviso, de la presencia de los Comandos. 
El teniente Daniel Martinez había guarecido en el cobertizo del fondo, arrastrándose en dirección al agua · en medio de los proyectiles que le pasaban por encima o pegaban cerca de él, disparó contra un par de soldados que iban corriendo, obligándolos a tirarse al suelo, Martinez notó que los ingleses tenían dirigida su atención a la zanja cercana al arroyo donde sus compañeros, en línea, respondían al ataque. Mientras tanto, un británico salió velozmente del depósito de atrás, disparándole, pero Martinez le abrió con una ráfaga de FAL y cayó a tres metros de distancia. 
El fragor del combate se aumentaba por el ruido de las municiones que explotaban dentro de la casa en llamas. 
El teniente primero Losito, caído sobre el extremo de lo precaria trinchera había podido observar cómo Medina se movía hacia Sbert al ser éste muerto por el estallido de una granada; y sabiendo que él también iba a sucumbir, reinicio sus disparos medio agazapado como estaba, dificultosamente, A veinte metros por, la derecha avanzaban dos ingleses con sus boinas verdes, a paso ligero, disparándole con sus pistolas ametralladoras Sterling: Losito derribó a uno de ellos, un hombre grande y rubio que recibió el impacto en el estomago y cayó hacia atrás. 
En la otra punta de la línea, el capitán Vercesi vio llegar a donde estaba al teniente primero Brun, cubierto de sangre de la cabeza a los pies, quien cayó a su lado. Detrás de los tiradores británicos que avanzaban en cadena, pudo distinguir que cerca de la casa el enfermero, sargento primero Pedrozo arrodillado para cubrir a Helguero, agitaba un trapo blanco indicando que allí habia un herido y que no combatía. El jefe de la sección miró a Brun "con sus heridas espectaculares" y le dijo: 
-Esto no va más... 
El oficial le hizo eco: 
-No, no va más. 
Entonces el Capitán levantó su fusil ordenando cesar la lucha. con un setenta por ciento de bajas, no tenia sentido proseguir la briosa resistencia; sólo quedaban ilesos él mismo, Gatti y los sargentos primeros Castillo y Pedrozo. El teniente primero Gatti lo imitó: 
-¡Alto el Fuego!, ¡alto el fuego!. 
Miguel Angel Castillo no se conformó, e instaba: 
-¡Todavía no se entregue, mi capitán! 
No muy lejos, tirado en la zanja, Losito podía observar que continuaban rebotando impactos en torno a su compañero. posiblemente porque algunos ingleses no se habían percatado del gesto, y gritó desesperado: 
-¡Gatti, cúbrase; no se rindan. carajo. porque nos van a matar! 
-Mi teniente primero -le contestaba aquél-, no tire más que estamos totalmente rodeado 
Horacio Losito no cejó. Dispuesto a morir peleando se preparó para disparar al otro soldado de la pareja que se le acercara, pero ya no pudo hacerlo: la pérdida de sangre se lo impidió y se derrumbó de espaldas al pozo. Plenamente consciente todavía, pudo ver que el enemigo, un hombre bajo, morocho de bigotes, se paraba con sus piernas abiertas sobre el borde apuntándole con su pistola ametralladora. un instante fugaz se encomendó a Dios, esperando morir rápido. Volvió a levantar los ojos y el ingles le intimó: 
-¡Upyour hand!, ¡upyour hand! (Arriba las manos). 
Losito estaba muy débil y el inglés lo notó: dejó su ametralladora, y quitándole el fusil, tomó al oficial por la chaquetilla para sacarlo, del fondo, con palabras de aliento. 
-No problem. no problem, is the war (No hay cuidado, es la guerra) 
Le hizo un torniquete en una pierna y le inyectó morfina de una jeringa descartable que sacó de su pecho, luego de lo cual le pintó una M en la mejilla. Enseguida pidió auxilio para transportarlo. 
Sonaban todavía algunos disparos. El sargento primero Omar Medina, sordo por las explosiones y atento sólo a su frente. mantenia el fuego, y Gatti le grito: 
-¡Medina, Gordo. dejá de tirar que nos matan a todos: no ves que nos rendimos! 
Cuando el suboficial Levantaba sus manos, volvió a ser alcanzado en el muslo de la misma pierna izquierda por una granada: una herida impresionante, muy grande. Se acercó el cabo primero Valdivieso para ayudarlo y fue también alcanzado, cayendo al suelo. 
El fuego cesé bruscamente, por ambos lados. Miguel Angel Castillo no quiso correr riesgos: "Yo me quedé tirado", me relato, "pensé que si me paraba me iban a poner fuera de combate, así que me quedé en el suelo con el fusil al costado". Hasta que llegaron dos tipos a mi lado: apartaron con su pie el fusil, me apuntaron, y por señas me indicaron que me levantara''. Todos los británicos avanzaron para tomarlos. Cada uno de los argentinos permaneció en el lugar en que se hallaba y los hombres de Boswell se apoderaron de su armamento y les hicieron quitar el correaje. Se oían quejidos. 
-Finish the war, (Terminen la guerra) -repetía el jefe británico para abortar cualquier reacción desesperada, aunque el estado de los Comandos argentinos tornaba ilusoria alguna medida más. 
A distancia. Top Malo House concluia de arder. 
Al concluir el combate, desde el otro lado del arroyo apareció la otra patrulla británica, gritando, que abrazó los vencedores: 1a patrulla de Haddow, que había observado toda la batalla, avanzó corriendo, agitando una bandera británica como una señal para ser reconocido. No quisieron correr el riesgo de ser tiroteados por su propio bando en la excitación, con la adrenalina aún fluyendo'', indica el brigadier Thompson. 
Los británicos ataron las manos de sus prisioneros mientras los revisaban, y luego volvieron a soltarlos. indicándoles que recogieran o sus heridos y muertos. Ellos también comenzaron a atender a los de uno y otro lado, juntando las armas y correaje de aquellos; algunos mantenían apuntados a los Comandos ilesos, El capitán Rod Boswell, con una libreta en la mano, pasaba lista a voces para conocer sus bajas. Éstas eran relativamente numerosas, dada la iniciativa del ataque y el armamento usado: 5 muertos y ocho heridos, Algunos hombres lloraban en torno a un cadáver que posiblemente fuera el segundo jefe del M. and A. W. Cadre. 
Los Comandos argentinos en mejor estado fueron a alzar a sus compañeros. Vercesi pasó junto a un herido inglés muy pálido, de bigote fino, alcanzado en el pecho, que se hallaba tirado en el suelo apoyado en el regazo de un camarada, quien lo saludó murmurando: 
-Friends. friends. (Amigos). 
Los que aparentaban estar más graves eran los tenientes primeros Brun y Losito, completamente cubiertos de sangre; el Teniente Daniel Martinez fue interrogado para saber si había sido tocado: 
-No problem -contestó, ignorante del balazo que habla recibido en un pie. En un grupo estaban reunidos Medina, Valdivieso y algo alejado Losito: se acercó Pedrozo quien se había hecho reconocer como enfermero- con su brazalete ostentando la Cruz Roja colgado de la mano. acompañado de su custodio, y controlando el pulso de Omar Medina, y dijo: 
-Quedate tranquilo; no tengo nada para darte ahora; esto está coagulando bien. Acordate de soltar el torniquete para que circule la sangre. 
Al suboficial lo había vendado un inglés. Otro que se aproximó comenzó a tratarlo con un paquete de curaciones; la hemorragia hizo que el sargento primero se desmayara por un momento. Recuperado a poco, fue el teniente Martinez para cargarlo: 
-Cómo pesás! A mi no me pasó nada- le explicó, desconociendo aún haber sido también herido, Pero ni llegar al lugar de reunión, Martinez,. Sintió un dolor como una torcedura''; asombrado, hizo un movimiento y pudo ver que salían borbotones de sangre'' según relata. Se quitó el borcegi y la media y comprobó que había alcanzado en el talón una bala de fusil M-l6, sin orificio de salida, uno de los militares británicos comenzó a hablarle, Pedrozo le tradujo: 
-Dice que te tapes para que no se enfríe, porque te va a doler. 
Daniel Martinez volvió a calzarse, ató bien su borcegui y se hizo un torniquete, sintiendo efectivamente mucho dolor: "y pasé a ser un herido más. 
El suboficial enfermero tuvo una lucida actuación: sin elementos, trató de contener las hemorragias y de calmar a sus compatriotas. "Yo no empecé a temblar con chuchos por la pérdida de mucha sangre y estar muy mojado''. Me refería el teniente primero Losito. "y él sacó al sargento primero Sbert que estaba muerto, su gabán de douvet y se lo coloco: se sentó en la nieve y me puso sobre su regazo, abrazándome para darme un poco de calor", Igual procedimiento empleó el teniente primero Gatti con el sargento primero Medina. 
Los prisioneros, heridos e ilesos, fueron retenidos a un costado de la casa incendiada, hasta que helicópteros vinieran a llevarlos, El capitán Vercesi se detuvo al lado del cadáver del sargento primero Sbert, muy conmovido: 
-¡Qué me has hecho. Turco! 
Al teniente primero Brun lo animó el ver a Losito vivo, quien lo alentó: 
-Tranquilo. Cachorro, no más. - 
El médico británico revisó a todos, marcando con una M sobre la frente a los inyectados: con morfina, La pierna de Medina, desgarrada y con su fractura expuesta, presentaba mal aspecto; Helguero estaba muy preocupado por su herida sobre el corazón, porque ignoraba su profundidad. Vercesi se notaba sumamente afectado: pidió ir por el teniente Espinosa pero el capitán inglés meneó su cabeza y le dijo que era inútil. Conmovía a todos la suerte del abnegado oficial. el joven alegre siempre hablando de sus hijitas. Mirando la casa que terminaba de quemarse, Brun murmuro: 
-Espinosa está ahi adentro... 
La morfina y la atención los calmaron, y comenzaron a observar a sus vencedores, pintarrajeados sus rostros y tocados con boinas verdes. 

                  

Soldado Oscar Poltronieri:

su heroica acción en combate         

Sobre el pecho de oscar Poltronieri, la Guerra a prendido un sin fin de indiferencias, historias y medallas" 
La única "Cruz Nación Argentina", el Máximo y único Galardón al Heroico Valor en Combate que el Ejercito Argentino otorgara a un soldado Raso, en la historia de nuestro país. 

Oscar Poltronieri cumplió el servicio Militar en el Reg. 1 Mec. 6 de Mercedes Prov. Bs. As."La verdad, la primera vez que escuche hablar de un lugar así. Yo me imaginaba algo como Córdoba, Mar del Plata, me imaginaba que iba a viajar. Por eso me fui como cuando te invitan a una joda. A lo primero me reía, pero cuando subí al avión y vi que los otros lloraban me puse serio." 

¿Que hizo que Oscar Poltronieri se convirtiera en un héroe?Ejemplo permanente de sus camaradas, ofreciéndose como voluntario para misiones riesgosas, como sindica el informe del Ejercito Argentino. 

Esto no alcanza para saber todo lo que realmente hizo Oscar Poltronieri, solo él puede explicarnos todo lo que pasó, desde su inquietante y humilde personalidad, dado que viene de un hombre que con solo 19 años de edad, realmente demostró y cumplió ante todos sus compañeros y superiores, que lo de la eterna frase, "Yo por mis compañeros me las juego," no es una utopía y el lo demostro sin dudar. 

No se las jugo en un bar, en una contienda de barrio o en una cancha de fútbol, se las jugo ante unas de las primeras potencias del mundo y en una causa muy especial La Guerra de Malvinas, lejos de las intenciones políticas que rodean este tipo de conflictos, no era el problema de Oscar Poltronieri, Su problema era defender nuestra gran familia, Nuestro Gran Hogar, Nuestra Nación Argentina, que exponía a sus jóvenes hijos, a defender a la Patria. 

"VAYANSE, QUE YO ME QUEDO SOLO"... 

Esto fue ya en Junio. Estábamos en el Monte dos Hermanas, una noche yo estaba de guardia en la posición adelantada y escucho unas voces raras. No eran de los nuestros, no entendía lo que decían. Le aviso al Teniente, que viene con visor nocturno; los tipos estaban a 50 mts. Los Ingleses venían todos amontonados, tirando tiros por cualquier parte, gritando, tocando el tambor. Un soldado que estaba arriba del monte comenzó a tirales con su Ametralladora (MAG) Ahí nos vieron y comenzó el fuego cruzado. A mi lado cayo un compañero con la cara llena de sangre. a mí me dio impresión verlo, me dio más coraje, mas bronca... 

.....Yo le daba y le daba a la MAG. Ramón, el que había caído al lado mío, era mi compañero de arma. él era MAG N° 2 y yo MAG N° 1. Éramos muy amigos, por eso me dio tanta bronca. Ahí me dije: "Si a él lo mataron a mí me van a matar también. ¿Por que me la voy a salvar?". Entonces tenía que jugarme....Era casi de día; yo tiraba y tiraba, mi abastecedor, el que le ponía las cintas a la MAG, estaba cansado, pero yo seguía y seguía tirando contra los tipos. No se la iban a salvar. En un momento parecía que todos los Ingleses querían pararme, les jodía mi Ametralladora, sentía como pasaban las balas, a las trazantes se las veía clarito...Atrás de unas piedras estábamos nosotros amontonados, y a la orden de retirada, todos mis compañeros comenzaron a salir de sus posiciones, se fueron replegando hasta que en un momento estoy con mi abastecedor y el ayudante apuntador. Entonces les digo a los pibes: "Váyanse, repliéguense, que yo me quedo solo". Ellos no querían, me decían: "Negro, vayámonos todos, a vos solo te van a matar, te la van a dar". Yo les contesto: "No váyanse ustedes, tienen familia, amigos, todo". Yo también tengo familia, amigos, pero ellos siempre entienden. "¡Y váyanse de una vez, carajo, después voy a ir yo!". Solamente quedaba cerca de mí un Sargento, pero yo sabía que la señora de el, justo ese día había tenido una nena. Le había llegado un telegrama. Le digo entonces al Sargento: "Mi sargento, usted tiene un nuevo hijo en el mundo y tiene que verlo. Repliéguese. Déjeme a mi solo. Yo soy soltero y prefiero morir yo, antes que usted. Me voy a arreglar". y me arregle... 

...A lo lejos veía como peleaba la gente del RI7 de La Plata, en Monte Longdon atrás nuestro cerca de la playa. Llovían las balas sobre mí, estaba solo. Me repliego y tiro, me repliego y tiro, hasta que llegué al pueblo... 

En Puerto Argentino les pregunto a unos soldados si sabían dónde estaba el RI6, yo quería volver con los míos, Ellos dijeron que habían pasado por ahí y que les dijeron que el punto de reunión del Regimiento era el cementerio. 

Cuando llego al cementerio ya habían pasado casi dos días, mis compañeros me ven y no lo pueden creer. Ellos pensaban que me habían matado los Ingleses. Y yo les digo: "Que, ?¡ Esos tipos a mi no me matan, que va´cer, me salvé, no me la dieron...!"Todos empezaron a gritar, a abrazarme, se me tiraban encima, como en la cancha al que hace un Gol. Luego me levantaron, me llevaron en andas, tenían mucha alegría de verme. Entonces lloré... Después me enteré que al hacer el parte, me habían dado por muerto o desaparecido, pero el Sargento contó que yo me había quedado en la posición tirando con mi MAG. El Teniente no podía creer que yo hubiera vuelto, me agarra y me da un abrazo, y me dice: "¡Poltronieri!". "Que va´cer", dije yo, "El destino mío era volver. Acá estoy". 

...De allí fuimos al puerto, tres días esperamos el Barco que nos iba a llevar, el "Bahía Paraíso" Ya éramos prisioneros, no podíamos salir de allí... 

Uno de los nuestros sabía Inglés. Por él nos enteramos de lo que hablaban de nosotros. Esos tipos dijeron: "A pesar de que son muy jóvenes, tienen buen entrenamiento. 

"Yo pensaba, pensaba en lo que habíamos hecho y adonde íbamos, ahora.... yo estaba solo y lloraba de la bronca." 

Cruz “La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate” al Soldado Clase 1962 Oscar Ismael Poltronieri del RI 6: 

“Constituirse durante toda la campaña en ejemplo permanente de sus camaradas, por su espíritu de lucha sencillez y arrojo, ofreciéndose como voluntario para misiones riesgosas. En combates desarrollados en las zonas de los Montes Dos Hermanas y Tumbledown, operó eficazmente con una ametralladora deteniendo ataques enemigos. Fue siempre el último en replegarse, resultando sobrepasado en ocasiones por los ingleses. Dos veces se lo tuvo por muerto, pero logró reunirse con su sección y siguió combatiendo con igual decisión y eficacia.

                  

La caída del Sea King          

El 19 de Mayo, el Regimiento sufrió una pérdida trágica cuando un Sea King se estrelló cuando cruzaba tropas desde el HMS Hermes al HMS Intrepid y murieron 22 hombres. El Sea King había despegado del H.M.S. Hermes al amanecer. La aeronave estaba ligeramente sobrecargada pero como era un vuelo corto el redujo su combustible para aligerar la máquina. A 100 metros el Sea King inició su descenso hacia el H.M.S. Intrepid. Quienes estaban a bordo oyeron un estampido y luego un sonido del motor encima de ellos. El Sea King derrapó y luego cayó en picada. En 4 segundos impactó en el agua. Algunos hombres murieron instantáneamente y otros golpeados inconscientes en el impacto inicial. Increiblemente 9 hombres se las arreglaron para saltar de las puertas abiertas antes que el helicoptero se perdiera entre las olas. Fueron los únicos sobrevivientes. Los rescatistas encontraron plumas de aves flotando en la superficie donde el helicoptero había impactado. Se cree que el Sea King fue víctima de una golpe con un ave. Una teoría es que el Sea King fue impactado por un albatros negro el que tiene 2.3 metros de envergadura. El SAS perdió 18 hombres esa noche. El regimiento no había perdido tantos hombres en una sola misión desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El accidente mató a un miembro de los Royal Signals y la única baja de la RAF en la guerra fue el Flt Lt G.W. Hawkins.

                  

La leyenda del soldado Pedro          

Varios relatos británicos mencionan a un heroico soldado argentino del que casi nada se sabe, que fue ultimado poco antes de la caída de Puerto Argentino, tras negarse a rendirse, cuando su sección ya lo había hecho. En 1983, fue hallado un cuerpo en la zona de ese combate y se lo enterró como NN en Darwin. Con los años, varios estudios empezaron a relacionar una cosa con otra dando origen a "la leyenda del soldado Pedro", un héroe anónimo al que todavía sus ex compañeros de batalla siguen tratando de identificar -Por Sergio Núñez y Ernesto Castillo

La noche del 13 de junio de 1982, cubierto por la nevisca reinante, el Segundo Batallón de Guardias Escoceses asaltó las posiciones argentinas en Tumbledown, un monte de 228 metros de altura que dominaba la última línea defensiva de las tropas nacionales alrededor de Puerto Argentino, capital de las islas Malvinas. Tras ocho horas de combate -reconocido por ambos bandos como el más duro de la campaña- y un último y desesperado contraataque, los argentinos se vieron forzados a retirarse. Detrás dejaban la última chance de detener el asalto enemigo hasta la llegada del invierno y evitar así la derrota total, que llegaría pocas horas más tarde. Pero su resistencia y entrega dejaban algo más entre los británicos: una leyenda.

Ya en la madrugada del 14 de junio, cuando las posiciones argentinas iban cayendo, un soldado criollo habría decidido seguir peleando, quizá para permitir la retirada de sus compañeros o tal vez por no aceptar la inminente derrota.

Algunos relatos británicos dicen que resistió una hora, otros sostienen que aguantó aunque todos coinciden en que este muchacho cambió de posición constantemente e hizo fuego contra los Guardias, negándose a rendirse; incluso cuando un oficial argentino capturado le ordenó hacerlo. Hasta que fue abatido por una combinación de cohetes antitanque y un último y fatal disparo en la frente. Cayó en la ladera este del monte, denominada La Terraza, en un despeñadero tan inaccesible que su cuerpo recién pudo ser recuperado en enero de 1983.

Los Royal Pioneers y los enterradores civiles que rescataron el cadáver desconocían el nombre de este joven, como el de la mayoría de los 649 argentinos que murieron en las islas. Sólo sabían que había sido un héroe, que de haber sido uno de ellos, hubiera recibido los más altos honores. Su recuerdo perduró, y con el tiempo lo apodaron Pedro. ¿Por qué Pedro? Probablemente, porque para los británicos es un nombre apropiado para un latino desconocido, como John podría serlo para un británico desconocido. Sea como fuere, recién varios años después se empezó a profundizar en el tema.

"Pedro podría haber esquivado la batalla, pero en cambio peleó solo y a muerte, y es triste que su nombre no sea conocido y honrado como merece", afirma el historiador británico-estadounidense Hugh Bicheno en su libro Razon´s edge, que aunque con algunas críticas, es considerado el más serio de los que alude al personaje.

Cuando se dio con el cuerpo, todos los argentinos caídos en Malvinas ya estaban enterrados en Darwin, en tumbas anónimas. A Pedro le correspondió la B-1-15, y con eso pasó a ser un "soldado desconocido" más.

¿Cómo develar entonces quién fue este heroico conscripto? Hay una primera respuesta bastante imprecisa, aunque cierta: Pedro fue uno de los cerca de 30 argentinos que murieron en Tumbledown.

Tras un manto de misterio

El notable desempeño de Pedro no fue la excepción en Tumbledown. La noche del 13 al 14, el grueso de los argentinos que permanecía allí pertenecía al Batallón de Infantería de Marina Nº 5, Compañía Nácar, con base en Tierra del Fuego en tiempo de paz. Los hombres del BIM-5 estaban acostumbrados al frío y al viento, y su duro entrenamiento de dos años los había preparado mejor que a la mayoría del Ejército. Estaban bien equipados y contaban con amplio entrenamiento en cartografía y combate nocturno, algo fundamental en Malvinas, donde la mayoría de los ataques británicos se dio por la noche.

Los tropas enemigas consideraban al BIM-5 de lo mejor de la Argentina. Y la unidad hizo justicia a su fama: sobre dos secciones de la Compañía Nácar cayó la furia de la Compañía Left Flank de los Guardias Escoceses, pero los infantes contuvieron a esa fuerza muy superior en número alrededor de seis horas. Para desalojarlos, los británicos tuvieron que asaltar una a una sus posiciones, recurriendo a la artillería terrestre y naval, los misiles antitanque, las granadas, y el combate cuerpo a cuerpo. Teniendo en cuenta que Pedro luchó con tanta garra, no sería de extrañar que hubiera pertenecido a este grupo.

Salvo por un dato: el BIM-5 batalló, en general, en la parte oeste de Tumbledown, lejos de donde hallaron a Pedro. Sin embargo, por mucho tiempo no se descartó que Pedro pudiera ser un infante de marina que escapó de la derrota inicial y se replegó para seguir peleando. Aunque algo revelado por Bicheno a Enfoques permitiría desechar esa posibilidad: "Pedro vestía como los del Ejército. Si hubiese tenido el uniforme del BIM-5, los que recuperaron su cadáver lo habrían comentado. Los británicos pensaban erróneamente que el vestuario de los infantes de marina era distintivo de los comandos argentinos".

Dado que no es lo mismo combatir con una fuerza de élite que con conscriptos, si Pedro hubiese vestido como un integrante del BIM-5, los británicos no se hubieran privado de destacarlo. Eso es lo que hicieron en las batallas donde enfrentaron a grupos comandos porque les enorgullecía haberlos vencido. Así las cosas, si Pedro era del Ejército, ¿a qué unidad pudo pertenecer?

En Tumbledown participaron varias unidades del Ejército: 48 hombres de la 3ª sección de la Compañía B del Regimiento de Infantería Motorizada 6, de Mercedes, Buenos Aires; 12 de la compañía B del Regimiento del Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, a cargo del subteniente Celestino Mosteirín y que sufrió la baja del conscripto Ramón García, y otra sección aún más disminuida (cinco hombres) del Regimiento de Infantería 4, con asiento en Monte Caseros, Corrientes, a cargo del subteniente Oscar Silva, que murió junto a sus cuatro muchachos. La mayoría procedía de Dos Hermanas, enclave perdido la noche anterior.

Oscar Teves, autor local del libro Pradera del Ganso y próximo a escribir otro sobre Tumbledown, no descarta a ninguno de estos grupos. Ni siquiera al BIM-5: "En verdad, no sé si La Terraza es el lugar donde cayó Pedro. Es más, recorrí la zona y no vi lugares inaccesibles como el que describe Bicheno".

En cambio, para el hoy teniente coronel y por entonces subteniente de 19 años de la 3ª B/RIM6, Esteban Vilgré La Madrid, las líneas de investigación siempre fueron dos: "Hasta saber lo del uniforme de Pedro, siempre pensé que era un infante de marina desprendido de la sección del teniente de corbeta Carlos Vázquez -la última del BIM-5 en resistir- o uno de mi sección, que luchó en el lado este de Tumbledown, donde abatieron a Pedro. Aparentemente, este joven cayó a 400 metros del sitio inicial donde estaba yo, pero eso no significa que no perteneciera a mi grupo porque no estábamos todos juntos".

La Madrid descarta a los muchachos del subteniente Silva, ya que se encontraban en el sector oeste del monte. También al soldado García, del RI-12. "Me lo aseguró el subteniente Mosteirín", acota.

Los conscriptos muertos del RIM-6 en Tumbledown cayeron durante un contraataque lanzado sobre el final, una vez doblegada la sección del teniente Vázquez. El RIM-6 estaba bien entrenado por su jefe, el teniente coronel Oscar Jaimet, antiguo comando que había instruido a sus hombres en combate nocturno. Pese a no estar tan aclimatados como los fueguinos del BIM-5, los muchachos del RIM-6 eran en general peones de Lobos, Mercedes, Luján y zonas aledañas, que sabían de heladas e intemperie. Y coraje no les faltaba: Oscar Poltronieri, el soldado más condecorado del Ejército en su historia era uno de sus dos ametralladores (ver recuadro).

La historia de Poltronieri tiene varios puntos en común con la de Pedro: Poltronieri cambió constantemente de posición y se rezagó durante la retirada, aletargando el ataque británico. Y también fue dado por muerto, aunque en realidad logró escapar.

¿Es posible que la leyenda británica mezclara varias historias? No se puede descartar. De hecho, en batallas anteriores también aparecieron relatos de francotiradores o ametralladores argentinos deteniendo ataques durante horas. Hay un cierto patrón en la psique británica, más dispuesta a creer en historias de "súperargentinos" que en la resistencia organizada de varios grupos oponiéndoseles al mismo tiempo. Es más, como en el caso de Pedro, en los relatos sobre el combate del 28 de mayo en Pradera de Ganso, se habla de criollos negándose a rendirse ante el pedido de oficiales capturados.

No es lo único. Ya que hay diferentes versiones de la leyenda de Pedro: en una, el joven dispara contra los helicópteros británicos de evacuación médica. En otra, son dos los que lo hacen, y se encuentran al otro lado del monte.

Esto tiene su lógica. La batalla de Tumbledow no sólo fue de noche sino que nevaba, por lo que la visibilidad era muy mala. Y los militares británicos estaban librando una durísima pelea, bajo fuego enemigo. Relatos de ambos bandos cuentan que el monte literalmente temblaba por los impactos de sendas artillerías, que saltaban esquirlas cortantes de roca y que el ruido era tan ensordecedor que apenas se escuchaban las órdenes y se tenía conciencia de lo que sucedía a pocos metros. Es factible entonces que bajo tanto estrés, los británicos mezclaran situaciones diferentes con distintos soldados argentinos (entre ellos Poltronieri). Además de los relatos que ya habían escuchado y lo que esperaban de sus enemigos.

Por eso no hay que desechar que haya habido más de un Pedro. Uno de ellos, el hallado en enero de 1983.

Las bajas del RIM-6

Pero dándoles crédito a los dichos de Bicheno, ¿de quién era el cuerpo recuperado en el despeñadero?

Las alternativas se reducen a los soldados del RIM-6 que cayeron en combate. En 2010, para el bicentenario de ese regimiento, Enfoques viajó a su nuevo cuartel, en Toay, La Pampa, donde hay una placa en homenaje al conscripto Juan Horisberger, que dice que el enemigo lo apodó Pedro por su valentía. Sin embargo, más allá de su coraje, sólo se trataría de una iniciativa ligada a la buena voluntad de algunas personas. Asimismo, testimonios de varios de sus compañeros indican sin duda que Horisberger fue el primero en morir, de un tiro en el pecho.

Otros tres soldados, Horacio Balvidares, Horacio Echave y Héctor Guanes, murieron en posiciones conocidas. Los dos primeros habían caído cerca de Sapper Hill y Guanes, en Dos Hermanas.

Sobre Ricardo Luna surgieron dudas, pero para La Madrid, su deceso no coincide con el momento en que habría caído Pedro. También hubo interrogantes en torno a Juan Rodríguez, aunque según La Madrid, el tirador de la sección David Torres fue testigo de su muerte, cerca del fin del combate de Tumbledown, en la madrugada del 14 de junio. La última baja del RIM-6 fue Sergio Azcárate, que murió cuando la sección se encaminaba a Puerto Argentino, alcanzado por fuego enemigo.

Así, quedan sólo dos: Luis Jorge Bordón, de Lobos, y Walter Ignacio Becerra, que en 1982 vivía en el barrio Zarza de Moreno, Buenos Aires. Ambos integraban el primer grupo de tiradores.

"A mí me suena más la chance de Becerra. Primero, porque Bordón no estaba tan cerca del lugar descripto, aunque tampoco lo descarto. Y además, por su forma de ser: un tipo muy astuto, vivaracho. El relato sobre un muchacho cambiando de posiciones para despistar al enemigo cuadraría con él, con su personalidad. Y también por el arma que usaba, un FAP, versión ametralladora del FAL normal, con mucha cadencia de fuego, que hubiera llamado poderosamente la atención de los británicos, por sonar distinto al grueso de las armas propias y ajenas", señala La Madrid.

Una forma de saber si Pedro y Becerra fueron la misma persona era averiguar quién fue el militar argentino que lo habría intimado a rendirse. Según relatos británicos, ese oficial podía ser Vázquez. No obstante, en ese momento el teniente del BIM-5 estaba siendo "interrogado" por sus captores del otro lado del monte porque lo confundieron con un francotirador que les había matado varios hombres. Vázquez no habla mucho sobre Malvinas, aunque por intermedio del investigador Teves se pudo confirmar que él no fue quien habría intentado disuadir a Pedro. Tampoco lo fue el subteniente Mosteirín, que cayó preso junto al teniente de corbeta. Por lo que la leyenda de Pedro sigue reservándose algunos misterios.

El Ejército no se pronunció oficialmente sobre esta historia. Por ende, se descarta que se haya pensado en recurrir a análisis de ADN para conocer la verdadera identidad de Pedro. Además, en cuanto a Becerra sería imposible hasta que no se logre dar con su familia. "En los casos de Becerra y Guanes, nunca pudimos establecer contacto; con el resto, sí. Al principio, cuando llamábamos, muchos estaban muy enojados, eran padres que habían perdido a sus hijos en la guerra. Pero cuando les explicábamos que lo hacíamos para invitarlos a homenajes que rendíamos a sus hijos, cambiaban de actitud", explica el teniente coronel Marcelo Pollicino, responsable de algunas de esas búsquedas, como de actividades relacionadas con el stress postraumático de veteranos de guerra y familiares y entusiasta seguidor de la historia de Pedro. "Hacer estudios de ADN conllevaría una decisión política, cuestiones diplomáticas, fondos. Además, debería ser para todas las familias que tienen un hijo sepultado como NN en Malvinas", añade.

El último intento para localizar a la familia de Becerra fue en 2004, en la dirección y teléfono de su madre, en el barrio porteño de Parque Patricios. Enfoques retomó la búsqueda mediante la Unidad de Atención y Asistencia al Veterano de Malvinas de la ANSES, aportándole nombre completo y DNI del fallecido, aunque al cierre de esta edición no se había obtenido respuesta, lo que impidió saber si alguien cobra una pensión en su nombre e intentar contactarlo.

Como Pedro habría muerto en soledad y nadie pudo certificar que se tratara de Becerra, esta investigación sigue abierta. Sólo un testimonio clave que este trabajo tal vez no halló o un ADN al cuerpo enterrado en la tumba B-1-15 de Darwin podría quizá desentrañar el interrogante. Pero no cabe duda de que, sea quien fuere, Pedro encarna el valor de muchos jóvenes que ofrendaron o estuvieron dispuestos a dar su vida por la Patria. Muchos de los cuales hoy caminan por las calles, anónima y humildemente, a pesar de haber actuado como verdaderos héroes.

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EL UNICO CONSCRIPTO CONDECORADO

"Constituirse durante toda la campaña en ejemplo permanente de sus camaradas, por su espíritu de lucha, sencillez y arrojo, ofreciéndose como voluntario para misiones riesgosas. En combates desarrollados en las zonas de los montes Dos Hermanas y Tumbledown operó eficazmente con una ametralladora deteniendo ataques enemigos. Fue siempre el último en replegarse, resultando sobrepasado en ocasiones por los ingleses. Dos veces se lo tuvo por muerto, pero logró reunirse con su sección y siguió combatiendo con igual decisión y eficacia". Así reseña la Cruz de la Nación Argentina al Heroico Valor en Combate el accionar en Malvinas de Oscar Poltronieri, el único conscripto condecorado con este galardón por el Ejército Argentino en toda su historia. "El Poltro" nació en Mercedes el 3 de abril de 1962, hoy cumple 49 años. En su ciudad natal realizó diversas tareas de campo desde chico (no pudo ir a la escuela) y también hizo la conscripción, a la que se presentó porque no lo convocaban. Tras la guerra, con las medallas, pasó por la TV local y europea, hasta que llegó la hora de seguir con su vida. Se casó, tuvo cinco hijos (el primero murió), se mudó al conurbano y trabajó 14 años en una compañía láctea. Luego empezó a deambular por un sinfín de lugares y hasta llegó a pedir en los trenes. Callado y solitario, ahora vive humildemente en Entre Ríos, aunque al menos ya no piensa en vender las medallas que dan cuenta de sus hazañas malvineras".

LIBROS EN LA PESQUISA

El primer texto británico que hizo referencia a la heroica resistencia de un soldado argentino en Tumbledown fue Going back: return to the Falklands, de Simon Weston, un ex guardia galés que sufrió muy graves quemaduras durante el hundimiento del buque Sir Galahad. El libro, tildado de poco confiable debido a la experiencia que atravesó su autor, habla de dos conscriptos del BIM-5 que le dispararon a helicópteros médicos del Reino Unido en el lado opuesto del monte al que aludirían los siguientes títulos. En 1989, salió The fight for the Malvinas, del militar e historiador Martin Middlebrook, el primero en cruzar fuentes de ambos bandos. 5th Infantry Brigade in the Falklands, de Nicholas van der Bijl y David Aldea, volvió a decir en 2002 que el conscripto le había tirado a los helicópteros de evacuación. Algo que el historiador Hugh Bicheno negó tajantemente en Razon´s edge, en 2006. De los cuatro, sólo el último texto se tradujo al castellano tres años después como Al filo de la navaja.

 

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